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Torrelavega (España). – El duelo ibérico acabó con la victoria justa y merecida de España ante una selección portuguesa carente de ambición y poca mordiente. Así es difícil ganar a la Roja.
El uno a cero — gol de Villa, y ya van cuatro– sirvió para demostrar otra vez como a los españoles les sigue fallando el último pase, la puntería en demasiados remates a gol, además de la forma física de Fernando Torres, un delantero de instinto cainita en el área que enamora en las canchas de juego británicas donde se gana el sustento. Menos mal que está Villa, un asturiano con un olfato de gol privilegiado, aunque ayer la diana se hiciese mucho que rogar.
“Torres está fuera del partido”, decía a mi lado un ingeniero de telecomunicaciones que se echaba las manos a la cabeza cada vez que el ariete perdía un balón o no llegaba al remate. “Es que no le puedo ni ver”, agregaba otro mientras se sumía en una media desesperación poco o nada disimulada.
El Niño Torres (así se le conoce no sólo por su juventud, sino por las innumerables pecas que pueblan su rostro) recién se recupera de una grave lesión de rodilla que hace dos meses escasos le llevó a pasar por el quirófano. Por eso que no todo el mundo le critica. Muchos son quienes creen que es cuestión de jugar partidos hasta que su talento natural vuelva a poner las cosas en su sitio.
“Algo parecido ocurrió en la Eurocopa de 2008”, recordaba al descanso del encuentro Pilo Castillo mientras tiraba una caña (cerveza) detrás de otra, “Y fue él quien metió el gol a los alemanes que nos hizo campeones”. Ahí queda eso.
Al descanso, con empate sin goles en el marcador, eran muchos los nervios que se dibujaban en los rostros pintados con los colores de la rojigualda. A pocos escapaba el detalle de lo que en este mundial africano se está convirtiendo en norma: demasiadas oportunidades de gol fallidas. Y perdonar de este modo sigue siendo un ingrediente básico en la receta de perder partidos.
El caso es que en la segunda parte seguía el recital de ocasiones desaprovechadas, el último toque del cuero. España quería ganar pero no podía; Portugal parecía conformarse con llegar a los penaltis. Así las cosas Torres se fue al banquillo y Llorente, un aguerrido delantero vasco, ocupó su lugar.
Con eso, y la maestría de jugadores como Xabi Alonso, Xavi e Iniesta, además de la solidez y buen fútbol de Piqué y Sergio Ramos, pusieron la guinda para que en el minuto 63, Villa marcase un gol que sirve para que la Roja avance hasta cuartos de final dejando a los lusitanos en la cuneta.
Una vez visto el partido, el resultado volvió a ser pobre, pero suficiente hasta el día de hoy. Portugal apenas inquietó en alguna ocasión la portería de Iker Casillas, y si hasta ahora nadie les había metido un gol (tampoco nadie había ganado por dos goles a Honduras antes), esta Roja dirigida por Vicente Del Bosque rompió la racha. Y no fue un milagro.
Portugal venía de empatar sin goles con Brasil y Costa de Marfil en partidos aburridos. Entre ambos se coló un 7 a cero contra Corea del Norte, pero ¿quién no haría lo mismo? Precisamente fue en ese encuentro cuando Ronaldo por fin hizo un gol con la camiseta lusa. Ayer Portugal tuvo muy poca enjundia, y su ídolo, Ronaldo, desapareció virtualmente de la cancha.
Al finalizar el encuentro, las bocinas de los coches, los cánticos de “A por ellos oooooeeeeee, a por ellos”, el ondear de banderas y las caras embriagadas de alegría volvían a ocupar las plazas y calles de las ciudades durante dos horas desiertas y en silencio.
“Ya verás, después de este resultado seguro que vendo las banderas que me quedan”, decía Mercedes, dueña de un quiosco de prensa. “Seguro que me quedo corta. De haber tenido más, más hubiese vendido” aseguraba apurando los hielos del calimocho (un popular combinado de hielos, vino y Coca Cola).
El destino ha hecho que el sábado jueguen Paraguay y España por una plaza en las semifinales. A priori los paraguayos parecen un rival asequible. Pocas cosas sugieren que este sea un duelo del calibre de Argentina vs. Alemania, o Brasil vs. Holanda.
Sin embargo, muy conscientes de lo que se ha convertido el Santo y Seña de la Roja en este Mundial: demasiadas oportunidades sin convertir, nadie se atreve a vender la piel del oso antes de darle caza:
“Hay que jugar el partido”, era el socorrido tópico más escuchado en las primeras horas de la madrugada al son de las últimas copas brindando por un futuro futbolístico quizás de ensueño.
Si Xavi Hernández e Iniesta siguen jugando como saben, Villa “Maravilla” continua en su línea, y llega el tan anhelado y necesitado despertar de Torres, la semifinal es un objetivo de facilidad relativa, siempre y cuando no se peque de un excesivo optimismo (mejor será que los jugadores no lean los periódicos estos días).
A partir de ahí, ya se sabe, no hay enemigo pequeño. Cualquier cosa puede pasar, dios mediante Paraguay. Al fin y al cabo, soñar no cuesta dinero.