Los migrantes ´buenos´
Carlos es un ecuatoriano que llegó a Nueva York hace unos 20 años. Es simpático, platicador y nada tímido, así que ser conductor de taxi le queda como anillo al dedo. Siempre comienza la charla con algo sobre el clima, algún dato curioso para los turistas y poco a poco intenta “tantear el agua” para hablar de política, ¡le encanta!
Cuando entra en confianza, el hombre, de unos 40 o 50 años, empieza a hablar de su país natal. Critica la falta de liderazgo, condena la violencia, exige mano dura contra el crimen organizado y propone un combate más frontal a la pobreza. Habla de su Ecuador con nostalgia y, aunque sabe que esos viejos tiempos en la costa no volverán y que él ya no se imagina viviendo allá, le duele lo que pasa en su tierra. Luego culpa a los migrantes.
– “Toda esa gente de fuera”, sentencia.
Me desconcierta. El tramo entre la oficina y el hotel en Nueva York es corto, pero con el tráfico se siente como una eternidad. Por lo general, cuando estoy en La Gran Manzana camino a todos lados, pero con las temperaturas congelantes y mis principios de neumonía tomé la sensata decisión de pedir el raite. Diez minutos después me cuestiono si fue lo mejor. La retahíla de Carlos contra los migrantes me abruma y siento que me falta el aire.
Lo interrumpo con sutileza y me disculpo de antemano por la pregunta incómoda.
-Carlos, ¿tú eres migrante?, le pregunto.
– ¡Ahhhhhhhh, sí!, pero de los buenos, contesta sin vacilar.
No me da tiempo de responder con otra pregunta. Sigue hablando sin agarrar aire. Dice que cuando él llegó acá sus papás pudieron “arreglarle los papeles” y fue facilísimo. En un dos por tres ya estaba trabajando en restaurantes y poco después en donde está el dinero: la construcción.
Asegura con firmeza que en todos sus trabajos se topó con esos migrantes que no se asimilan ni se adaptan, que no aprenden inglés ni las leyes, que exigen como si merecieran, que tratan de imponer su música y su comida, que no respetan las leyes de esta casa ajena en la que los están albergando… y mil cosas más. No son criminales, aclara, pero son molestos y encajosos. Por eso Ecuador está como está, sentencia; por eso Nueva York va a donde va, condena; por eso Estados Unidos necesitaba que volviera Trump, celebra.
-¿Tú eres de los buenos?, alcanzo a preguntar en un segundo de pausa que hizo para tomar algo.
Y con orgullo dice que sí.
Seguimos la conversación. Confiesa que después de 20 años no habla inglés y todos los domingos va con la familia a un restaurante ecuatoriano en Queens y que extraña muchísimo las fiestas, los olores y la música de su tierra. Y cuando enlistaba eso que tan feliz lo hacía de Nueva York, quizá cayó en cuenta por un instante que tal vez los otros no son los malos, solo tienen una nostalgia más arraigada.
Pero no cede. Él se siente orgulloso de estar en el lado correcto de la historia con su apoyo al presidente electo a Trump y desearía que hubiera uno como él en Ecuador, su tierra a la que nunca volverá a echar raíces, para que pusiera paz.