Día 10
Ahí estás, Pepe García Carmichael, en el piso catorce del Sloan Kattering Center, con resaca, despidiéndote de tu abuela con cancer al duodeno. Esconde bien la resaca, Pepe García. Mal paso que no te hayas dado otro buche de ron cubano antes de entrar, porque lo necesitas.
Has bebido por siete noches seguidas con tu novio que te urge salir del closet de una vez por todas.
Piensas contarle a tu agonizante abuela que la novia de la que hablas no es novia, que la rubia es un rubio. Piensas decirle que este novio no es novio rubio como tú, más bien un mulato marrón casi como los de la isla, pero oriundo de Senegal. Piensas contarle que la noche que te le pediste permiso a los padres de la novia rubia, fue en realidad la noche que te robaste del bar al senegalés cobrizo oscuro cuyos besos llevas tatuado en la piel.
Cada noche le dijiste a tu senegalés, entre arrumacos y ron, que no te importa que tu abuela te deje sin condominio en Miami, que más te importan sus muslos, su cuerpo, su calor y su corazón.
Entonces tu abuela comienza a contarte, para que escribas su obituario, del linaje español de sus padres, del linaje norteamericano de su marido, de tu tío «pajarito» al que odia y al cual por ningún motivo quiere que asista a su funeral… y a ti se te tranca la lengua, Pepe García, y no dices sino un mudo pío pío pío. Afuera te espera el senegalés, pendiente de tu decisión para conocer a tu abuela.