La ceremonia, un testimonio desgarrador de Adriana Briff

Es miércoles. El olor nos ha cambiado la forma de nuestras narices. Todo pesa como el humo.

Entre el asombro y el cansancio se mezcla la lentitud. Una manera de moverse, de percibir los días. De alguna manera es la vida que uno quiere ralentar para que no se queme, para alejarla de la voracidad del fuego.

Vos también lo sentís. Quizás por eso en este miércoles, en que nos levantamos tarde, querés quedarte en la ducha. Sentir el agua fresca caer en tu cuerpo. Renegar de la rapidez del día.

Tropiezo entre minutos y tostadas cuando veo que ya son las siete y cinco de la mañana.. A menos de quince minutos para que pase el colectivo a buscarte. Te ayudo a vestirte. Te miento con una cucharada de mermelada en el pan de que todo estará bien pero claro, no alcanza.

Crisis

Ahora te apretás la cara como hacés siempre en señal de protesta.  Empezás a saltar,  a gritar.

Lo que conozco como lo peor del autismo se desata. Ese torrente de gritos y nervios.

Transpiro. En el apuro, siento que llegamos tarde, que el vecino va a quejarse y dirá que es imposible vivir con nosotros en el mismo edificio.

Me descrimino y te descrimino porque me asusto. Me veo sobrepasada.

En el auto

Cuando termino de vestirte, pongo el desayuno improvisado en una bolsita de plástico. Bajamos al auto y te pido que no grites.

En el auto nos sentamos y vos gritás. Siento mi voz. Sube alta y chillona. También grito. Me tiemblan las manos, me tiembla la voz, me tiembla la mañana… Me hago llama de fuego, incendio de ira y siento que son diecinueve años de autismo y de gritos y de miedos. De momentos de descontrol…

Llegamos a la parada del colectivo y tengo dos minutos para besarte en la cabeza y decirte “no gritemos más, va a estar todo bien…» Te subo al colectivo. Mientras te ayudo a ponerte el cinturón de seguridad, te doy los panes en la bolsita de plástico… Un abrazo de amiga para que me creas. “Va a estar todo bien.”

En ese lugar

Vuelvo  al auto y me pongo a llorar… Entonces me acuerdo de no repetir. Me acuerdo de ese lugar que vengo construyendo con la ayuda de mi psicólogo, medio músico, medio mago, proveedor de letras de tangos y de citas de libros. Un psicólogo que habla… Un psicólogo que recuerda los versos de Maldoror.

Van a pasar siete horas hasta que termine la escuela y vuelva a verte. Yo no sé cómo procesa tu cabeza, si te acordás durante el día del comienzo de un día malo, si eso se te borra, si te aparece. No sé si en la escuela hay gente que te entiende, no sé qué mecanismos tenés para sobrevivir pero sé que sobrevivís.

Tengo mi celular todo el día a mi lado, por si me llaman para irte a buscar. Nadie llama.

Mando un mail y la maestra me contesta que estás bien…

Esa mañana después de llorar, de secarme las lágrimas por haber tropezado con mi humanidad, me prometo dar vuelta el día. Regalarte y regalarme una tarde de paz como una ceremonia.

Es miércoles, el último día antes que cambien la cartelera del cine Guild en la ciudad de Menlo Park.

Vos sabés que para mí los cines son mi templo.

En la escuela

Te paso a buscar por la escuela antes de la hora. Es tan mala la calidad del aire que los chicos, en todas las escuelas del área de la Bahía, no pueden salir a jugar.

Los recreos, las actividades de gimnasia y recreación, todo ha quedado cancelado.

Vos estás en un salón con los otros chicos, armando un rompecabezas. Me ves y me sonreís.

Te beso la cabeza.

Esperé siete horas para empezar la reparación y la esperanza se enciende.

Subimos al auto. Te explico que tuvimos una mañana difícil pero ahora tendremos una hermosa tarde.

