Crisis del hambre
Tenemos buenas noticias en cuanto a ir superando la pandemia. Al menos respecto a las variantes que hasta mediados de 2022 se han presentado. Sin embargo, debemos establecer que las evidencias son persistentes en cuanto a tres olas de crisis, entre ellas la del hambre, que presentan desafíos planetarios.
Las crisis económicas y la escasez
Por una parte, la propia pandemia que aparece como no superada plenamente. Todavía existe el riesgo de que surjan nuevas variantes a partir de mutaciones del virus Covid-19 que lo transformen en un agente más transmisible y más mortal.
En segundo lugar, aquí está la crisis del hambre. La crisis económica con sus problemas de escasez, de logística, de obstáculos en la cadena de suministros y las dificultades de abastecimiento que implica la guerra entre Rusia y Ucrania.
Finalmente, debemos enfrentar la crisis del cambio climático, incluido el calentamiento global y sus consecuencias en los diferentes continentes.
La combinación de la crisis económica y la climática resulta en hambre crónico para muchas poblaciones. Se trata de un rasgo que estaría afectando a sociedades disfuncionalmente. Algo que lleva a fracasos en la organización socioeconómica y que limita la capacidad de proveer acceso a un bien esencial que es un derecho humano: el alimento.
Con especial énfasis, a partir de los postulados de la salud pública, se reconoce que toda persona humana necesita de las 5 «aes» para poder sobrevivir: agua, aire, alimento, abrigo y afecto. A partir de esta dotación básica -el agua, por ejemplo- las sociedades pueden mantener en rangos aceptables las condiciones fisiológicas de su población. Esa sería la base para que la sociedad no se viera abocada a gastos directos en materia de salud, en sus diferentes niveles de aplicación médica.
La crisis del hambre y las cifras para enfrentarla
Es evidente que un organismo desnutrido presenta condiciones más favorables para la afección de enfermedades. De allí lo importante en reconocer la alerta de que en 2019, según cifras de la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO), 135 millones de personas en el mundo padecían “crisis alimentaria aguda”. En 2020 ese indicador habría crecido hasta ser 155 millones en 55 países y territorios. La misma organización reconoce que para 2022 ese total sería de 200 millones de personas. Cuando el indicador se refiere al total de personas que no tienen acceso a una comida al día, el número ronda la ya conocida cifra de 800 millones de seres humanos.
De esos 800 millones que no completan los tres tiempos, cerca de 95 millones de personas estarían en Latinoamérica. La crisis del hambre se evidencia en la cuando se acepta que, de manera anual, unos 9 millones de personas, incluyendo 5 millones de niños, mueren por factores relacionados con el hambre. Tales son los casos de desnutrición, malnutrición o enfermedades que vienen desde la Alta Edad Media (del año 476 al 1095). Es decir problemas de salud totalmente prevenibles y curables con la ciencia y tecnología actual del Siglo XXI.
El Secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, ha sugerido que la perspectiva económica mundial puede muy bien llevar a un “huracán de hambruna”. La crisis del hambre nos sitúa en la postura donde confluirían los peligros actuales no superados totalmente del Covid-19 con los grandes desafíos en las esferas de producción, distribución y consumo, a la vez que con las condiciones que trae el cambio climático en el planeta.
Los mayores exportadores de alimentos en guerra
Por supuesto que la guerra entre Rusia y Ucrania empeora las cosas. Ahora nos percatamos que esos países son dos de los mayores productores y exportadores mundiales de maíz, trigo y fertilizantes. Con ellos se tienen problemas directos de oferta de cereales que desde ya están golpeando con fuerza las economías -entre ellas las de países al Sur del Sahara, tales como Burundi, Ruanda, Namibia, Tanzania, Kenia, Madagascar y Zimbabue.
Se cuenta ya con cierta aproximación en cuanto al incremento de precios en los alimentos. Por ejemplo, se estima que para 2023, los países del sur de Asia tendrán que destinar un 20% de sus ingresos para fines alimenticios, cuando destinaban 15%; los de Latinoamérica dedicarán un 22%, cuando ese aprovisionamiento implicaba un 13% de los ingresos. Los países subsaharianos, ya referidos, tendrían que gastar 35% de sus ingresos en alimentos, cuando, para ello dedicaban 15%.
Este redireccionamiento de egresos golpea notablemente los ingresos nacionales de los gobiernos y los de las personas y grupos sociales. Fuera de toda duda, se tendrán que desatender otros renglones importantes de egresos tales como la educación, salud e infraestructura. Se dejarán de lado importantes montos de inversión de reposición o mantenimiento.
La necesidad de nuevas estratégias
Los gobiernos se verán forzados a establecer redireccionamientos estratégicos de sus gastos, nuevas priorizaciones de sus egresos e inversiones, a la vez que ven aumentados los requerimientos de cobertura para ayuda de emergencia alimentaria. Desde ya el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de Naciones Unidas se está viendo desbordado en los requerimientos que debe atender. A ello se agrega el impacto de sequías o también de excesos de lluvias en varias regiones.
Urge una efectiva coordinación mundial para enfrentar desde ya la crisis alimentaria que está tomando forma. Se debe estar atentos ante el hecho de que, frente a la escasez de alimentos, puede tomar forma la especulación en los mercados a futuro de granos y cereales. Se debe imponer prioritariamente la necesidad, cobertura y sostenibilidad en la dotación alimentaria. De nuevo, la tecnología es muy importante, aunque ahora no lo suficiente, para completar el cuadro de soluciones políticas y negociadas entre naciones.