Nacimos con huevos. Sí; aunque la sociedad ha intentado castrarnos. Tenemos los huevos de la fertilidad y de la historia; de la vida y la fecundidad. Nosotras somos las de los huevos… y los ovarios. Somos fuertes. Somos valientes. Somos mujeres que se han cansado ya de la etiqueta del sexo débil.
Somos las hijas de la lucha; somos las nietas de la sumisión; somos las madres de la igualdad; somos la generación que ya no se calló. Somos, a la par de ellos. Quizás más tenaces, porque nunca hemos tenido el derecho de ser solo por sexo. Nadie nos heredó privilegios.
Somos las mujeres de poemas y rosas, de pantalones y computadora, de plegarias silenciosas y libertades religiosas. Somos las hijas del sol y amantes de la luna: Con escote, con descaro, con poder, con mirada altiva y zapatos altos. Somos la imagen del contraste de lo que queremos, podemos, debemos y soñamos ser.
Somos. Así: Somos.
En el “Día Internacional de la Mujer” no queremos halagos, sino oportunidades; no queremos flores, sino aumentos de sueldo; no queremos vajillas, sino poder de decisión; no queremos pintauñas rosa, sino un arcoíris de igualdad; no queremos permiso, queremos poder ser.
Queremos que no nos callen y que no nos maten.
Queremos que no nos acosen ni nos chiflen por las calles.
Queremos vivir sin miedo.
Queremos que no nos violen.
Queremos que no nos desprecien por nuestras decisiones.
Queremos que no nos crucifiquen por la maternidad.
Queremos que dejen de criticar la soltería y que hablemos sin tapujos de la infertilidad.
Queremos votar, marchar, opinar, cuestionar, escribir y criar.
Queremos dejar de ser las sacrificadas y abnegadas.
Queremos la polémica, complicada y trillada justicia.
Queremos lo mismo, sin regatear.
Tampoco queremos ser hombres. No. A ellos los amamos, los respetamos, los admiramos, los responsabilizamos y los perdonamos. Queremos ser mujeres, con todas nuestras incongruencias, crisis y hormonas… ¡nos gusta ser ellas!
Tampoco queremos sus huevos, nosotros tenemos los nuestros y los preferimos porque procrean, porque sangran, porque liberan, porque nos hacen fuertes y vulnerables: porque nos hacen ser la fuente eterna de vida. Los nuestros nos bastan, aunque a veces nos condenan.
Sí, queremos que todos los días sean de la mujer… y del hombre… y de todos. Queremos que la vida, la sociedad y la familia nos trate igual. Queremos un futuro alentador no la repetición de una historia de por sí dolorosa. No queremos maldecir a la genética. No queremos que la felicidad se defina por un cromosoma ni la plenitud por un género. Queremos que nuestras hijas sean libres y no se enfrasquen en estas mismas batallas.
Queremos andar y hacer camino para tener algo realmente que festejar.
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