“Vamos a ir a ver a un abuelito”, te digo. “Es un señor mayor que nos va a hablar y nos hará mucho bien”.

Antes de entrar al cine, te llevo a comer un sandwich a tu lugar favorito. Está cerrado por la polución del aire.

Cambiamos de plan.  Antes de cruzar la calle para ir a un café, suena el teléfono.

Es tu papá.

Una llamada fortuita

Le explico mi plan de reparación. Tu padre me escucha y asiente, aunque no entiende nada de lo que le cuento. Desde la separación tenemos un acuerdo de confianza en el otro. Ya no necesitamos entendernos, sólo saber que siempre haremos lo mejor para que el hijo esté bien.

La llamada nos demora lo suficiente para evitar ser arrollados por una señora que entra a contramano por la avenida Santa Cruz. Choca con otros dos autos y uno de ellos, de costado, descuaja de pleno un buzón que va parar en la pierna de otra  mujer comiendo un helado.

Hay ahora un tumulto de sirenas y ambulancias. Gente agolpada queriendo mirar.

El caos reinante me refrenda la decisión de ir a mi templo laico como un refugio acertado.

El cine

Los chicos que trabajan en el cine me conocen. Muchas veces soy la única espectadora.

De los siete dólares con cincuenta centavos de la entrada, sólo queda un dólar. Entonces siempre que voy compro popcorn. Cuesta siete dólares la bolsa de tamaño mediano. Un precio exorbitante, pero tres dólares de los siete, van al cine.

Necesitamos contribuir a mantener estos templos, porque no puedo ni quiero imaginar la vida sin cines. No puedo imaginar ni quiero imaginar la vida sin esa capacidad que nos dan estos films: repararnos.

Vos entrás tranquilo y confiado. Seguís mi plan.

Los chicos del cine te conocen de verte pasar por la vereda, moviendo los brazos y haciendo ruidos.

Les digo “vamos a ver qué pasa”. Me sonrien y me dicen “va a estar todo bien”. Yo agradezco ese gesto de fe.

Lucky

Es el último día en que pasan Lucky. La última película que protagonizó Harry Dean Stanton antes de partir de este mundo. La dirección de es John Carrol Lynch. Sé que David Lynch actúa en el film.

En la función de las 4:45 pm sólo cinco personas están sentadas en la oscuridad.

Por respeto nos sentamos lejos de ellos y cerca de la pantalla.

Vos comés popcorn, me das la mano y no hacés ruido.

Mi agradecimiento crece, mientras veo a Harry Dean despedirse de la vida.

Te beso la mano… “Thank you for let me see this movie”, te susurro al oído… “It’s a movie, it’s a movie”, repetís.

En el fim hay una escena que me apabulla el pecho.

Tom Skerritt  personifica a un marine ya retirado. Lucky se pone a charlar con él. Entonces Skirritt recuerda:

“Llegamos a Japón y la niña sonriendo nos recibió. Más tarde supe que no era por alegría que sonreía. Me explicaron que esa niña era budhista y sonreía porque sabía que iba a morir. Nunca vi un acto de valentía más grande en toda mi vida”.

En ese momento el film se agranda, la pantalla se agranda. Estamos ante una ceremonia.

Harry Dean Stanton mira  un cactus y sonríe.

Antes que se prendan las luces, me seco las lágrimas. Ya no son de nervios sino de agradecimiento.

Vos caminás a mi lado.

Nos vamos a cenar. A la noche te acuesto, te doy un beso, te veo dormir.

Sé que mañana será otro día. No habrá gritos.

El aire soplará y el humo también se disolverá en el aire.

Con suerte todo, salvo las vidas perdidas podrá reconstruirse.

Recuerdo la palabras del rabino Irvine Keller. “lo opuesto a la incertidumbre no es la certeza, sino la curiosidad…»

Darnos la oportunidad, no repetir, dejar las puertas abiertas…  What if

Pensar que esa posibilidad la tenemos todos, cada día, si estamos vivos.

Hacer de la vida, una ceremonia.

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