Es un anhelo de muchos, alcanzar el “sueño americano”. La fundación de los Estados Unidos de Norteamérica fue un evento social representativo del capitalismo moderno; quienes llegaban a su territorio, lo menos que podían tener como expectativa de vida, era alcanzar la fortuna en todos sus sentidos. Migrantes que llegaron a las primeras ciudades desembarcaron de los navíos provenientes de Europa, sin dinero y con hambre. La riqueza les llegó a muchos de ellos y pronto la nación prosperó política y económicamente.
Las noticias de las grandes oportunidades que tenía el nuevo continente pronto llegaron a lo más recóndito de Europa y más allá, y más de un aventurero emprendió el viaje por el Atlántico. La posibilidad de vivir en una tierra libre y con una organización política moderna, muy pronto hizo de los Estados Unidos el país objetivo de varios ciudadanos del mundo.
Ya conformado, el territorio estadounidense también fue atractivo para los habitantes de Latinoamérica, sólo que éstos no encontraron las mismas facilidades de los primeros migrantes.
El propio sistema económico, la idea de la propiedad privada y la notable acumulación de la riqueza en unos cuantos, hicieron que la industrialización echara mano de trabajadores calificados provenientes de los países subdesarrollados, quienes vivían en condiciones precarias en sus países de origen y que, al llegar a Estados Unidos, recibieron sueldos que les permitía incrementar su poder adquisitivo y elevar el estatus económico de sus familias a un rango mayor. Hasta ahí funcionaba con cierto grado de éxito el sueño americano.
Sin embargo, la falta de oportunidades de desarrollo y la precaria consolidación democrática de los países latinoamericanos, obligaron a que cada vez más ciudadanos fueran expulsados hacia Estados Unidos con la idea de ofrecerse como mano de obra barata para campos, fábricas y en general para fortalecer el motor económico de un país de Primer Mundo. situación que fue conveniente para unos y otros. Los gobiernos latinoamericanos vieron en la migración la solución a su problema de crear y mantener empleos, mientras que en Estados Unidos, se tenía una mano de obra de bajo costo.
Es así como México se ha convertido en un expulsor de trabajadores hacia todos los ramos productivos de Estados Unidos. No hay ciudad productiva de la unión americana que no tenga entre sus fuerzas laborales mano de obra mexicana. Desde los límites de la frontera sur, hasta la frontera que colinda con Canadá, los mexicanos han sido un factor fundamental en el desarrollo económico de aquel país (sin olvidar claro, al resto de migrantes de los países latinoamericanos).
Pero, paradójicamente, a pesar de ser un factor de cambio para fortalecer la economía estadounidense, los migrantes latinoamericanos han sufrido los embates de la política contra los indocumentados.
Les permite trabajar, pero no les da la condición de pertenecer; a los migrantes los emplean por el grado de eficiencia de su trabajo, pero los persiguen severamente para deportarlos a su país de origen. Esta contradicción es el mejor ejemplo de la política de doble moral que para muchos asuntos tiene Estados Unidos.
No obstante, esto no evitó la idea de cruzar la frontera por parte de los migrantes. En 2008, se estimaba que alrededor de 4.000 personas habían muerto en los últimos 12 años al intentar cruzar la frontera entre México y Estados Unidos, según los cálculos de la Federación Internacional de Derechos Humanos (FIDH), hoy la cifra es más alarmante, sobre todo si se le suman las muertes provocadas por la mafias del narcotráfico, que desde los países latinoamericanos comienzan a activar la maquinaria de la extorsión y el fraude sistemático.
Recientemente el cónsul de México en Laredo, Texas, Miguel Ángel Isidro Rodríguez aceptó que en lo que va del año 2010, han muerto tan sólo en el río Bravo un total de 39 migrantes, de los cuales 15 fueron en Nuevo Laredo; sin olvidar que el pasado 24 de agosto fueron masacrados 72 indocumentados – 58 hombres y 14 mujeres – en un rancho ubicado a las afueras del municipio de San Fernando, Tamaulipas.
Desde hace tiempo el sueño americano para muchos se ha convertido en una pesadilla interminable.
Las oportunidades de éxito de aquellos fundadores de la gran nación norteamericana han disminuido y por lo tanto los nuevos habitantes han creado mecanismos para frenar la desmedida migración, a lo que hoy consideran sus tierras por derecho propio. Sin embargo, ante este problemática de índole internacional, los países subdesarrollados (como México) tampoco han hecho, diseñado o implementado programas que mermen el deseo del sueño americano.
La falta de oportunidades de crecimiento económico obliga a que el migrante asista al nuevo territorio al precio que sea, sometiéndose a las condiciones de riesgo que esto implica. Todo quizá, para al final del día, soñar la pesadilla americana.
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