Doña Angelina Santos de Salvatierra fue una señora amable, sencilla y muy bondadosa. En el pueblo todos la respetaban y, hasta el día en que murió, hizo honor al nombre con la que la habían bautizado.
Decían que cuando era jovencita era muy bonita y que muchos la pretendían, pero ella había entregado su corazón a don Pedro Salvatierra, con quién se casara y tuviera cuatro hijos. Contaban también que durante la boda religiosa, cuando el cura dijo “los declaro marido y mujer hasta que la muerte los separe”, Angelina, entre dientes, había musitado: “ni la muerte podrá separarnos”.
Su amor por don Pedro había sido incondicional; consagró su vida a sus hijos y a su marido. Adonde estaba él, Angelina con su radiante sonrisa lo acompañaba como una fiel esposa. Pedro se enorgullecía de ella, siempre lista para atenderlo, cuidarlo o acatar las órdenes que le diera.
Apenas llevaban dos meses de casados cuando Pedro, que trabajaba para el ferrocarril, sufrió un grave accidente. Su pierna derecha había quedado atascada entre dos rieles y, ante la inminencia de un tren que estaba en camino, tuvieron que amputarle algunos dedos. Durante los meses que duró la convalecencia, Angelina redobló sus esfuerzos para satisfacer los requerimientos de Pedro quien, por las secuelas del accidente, la postración y el encierro, fue transformándose en un ser cada día más agresivo y exigente. Pasaron los meses y Angelina trajinaba entre atender la casa, un marido malhumorado y un embarazo que llegaba en el momento menos esperado.
Cuando Pedro comenzó a caminar otra vez, el ferrocarril decidió jubilarlo por incapacidad, lo que lo sumergió en una profunda depresión y rencor hacia todo el mundo; especialmente hacia Angelina. Fue entonces que en su desesperación por ayudarlo y ayudar a su familia, que ya comenzaba a crecer, Angelina le sugirió poner un negocio. Su padre, don Ramón Santos tenía un vivero en la ciudad y Angelina, que había crecido en ese ambiente, conocía los secretos de las plantas y además, como decía su mamá, tenía buena mano. Planta que tocaba, crecía sin parar. …..
Fue así como comenzaron con el vivero, que fue creciendo tanto como la familia y los ingresos. Angelina se ocupaba de la casa, del marido, los niños y el negocio, que gracias a su amable personalidad, su conocimiento y buen gusto, se fue transformando en el único de la zona que tenía las más variadas y raras especies. Venían de la ciudad buscando flores exóticas, plantas singulares, helechos para decorar interiores. Lo que buscaran, Angelina lo tenía. …..
Don Pedro se vanagloriaba del negocio y su prosperidad, cuando el mérito era sólo de Angelina, quien trabajaba de sol a sol sacándole el jugo a su ingenio y creatividad. Obviamente, ante el peso de tantas obligaciones, Angelina ya no tenía el tiempo, ni la energía para mimar a ese Pedro que era el amor de su vida. Pero se sentía orgullosa de sus logros y contenta que Pedrito pudiera descansar ya que tanto lo había afectado el accidente. Pedro, en lugar de apreciar los esfuerzos que su mujer hacía, comenzó a salir con amigos y, a veces, con mujeres de mala reputación. Angelina hacía oídos sordos de los comentarios que circulaban por el pueblo, porque en su interior pensaba que Pedro la amaba tanto como ella a él y que esto era solo una distracción para calmar su enojo con la vida. …..
Los niños, la casa y el negocio, no le dejaban a Angelina tiempo para sí misma y el mal acostumbrado Pedro comenzó a requerirle cada día más, como si fuera su doméstica o una de las mujeres que frecuentaba y, cuando no lo complacía, comenzaba a vociferar y, de vez en cuando, hasta le tiraba algún sopapo. …..
Angelina, criada a la antigua, fiel a su marido, aguantaba sin decir palabra, tratando de congraciarse con un Pedro que ya ni la miraba y sólo le dirigía la palabra para pedirle plata para salir. Finalmente, tuvo que poner dos empleados que la ayudaran porque don Pedro andaba ocupado persiguiendo muchachitas “y no tenía tiempo para andar regando plantas”, le diría en una de sus diatribas semanales, delante de los empleados.
Pasaron los años y los hijos, ya crecidos, se marcharon dejando a Angelina en una soledad que cada día pesaba más y que de no haber sido por sus plantitas, tal vez la hubiera enloquecido. Ella lo amaba, pero no a este Pedro que llegaba trasnochado, con tragos de más y le gritaba y pegaba cada vez con más frecuencia, sino a aquel muchachito del que se enamoró de una vez y para siempre. Angelina no hacía comentarios de lo que ocurría en la intimidad de su casa, pero las paredes eran delgadas y los empleados, ante los gritos de don Pedro, pegaban las orejas contra la puerta para no perderse detalle. …..
