Llegarán los días de las ceremonias.
Caminando bajo los árboles de cerezos florecidos, veremos el paso de la lluvia.
Los cielos cayendo al mar. Los atardeceres abrazando el vuelo de las gaviotas.
Vivir cerca del mar. Una sinfonía que no puede desoírse.
La ceremonia de los lunes
Romper la rutina.
Escuchar el llamado de las montañas. Seguir el dibujo de las curvas que lleva al pueblo portugués. El final del camino junto a las casas. Los perros saltando para alcanzar las nubes y ese aire de pan casero en las vitrinas.
Un verde opaco de alcauciles es el color del sol.
La alegría nunca será ilegal. La alegría son esas huellas de arena dejadas en la playa al final de un día de escuela.
Detrás de las ventanas alguien piensa que la esperanza puede tener un rumbo. Es una espuma que se pierde más allá de los crustáceos.
Quizás volverán los días de mejillones violetas, inundando las playas.
Un olor incesante corta el sendero de la arena en dos. El cadáver de una foca nos cuenta del descanso de los días.
La ceremonia de los lunes tiene la lengua del Pacífico. Una energía salvaje. El silencio es un sonido que nunca podremos conocer. ¿Cómo olerá la vida, desde una cueva de conejos? ¿Cómo se verá la noche desde el brillo de sus ojos?
Son misterios que nos atraviesan al caminar. Vamos desplazando el aire con nuestros cuerpos. Una memoria de delfines saltando en el agua. El recuerdo del verano es la aproximación al futuro.
La ceremonia de la primavera.
El cambio de la luz en el ocaso del día.
Cambian los ruidos, los espacios, entre un irse y un llegar del sol.
La noche es el mapa del invierno, doblando un hemisferio.
Son días de transición. La cebolla dorándose en la olla anuncia el color de los próximos días.
El invierno fue un montón de hojas, perdidas en el agua. Fue un naufragio blando, enmarcado por los eclipses de luna y la complicidad de los astros. La tierra nos sigue cuidando pese a todo. Somos el suspenso de lo pequeño. Y en nuestra humildad, las ceremonias, como un rito de pueblo.
Los rituales
Una precisión musical en sangre siguiendo el ritmo de las pulsaciones en las venas. Esa repetición y al mismo tiempo el asombro.
La anónima luz de una vela en un altar.
La ternura de unos pies pequeños cruzando la calle de la mano de un papá.
Una serpentina de los chicos, corriendo tras los juegos inventados.
La infancia. Esa cosmogonía casera. Un móvil de Cadwell suspendido del techo de nuestras creencias. Solos y acompañados. Somos los ritos que nos sostienen en este empecinado empeño de sentir la vida.
El trabajo
La semana de trabajo ha llegado a su fin.
No ha sido una semana fácil. Ir al alma del alumno. Entrar en una parte de su universo. Tratar de caminarlo. Es un riesgo por tomar. Encontrar ese lugar de confianza. Esa complicidad donde entonces se da el intercambio. Abrir puertas y no construir paredes. Educar.
Viernes a la tarde
Cuando llego a buscar a Dante a su escuela, lo veo sonriendo, tranquilo, haciendo sus rompecabezas, sentado con sus compañeros. Él también ha encontrado por ahora su ventana.
Caminamos por la calle. El delante y yo atrás. Hay un hilo invisible que nos ata. Dante conduce mis días en un orden de rutinas.
Su jugo de manzana y sándwich en el café de Menlo Park donde lo conocen y saludan. “Fine, fine”, responde Dante.
La caminata por Oak Avenue. Ese olor a incienso que espera en la vieja iglesia de madera donde vamos para practicar estar en silencio.
Lo beso en la frente. Hay un misterio de velas, una tibieza de aceites.
Es nuestro ritual. Una fe de silencio.
La mano de Dante junto a la mía es una catedral de a dos. Nuestra manera de decir gracias por esta vida.
Los sábados por la mañana
Son diferentes. Dante sabe que levantarnos no tiene horario, aunque siempre nos despertemos a la misma hora.
