Ya desde noviembre del año pasado, 2022, lo hacía ver la organización internacional Grain, se insistía en dos aspectos que son prioritarios en la actualidad. Por una parte, lo que identificaríamos como la actual triple crisis que debemos enfrentar: económica energética; económica de alimentos y cambio climático o más específicamente, calentamiento global. Por otra parte, que esos fenómenos están interconectados, en especial lo energético y lo alimenticio.
Suenan las alarmas
Las advertencias tenían ya varios antecedentes. El propio Fondo Monetario Internacional (FMI) por medio de su Director de Investigaciones Pierre Gourinchas lo advertía en declaraciones del 11 de octubre de 2002. “Los precios de energía y de alimentos están muy relacionados” puntualizó, agregando que “la situación crítica de estos aspectos no constituye un problema transitorio”.
La evidencia de los mercados mundiales, de la capacidad de producción, distribución y consumo de energéticos y de alimentos le da la razón a Gourinchas. No hay discusión. No obstante, habría que agregar que existen otros factores que también están afectando esta crisis conjunta de manera significativa: la influencia de grandes corporaciones; y los mercados bursátiles especulativos que se relacionan con los mercados a futuro de diferentes bienes ya sean estos de petróleo y derivados, de fertilizantes, de factores para la cadena de suministros, de transporte, de mecanización de la agricultura.
Se estima que cerca de un 33% de la demanda total mundial de energía se relaciona con los sistemas alimentarios en las fases de producción, distribución y acceso. Esto nos permite concluir que existe una alta sensibilidad de los precios de alimentos con cualquier cambio -por lo general al alza- de los energéticos.
Los hitos de la historia
Así ha ocurrido históricamente: del 6 al 25 de octubre de 1973, guerra de Yom Kippur en Medio Oriente; 4 de octubre de 1979 con drástica reducción de la producción iraní; 13 de septiembre de 1985 con el Acuerdo del Hotel Plaza, relacionado con políticas cambiarias de las grandes potencias; desplome de los precios del crudo en 1999; auge de los precios generales de materias primas incluyendo petróleo de 2003 a 2013.
Los nexos entre energía y alimentos se concretan muy especialmente en los grandes sistemas mecanizados de producción de bienes del agro y la concentración de la exportación de varios países: maíz: Estados Unidos, Argentina, Ucrania, Brasil; trigo: Rusia, Unión Europea, Australia; arroz: India, Tailandia y Viet-Nam. Nótese que se mencionan aquí las potencias exportadoras y no los principales productores.
La asimetría en los recursos disponibles
Se hace evidente que los sistemas hiper-mecanizados, de cultivos específicos y uniformizados de granos básicos -y de alimentos vegetales y animales en general- tienen una intensa y constante “adicción” a energéticos, en particular las plantaciones de cereales y soya. Es decir que estos agro-negocios muy poderosos tienden a no utilizar en mayor grado recursos naturales renovables. Una situación muy contrastante con los sistemas pequeños, de productores locales más relacionados con la agricultura familiar.
No sólo la relación se establece en función del petróleo, sino también respecto a sus derivados, tales como fertilizantes nitrogenados -urea, por ejemplo. Los combustibles fósiles se utilizan mucho en la producción, manejo de cosechas, procesamiento de productos, empaque, transporte, cadenas logísticas de suministros y ventas al consumidor final.
Para producir una tonelada de cereal en fincas de alta mecanización se utilizan 2.5 veces más energía que la requerida en pequeñas unidades de producción de agricultura familiar. Estos datos adquieren una asimetría más dramática cuando el criterio se aplica a personas: un agricultor en el norte más industrializado tiende a utilizar 33 veces más energía que el labrador que usa métodos más tradicionales en los países del sur.
Estos últimos sistemas son menos productivos por unidad de área, pero tienden a proteger más los ecosistemas, la complementariedad productiva y a depender más de recursos naturales renovables, tal el caso de fertilizantes orgánicos.
Los grandes desafíos
Abordar los retos de esta crisis de energía y alimentos incluye reconocer que, en tan sólo 12 años, de 2010 a 2022 -fue el 15 de noviembre de 2022- el planeta llegó a tener 8,000 millones de personas. El crecimiento está acelerándose -nótese que se requirió de toda la historia hasta 1821 para llegar a 1,000 millones de seres humanos en el planeta. La demanda de energía y alimentos es altamente significativa; en un mundo donde unos 800 millones de personas padecen algún grado de desnutrición y hambre.
Enfrentar las soluciones de estos problemas incluye el gran desafío de lograr consensos políticos en los que deben participar de manera indispensable no sólo los gobiernos, como es obvio inferir, sino también representaciones de productores, campesinos, sociedad civil y grandes corporaciones. Los planteamientos deben ser sostenibles y no sólo limitarse a medidas coyunturales que salven de momento a gobiernos particulares.
Es obvio, las soluciones no deben ser “pan para hoy, hambre para mañana”. Los planes y su implementación deben tener impactos inmediatos que brinden confiabilidad, sin descuidar el mediano y largo plazo. Retos trascendentes y globales, que son ineludibles y que mientras más tarde los enfrentemos, más caros serán para todos