El Fogón Virtual de Hispanicla agregó a sus encuentros mensuales de los viernes una nueva sección de cine para abrir la puerta a un intercambio de ideas desde la mirada sensible de este arte.
Nuestro ciclo se inició con una proyección exclusiva del film documental de la directora Cynthia Sabat, “Fuego Eterno”, el pasado 25 de septiembre, para el cumpleaños número 80 de Raymundo Gleyzer. El cineasta/documentalista fue asesinado y desaparecido por la dictadura de Videla, el 27 de mayo de 1976. Ese día se conmemora en Argentina el Día del Documentalista.
Nuestra agenda continuó el pasado 27 de septiembre, cuando nos sumamos con un saludo virtual, a la conmemoración por los 30 años de la proyección del documental “La Escuela de la Señorita Olga”, del cineasta rosarino Mario Piazza.
Piazza, precursor y referente del cine Super 8 en Rosario, contó para esta realización con el apoyo del cineasta Tristán Bauer en fotografía y el film se realizó en 16 milímetros. Es un material de estudio e interés para todos aquellos abocados a conocer y difundir la experiencia innovadora de las maestras Olga y Leticia Cossettini.
La Escuela Serena
En 1935, Olga Cossettini, maestra y pedagoga oriunda de San Jorge, provincia de Santa Fe, se hizo cargo de la dirección de la escuela primaria Gabriel Carrasco, en el barrio Alberdi, de la ciudad de Rosario.
En esos años, Alberdi era casi un pueblo, rodeado de casas bajas, huertas y árboles frutales. Olga abrió la escuela a esa geografía. Desde la concepción de que el niño es un sujeto de activa transformación social, incorporó todos estos elementos de la naturaleza y la vida cotidiana al diario aprendizaje del alumno.
En la escuela de la señorita Olga, los chicos aprendieron a calcular el perímetro, con una regla y un lápiz tomando mediciones en la plaza del barrio. Estudiaron las ciencias naturales desde la observación de las plantas que crecían en sus calles y jugaron en los recreos con la arena que enmarcaba las costas del río Paraná, límite natural de sus universos.
En esos años, donde la autoridad y hasta el castigo corporal eran la norma para implementar la educación y el respeto, estos métodos de enseñanza eran considerados una excentricidad o una pérdida de tiempo. “Los chicos no aprenden mucho pero la pasan muy bien”, le dijo una vecina del barrio a una mamá cuando preguntó referencias para anotar a su hija en el colegio.
La escuela Serena o Escuela Viva, como se llama en la actualidad, contó desde el inicio con un defensor fiel para la divulgación de sus ideas pedagógicas, el arquitecto Hilarión Hernández Larguía. Diseñador junto con el ingeniero Juan Manuel Newton del Museo de Bellas Artes Juan B. Castagnino. Larguía fue el promotor de un programa donde las actividades del museo y las pedagogías de las maestras Cossettini se fundieron en múltiples actividades.
En esta sede Olga brindó su conferencia “El niño y su expresión” que junto con fotografías realizadas en esa institución, dieron lugar a un libro de actual referencia pedagógica.
El museo fue sede también de las presentaciones de la señorita Leticia con «La Orquesta de los Niños Pájaros», el teatro de títeres y la exposición de acuarelas de los alumnos de la escuela experimental Carrasco.
Arte y Educación
La actriz Margarita Xirgu, las poetas Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, el escritor Juan Ramón Jimenez, autor del clásico para niños «Platero y yo», el cineasta Fernando Birri, el titiritero Javier Villafañe, eran algunos de los visitantes de la escuela, compartiendo sus propias obras con las que los alumnos creaban, en ese reciento donde no existía la campana sino la música para anunciar los recreos.
Esa misma dinámica se vivía en la casona del arquitecto Larguía, al otro extremo de la ciudad pero también cercana al río. Allí iban a hospedarse músicos y artistas de todo el mundo. Leonard Bernstein, Jorge Luis Borges, Atahualpa Yupanqui entre otros. “Sonaba un bongó y todos salían de las habitaciones donde estaban conversando o tocando música para tomar el té” recuerda Mariana, la nieta del arquitecto.
El cierre de la escuela
“¿Por qué se acaba todo, por qué no sirven las experiencias de los demás para conducir a un plano más alto, acorde con la sociedad y con los hombres? ¿Resulta siempre peligroso abrir los ojos a alguien para que se encuentre con la verdad?”. Esa pregunta registrada en el minuto 42:30 del documental de Mario Piazza, queda flotando en el aire, nos interpela. Nuestra historia personal y social podría cuestionarse desde ese lugar.
En esos años 30, en que las hermanas Cossettini convocaron para armar este proyecto pedagógico educativo y revolucionario, la infancia no era una prioridad en la sociedad. Los niños eran sometidos a sistemas educativos autoritarios, donde hasta el castigo corporal estaba admitido. La educación primaria era obligatoria pero muchos debían abandonar sus clases para ir a trabajar y ayudar a sus familias. Los barrios humildes eran diezmados diariamente por la tuberculosis y las infancias se lavaban los dientes con los rescoldos de las cenizas del calentador que les había protegido del frío la noche anterior.