Sabe de un desayuno largo con pan y omelette. Sabe que me gusta tomar mates y compartimos mi placer de yerba cuando me dice “It´s too hot”.
Un baño caliente sin apuro y los preparativos para nuestra excursión de fin de semana.
Mill Valley es un pueblito amigo. Ha llovido y los cerezos son ahora una lluvia rosa bañando las veredas.
Escuchamos jazz, en el trayecto, por la estación de radio comunitaria del College de San Mateo.
A veces desde el Freeway 280 se ven los ciervos pastando. Los pájaros siempre cruzan el cielo.
Estacionamos en Stingson Beach. Es un sendero de esteros hasta llegar a la ciudad.
Después del almuerzo, nos sentamos a tomar un té en el café del astillero.
Dos enormes sequoias nos saludan.
Dante camina. Yo miro ese verde añejo y me pierdo en un punto de luz. “Bañarse en los árboles”.
La importancia del ritual
Pienso en Dante, pienso en sus rituales. Pienso en su manera constante y genuina de ir tapizando sus días.
Escucho que el autismo puede ser también un mantra. También un lugar de meditación.
Regresamos cruzando el puente. Veo ese hierro naranja y soberano atravesando la soledad del mar. “¿Cómo puede alguien amar a un puente?” Me lo pregunto siempre que lo cruzo.
Manejo escribiendo ese poema en mi cabeza. Algunas palabras quedan en el parabrisas, otras vienen conmigo.
Algún día ese escrito tendrá un nombre. Como la lluvia, también algún día volverá.
Lo que realmente está
Una suave y dulce recolección de ceremonias. Vamos haciendo los días, construyendo. Son sonrisas, pisadas, silencios. Una manta doblada sobre la cama. El enorme logro de ver al hijo feliz.
Hubo momentos de tumultos y crisis. Parecía que la paz no llegaría nunca. Parecía que estábamos condenados a vivir en un infierno constante. De alguna manera no quisimos aceptar esta condena. Imaginamos que otra vida era posible. La inventamos. La construimos. Hoy la tenemos y aunque no podamos explicar el por qué ni pasar ninguna fórmula, hoy es un buen día.
La melodía del afecto
Dante da besos en la nariz. Dice “Baby bear, boo, boo”… Yo sonrío y repito “Boo, boo”… Los Beatles cantan “Let me take you down, ´cause I´m going to Strawberry fields…” Nada es real.
Me sirvo otro mate, el agua ya está un poco fría.
Hay veces en la vida que uno siente que construye cosas extraordinarias. Uno se siente enorme, trascendente. Como si estuviera dejando huellas de las propias manos en el cemento fresco de una vereda. Hay otras, en que uno construye lo extraordinario, desde lo ordinario de la vida… esa constancia de hogar, ese compromiso.
Ese concepto de ser independientes
Siempre que se habla de discapacidad, se hace hincapié en la independencia. Promover seres independientes.
Lo veo a Dante circulando por su casa. Abre la heladera, toma un trozo de pan, lo pone en la tostadora. “I need help”, me dice cuando quiere abrir el frasco de mermelada recién comprada.
Lo veo sosteniendo la puerta del garaje, cuando nos encaminamos al auto. La sostiene para que yo pase. Lo veo acercándose a mi, para darme un beso. Lo veo sonreír cuando le sonrío.
Entonces siento que ser independiente, es poder ver al otro, considerarlo. Lejos de ese concepto individualista que el sistema nos ha impuesto. Ser independientes es poder querer. Cuidar al otro.
Dante ha aprendido a cuidar a la gente que lo cuida. Habla el lenguaje del cariño, del ida y vuelta.
En todos estos años esta ha sido nuestra meta con Dante. Una meta que no escribimos en los planes individuales de educación. Una meta que no contamos con porcentajes. Una meta que no es un logro a donde llegar sino un camino a construir. El mapa de los afectos donde el autismo es un sendero más a transitar en todos los misterios y escollos de la vida.