Seis poemas de Octavio Paz

Acabar con todo

Dame, llama invisible, espada fría,

tu persistente cólera,

para acabar con todo,

oh mundo seco,

oh mundo desangrado,

para acabar con todo.

Arde, sombrío, arde sin llamas,

apagado y ardiente,

ceniza y piedra viva,

desierto sin orillas.

Arde en el vasto cielo, laja y nube,

bajo la ciega luz que se desploma

entre estériles peñas.

Arde en la soledad que nos deshace,

tierra de piedra ardiente,

de raíces heladas y sedientas.

Arde, furor oculto,

ceniza que enloquece,

arde invisible, arde

como el mar impotente engendra nubes,

olas como el rencor y espumas pétreas.

Entre mis huesos delirantes, arde;

arde dentro del aire hueco,

horno invisible y puro;

arde como arde el tiempo,

como camina el tiempo entre la muerte,

con sus mismas pisadas y su aliento;

arde como la soledad que te devora,

arde en ti mismo, ardor sin llama,

soledad sin imagen, sed sin labios.

Para acabar con todo,

oh mundo seco,

para acabar con todo.

Dos cuerpos

Dos cuerpos frente a frente

son a veces dos olas

y la noche es océano.

Dos cuerpos frente a frente

son a veces dos piedras

y la noche desierto.

Dos cuerpos frente a frente

son a veces raíces

en la noche enlazadas.

Dos cuerpos frente a frente

son a veces navajas

y la noche relámpago.

Dos cuerpos frente a frente

son dos astros que caen

en un cielo vacío.

El desconocido

La noche nace en espejos de luto.

Sombríos ramos húmedos

ciñen su pecho y su cintura,

su cuerpo azul, infinito y tangible.

No la puebla el silencio: rumores silenciosos,

peces fantasmas, se deslizan, fosforecen, huyen.

La noche es verde, vasta y silenciosa.

La noche es morada y azul.

Es de fuego y es de agua.

La noche es de mármol negro y de humo.

En sus hombros nace un río que se curva,

una silenciosa cascada de plumas negras.

La noche es un beso infinito de las tinieblas infinitas.

Todo se funde en ese beso,

todo arde en esos labios sin límites,

y el nombre y la memoria

son un poco de ceniza y olvido

en esa entraña que sueña.

Noche, dulce fiera,

boca de sueño, ojos de llama fija y ávida,

océano,

extensión infinita y limitada como un cuerpo acariciado a oscuras,

indefensa y voraz como el amor,

detenida al borde del alba como un venado a la orilla del susurro o del miedo,

río de terciopelo y ceguera,

respiración dormida de un corazón inmenso, que perdona:
el desdichado, el hueco,

el que lleva por máscara su rostro,

cruza tus soledades, a solas con su alma.

Tu silencio lo llama,

rozan su piel tus alas negras,

donde late el olvido sin fronteras,

mas él cierra los poros de su alma

al infinito que lo tienta,

ensimismado en su árida pelea.

Nadie lo sigue, nadie lo acompaña.

En su boca elocuente la mentira se anida,

su corazón está poblado de fantasmas

y el vacío hace desiertos los latidos de su pecho.

Dos perros amarillos, hastío y avidez, disputan en su alma.

Su pensamiento recorre siempre las mismas salas deshabitadas,

sin encontrar jamás la forma que agote su impaciencia,

el muro del perdón o de la muerte.

Pero su corazón aún abre las alas

como un águila roja en el desierto.

Suenan las flautas de la noche.

El mundo duerme y canta.

Canta dormido el mar;

ojo que tiembla absorto,

el cielo es un espejo donde el mundo se contempla,

lecho de transparencia para su desnudez.

Él marcha solo, infatigable,

encarcelado en su infinito,

como un solitario pensamiento,

como un fantasma que buscara un cuerpo.

Epitafio para un poeta

Quiso cantar, cantar

para olvidar

su vida verdadera de mentiras

y recordar

su mentirosa vida de verdades.

Escrito con tinta verde

La tinta verde crea jardines, selvas, prados,

follajes donde cantan las letras,

palabras que son árboles,

frases que son verdes constelaciones.

Deja que mis palabras, oh blanca, desciendan y te cubran

como una lluvia de hojas a un campo de nieve,

como la yedra a la estatua,

como la tinta a esta página.

Brazos, cintura, cuello, senos,

la frente pura como el mar,

la nuca de bosque en otoño,

los dientes que muerden una brizna de yerba.

Tu cuerpo se constela de signos verdes

como el cuerpo del árbol de renuevos.

No te importe tanta pequeña cicatriz luminosa:

mira al cielo y su verde tatuaje de estrellas.

Frente al mar

1

¿La ola no tiene forma?

En un instante se esculpe

y en otro se desmorona

en la que emerge, redonda.

Su movimiento es su forma.

2

Las olas se retiran

¿ancas, espaldas, nucas?

pero vuelven las olas

¿pechos, bocas, espumas?.

3

Muere de sed el mar.

Se retuerce, sin nadie,

en su lecho de rocas.

Muere de sed de aire.


Publicado originalmente en Palabra Abierta, el suplemento literario de Hispanic L.A. . Edición a cargo de Manuel Gayol Mecias. Primera publicación: 16 Mar 2011

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Autor

  • Octavio paz y nuestro lenguaje

    Octavio Paz nace en la ciudad de México en 1914, cuando el país se encuentra en plena lucha revolucionaria. Pasa parte de su niñez en los Estados Unidos y en su vida adulta vive en Francia y la India debido a su actividad como diplomático mexicano. Colaboró activa y constantemente en el impulso de la cultura a través de la fundación y participación en innumerables revistas, como Taller, Plural y Vuelta. También fungió de profesor, conferencista, periodista y diplomático. Recibió varios premios literarios, como el del Príncipe de Asturias, el Premio Cervantes y el de Tocqueville. Pero el mayor de todos fue el Premio Nobel, en 1990, otorgado como reconocimiento universal a su obra. Fue el primer escritor mexicano en recibirlo, y uno entre los varios concedidos a los autores de la literatura hispánica. La crítica, en general, se ha centrado en algunos de sus libros como los ensayos El laberinto de la soledad y El arco y la lira y los libros poéticos Libertad bajo palabra, Ladera Este y El mono gramático.

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2 comentarios

  1. Oh! hispanica palabra, que absorto me deja en cada linea.
    transparante, desnudo, me deja en mi lecho,
    dormido como el mar, mientras las flautas suenan de noche.
    Gracias por recordarme a un grande de la palabra; medio fresa, pero grande de la palabra.
    jorgesalas

  2. Manu: Qué grande, qué maestro Paz. Mañana 24 iré a ver a la mítica galerista Elvira González, ya muy anciana, que me lo presentara. Inmenso poeta para siempre. Magnífica selección, querido hermano Gayol. Alberto Lauro.

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