El gobierno del General Perón en 1945, elevó el nivel de vida de los argentinos a un lugar jamás conocido en Argentina. La población supo de beneficios sociales, educación, asistencia médica, salarios dignos y regulación de las jornadas laborales. “Los únicos privilegiados son los niños” fue la consigna para asegurar una niñez sin carencias y la garantía de un futuro mejor. Sin embargo, este gobierno fue quien clausuró la Escuela Serena por “razones políticas”. Un precinto atravesado en la puerta que conducía a la planta alta de la casa de la directora, le prohibió la entrada y Olga Cossettini fue apartada de sus funciones como directora de su escuela. Para los alumnos fue como si le sacaran a su propia madre de su casa. Una violencia que aún recuerdan.
Las autoridades nunca respondieron a las protestas inmediatas ni a los pedidos y numerosas cartas que Olga Cossettini elevó al Ministerio de Educación para que se reconsiderara su caso.
En 1955, cinco años después, quienes se llamaban defensores de la libertad, apoyaron un bombardeo nefasto para derrocar “al tirano” que mató cientos de civiles un mediodía de septiembre. Una de esas bombas cayó sobre un transporte escolar que conducía a alumnos de primaria a una excursión para conocer la Casa Rosada. Murieron todos. Esos niños podrían haber sido también los alumnos de la señorita Olga.
Una amistad de toda la vida
Las hermanas Cossettini y el arquitecto Hernández Larguía continuaron desarrollando sus sueños y llevando adelante sus ideales.
“No tenemos un registro fotográfico ni puedo precisar la fecha, nos cuenta Mariana, pero llegó una exposición de Joan Miró al Museo Castagnino y el Tata, junto con Olga y Leticia, llevaron las pinturas a la plaza Dumont de Alberdi para que los vecinos disfrutaran de estas obras”.
“Te define lo que hacés, no la etiqueta que te ponés”, le decía don Hilarión a su nieta Mariana, mientras la llevaba de la mano, a presenciar en primera fila sus clases en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Rosario.
El arquitecto compartía con las hermanas Cossettini el mismo ideario de participación e integración. Un ejercicio de ruptura diaria, desarmando categorías y creciendo en las diferencias.
“Para Tatalión, así lo llama su nieta desde el recuerdo de su cariño, la arquitectura debía estar vinculada al hombre, en relación con la escala humana». Detestaba los edificios enormes que hacían sentir al ser humano un ser inferior.“Que la gente se apropie de la inteligencia colectiva como un semillero”, ese era su pensamiento, nos cuenta Mariana desde su casa de Barcelona donde actualmente reside.
Creían en la magia de transformar el mundo, ejercían el arte de soñar despiertos. “Recuerdo que estábamos con Leticia en la dirección del Centro Cultural Parque España esperándolo al maestro, y cuando finalmente llega Birri, Leticia lo saluda diciéndole «¡el mago!”, y Birri le contesta, «¡el hada!». Eran dos personas muy especiales”, evoca el director Mario Piazza en una entrevista reciente para el diario La Capital de la ciudad de Rosario.
Un semillero que florece
La maestra Amanda Pacotti, hoy propulsora y activa participante de la Red Cossettini, es una de las ex alumnas y alumnos de la Escuela Serena de aquellos años que continuó con la tarea de participación y enseñanza que vivió con sus maestras. Junto con un cuerpo de docentes han realizado la exhaustiva y necesaria tarea de registro para conservar y difundir los archivos Cossettini. Hoy es una red educativa que se extiende por toda Latinoamérica, Europa y Estados Unidos.
La educación está en crisis y es alarmante ver la grosera reducción del ser humano a números en tests y porcentajes, como sucede en Estados Unidos, después de la devastadora reforma educativa impulsada por Bush en “Not Child Leftt Behind.”
La semilla crece y florece aunque se le pegue a la mano del que la siembra.
Nuestro continente está lleno de ejemplos de seres mágicos, que pese a todas las dificultades llevan sus idearios a la práctica y hacen de sus vidas, actos diarios de generosidad. En la mayoría de los casos nunca sabremos sus nombres, en otras, no debemos olvidarlos.
La ciudad de Rosario siempre ha sido semillero de arte y transformación, como lo es cada ciudad de nuestra hermosa America Latina.
Hoy la magia sigue bañando las infancias con proyectos independientes culturales, el feminismo se moviliza como un cuerpo social con identidad de calle. Se visualizan las violencias para sanar estructuras tóxicas y nocivas que tristemente están destruyendo nuestro hábitat y nuestro planeta.
El movimiento de los humedales, milita diariamente para recuperar ese río Paraná, ahora amenazado por la sequía a causa de la avaricia del poder y la desidia de la políticos de turno. Una Ley de humedales es un urgencia. Esta demanda se visualiza con la revalorización de los cuadros del pintor de las islas, Raúl Dominguez, acompañada por la voz del poeta Nacho Estepario.
La historia es una enorme ola que nos atraviesa, verde como la esperanza, como esas hojas brillantes que los chicos de la escuela Serena miraban embelesados para entender el proceso de la clorofila.
Las mujeres hoy decimos en la vida, “somos las brujas que no pudieron quemar.” Yo imagino que las hermanas Cossettini dicen “somos la escuela que no pudieron cerrar” caminando del brazo con don Hilarión, “de overol, corbata a moñito y su cartera “shisca” cruzada sobre su pecho para ir a hacer los mandados”, así lo recuerda su nieta Mariana.