Argentinos en Los Ángeles, ¿blancos, latinos o qué?: la teoría
Segunda de cuatro partes
En “Latin Journey”, (Alejandro Portes and Robert L. Bach. Latin Journey. Cuban and Mexican Immigrants in the United States. Berkeley: University of California Press, 1985.) los autores Alejandro Portes y Robert L. Bach brindan un panorama de las teorías sobre la inmigración en el entorno argentino precapitalista, capitalista y de posguerra. Esto incluye el “push-pull”, la teoría colonialista que introduce las causas de la fuga de cerebros, el fenómeno del reclutamiento laboral para explicar otros aspectos de la migración moderna, aun cuando algunas migraciones laborales “se hayan iniciado sin ningún esfuerzo aparente de reclutamiento”.
Andamiaje teórico
Otros andamiajes teóricos como el de la “tesis de la economía dual” o los “mercados laborales duales” podrían explicar la doble actitud de los argentinos en su integración a la sociedad estadounidense: se concentran en el personal del sector oligopólico, relacionándose más con la clase media blanca estadounidense. Por otro lado, por pertenecer a la minoría inmigrante, y por los grupos gobernantes que crean una presión para ubicarlos en el mismo contingente que los provenientes de México o Centroamérica, se los ubica en el sector informal. La mera existencia de esta tensión dentro del grupo de inmigrantes argentinos (tensión que no se observa en la mayoría de los otros grupos latinoamericanos) incide en la forma en que los argentinos entienden el término “latino”.
En “Becoming Neighbors”, (Gilda Ochoa. Becoming Neighbors in a Mexican American Community. Power Conflict and Solidarity. Austin: University of Texas Press, 2004) Gilda Ochoa ahonda las ramificaciones del asimilacionismo de los inmigrantes en Estados Unidos basado en un ideal de aproximación al grupo original –blanco–. Eventualmente, los inmigrantes “se integrarán a la sociedad dominante”, volviéndose, con el tiempo, “menos identificables étnicamente”.
Esta perspectiva tiene como base la ideología de la supuesta superioridad anglosajona (los blancos), “donde el idioma español y otras prácticas culturales mexicanas son vistas como distintas e inferiores al idioma inglés y a los valores dominantes estadounidenses”, y donde la única explicación posible que la clase dominante aceptaría para la no asimilación –en otras palabras, la identificación y solidaridad con un grupo no blanco, no negro– es atribuirla al grupo no asimilado. De manera similar, Suzanne Oboler (Suzanne Oboler. “Introduction: Los Que Llegaron: 50 years of South American Immigration (1950-2000) – an overview”, Latino Studies 2005, vol 3 no1) sostiene que “los latinos están cada vez más asociados con un alto número de deserciones escolares, tasas crecientes de embarazos adolescentes, delincuencia, drogas, SIDA y otros males sociales de esta sociedad”, en las opiniones predominantes.
Aunque todos los grupos inmigrantes participan del proceso de asimilación, existen diferencias en su velocidad de adaptación o asimilación, “afectadas por tres variables: raza, religión e idioma”.
En general, cuanto más blanco, protestante y angloparlante sea un grupo, más rápido se asimilará. Nuevamente, esto nos da pistas sobre las posibilidades de asimilación de los inmigrantes argentinos, que por lo general son blancos, hablan inglés relativamente fluido y tienen un nivel educativo más alto; sin embargo, el 92% de los inmigrantes argentinos son católicos, no protestantes como la mayoría de los estadounidenses.
En el caso de Argentina muchas de las fuentes y explicaciones están presentes. Por ejemplo, nunca hubo reclutamiento de mano de obra argentina por parte de Estados Unidos como con los chinos o mexicanos, sino que una crisis interna jugó un papel importante en el “empuje”. Las olas migratorias de 1976-1983 y 2001-2003 pueden verse como una solución local a problemas internos, aunque los problemas en realidad han sido según ella inducidos por la expansión de un sistema económico global… “todos [fueron] consecuencias del desarrollo de una economía internacional y de los modos cambiantes de incorporación de los países a ella”.
La construcción social de la identidad latina
El dominio de Estados Unidos sobre México está indeleblemente relacionado con la identidad latina. Esa es de hecho la fuente original de la imagen del mexicano-americano –como lo sugiere Gilbert González (Gilbert G. González. Culture of Empire. American Writers, Mexico, & Mexican Immigrants, 1880-1930. Austin: University of Texas Press, 2004, 239 pp). Por extensión es la causante de la imagen de otros latinoamericanos incorporados a la etiqueta “latino”. México fue donde se colocó “el gran exceso de capital ahorrado” de Estados Unidos, dice González. El inicio del término latino, y en sentido amplio la percepción del mexicano, el mexicano-americano y el latinoamericano en Estados Unidos data, como lo muestra de fines de la década de 1880 y principios de la de 1890, lo que corresponde históricamente al inicio de las inversiones de capital estadounidense en México.
“La conquista económica”, afirma el autor, “la conquista pacífica,… construyó las relaciones económicas entre Estados Unidos y México”. Cuando, con las crisis resultantes sobrevino una inmigración aún más masiva a Estados Unidos, las imágenes migraron también, estableciéndose en Estados Unidos la imagen del mexicano-americano que conocemos.
Los valores ideológicos creados en Estados Unidos mientras utilizaba los recursos de México sirvieron para crear un modelo racista para las personas de origen mexicano que vivían en Estados Unidos. La imagen del mexicano se estaba convirtiendo en un mestizo racial, un mestizo fracasado, el chico del “mañana”, perezoso e incompetente, ajeno al sentido estadounidense del tiempo y la urgencia de trabajar. Un paralelo a lo forjado por la colisión entre una sociedad rural y una industrializada.
Fue así como los inmigrantes argentinos llegaron a una sociedad que ya llevaba preparada esta concepción del latino.
El historiador Juan González (Juan Gonzalez. Harvest of Empire. A History of Latinos in America. New York: Penguin Books, 2001, p. 77.) explica cómo la penetración histórica, física y económica de EE.UU. fue la causa principal de la inmigración de mano de obra desde los países latinoamericanos. Afirma que fueron las acciones de EE.UU. en el extranjero las que crearon las comunidades hispanas en Los Ángeles, Miami, Chicago, Nueva York, que se amalgamaron en el concepto étnico que ahora llamamos “latino”.
La historia de Estados Unidos y la de América Latina son un relato integrado, donde el desarrollo económico de este país, su necesidad de expansión hacia los mercados al sur de la frontera, detuvo el desarrollo similar de los países latinoamericanos, mientras que la demanda de mano de obra y el el empobrecimiento resultante incentivaron la consecuente migración, entre todos los lugares, a Estados Unidos.
Este contexto también condicionó la percepción de esos inmigrantes por parte de la población existente, en el caso de los mexicanos, como afirma Gilda Ochoa, “la recepción muchas veces hostil que encontraron los inmigrantes mexicanos reprodujo las jerarquías raciales, étnicas y de clase que surgieron durante la conquista del norte de México en el siglo XIX”; específicamente, estas percepciones enraizadas en la expansión territorial de Estados Unidos hacia el sur crearon, como escribe la autora, “políticas, prácticas e ideologías” que resultaron en “un sistema de racismo y discriminación”.
Finalmente, la propia imagen de la identidad nacional estadounidense, según Suzanne Oboler, se desarrolló al menos parcialmente a través de la comparación con los latinoamericanos: “a través de la creación de percepciones racializadas que homogeneizaron a la población de América Latina y que a su vez sentaron las bases para el posterior surgimiento de la etiqueta ‘hispano’ en el siglo XX”.