El pueblo era testigo silencioso de lo que pasaba en la casa de los Salvatierra, además Carmela Juárez, la empleada de más confianza y vecina de toda la vida, era la única con quién Angelina de vez en cuando descargaba sus penas y era ella quien le retocaba el maquillaje para que ocultara un ojo negro o un labio partido. Carmela no era chismosa, pero ante tanto abuso, a veces no podía ocultar su enojo y, un poco a propósito y otro poco sin querer, dejaba deslizar algún comentario en la panadería o en el almacén que no tardaba en desparramarse como reguero de pólvora.
Como el pueblo había hecho causa común con Angelina, a Pedro sólo le quedaban los amigos de juerga y parranda que, para suerte de muchas, no eran la mayoría. Para entonces comenzó a buscar nuevas amistades en los pueblos vecinos.
Se decía que andaba con ésta y con aquella, y que lo habían visto aquí y allá. Nadie le decía nada a Angelina pero siempre alguien, mal o bien intencionado, dejaba deslizar comentarios para que Angelina escuchara y, como en los pueblos chicos todo se sabe, sólo había que sumar dos más dos para que Angelina supiera de quién estaban hablando.
Los golpes se sucedían cada vez con más frecuencia. Para ocultar los moretones en los brazos, no usaba mangas cortas aunque la temperatura fuera de más de 40 grados Y aunque en esa época las mujeres de su edad no usaban pantalones, ella comenzó a hacerlo para que no vieran las cicatrices que dejaba el cigarro apagado contra su piel. En el vivero había un sector que estaba destinado a las plantas y flores que eran de uso medicinal. Dicen que la Siempreviva, un arbusto pequeño con flores amarillas y escaso aroma, simboliza “Declaración de Guerra, Inmortalidad, Larga Permanencia, Tu lo has Querido”.
Angelina cuidaba con dedicación esta parte del vivero, no sólo porque la planta, por sus propiedades curativas, le traía alivio a sus quemaduras, sino porque deseaba ser como la planta: guerrera, inmortal, peleadora y hacer algo por su vida. Pero no era suficiente regarla, cuidarla, frotársela por el cuerpo. Ella era la única que podía hacer algo para cambiar su miserable vida por algo más digno, pero le faltaba el valor para tomar una decisión.
Los comentarios eran cada día más dolorosos, casi tanto como los golpes que recibía. Los rumores sugerían que Pedro andaba planeando dejar a Angelina y mandarse a mudar a la capital. Carmen, ya no encontraba las palabras para consolar a una Angelina cada día más abatida por los golpes y la humillación.
Y ocurrió. Aquella mañana no se abrió el negocio. Carmen sabiendo dónde estaba la llave, abrió la puerta y fue derecho a la casa, donde una Angelina bañada en llanto, desgreñada y desconsolada, yacía sobre la cama. Carmen, asustada, llamó a doña Paulina, la otra vecina, quién en menos de una hora había hecho correr la voz de que Pedro, el infame Pedro, había juntado sus petates y se había largado.
Pasaron días y hasta semanas, para que Angelina volviera a ser la de antes. Y tuvieron que transcurrir varios meses, para que ella comenzara a resplandecer y dejara de ser la esposa golpeada y humillada, para convertirse en una señora amable, sencilla y muy bondadosa, tal como la conocimos los que éramos más jóvenes.
El pueblo se acostumbró a esta nueva Angelina, trabajadora como siempre pero relajada y hasta se diría feliz. Su negocio, ahora más próspero que nunca, la absorbía completamente, y ella estaba contenta de hacer lo que siempre supo hacer. El lote de las Siemprevivas, que ahora rebozaba de nuevos retoños, era su fuente de inspiración y la planta que más lucro le dejaba, ya que la recomendaba con la seguridad del resultado prometido. …..
Cada tanto alguien que viajaba a la capital rumoreaba que habían visto a Pedro del brazo de una rubia despampanante, otras que estaba pobre y desahuciado de una enfermedad maligna, pero lo cierto es que de Pedro nunca más se supo y Angelina jamás volvió a mencionar su nombre.
Angelina Santos de Salvatierra hizo honor a su nombre hasta el día de su muerte, acaecida casi veinte años después de que Pedro la abandonara. En su testamento, dejó todos sus bienes a sus hijos y nietos y pidió, especialmente, que su cuerpo fuera enterrado donde la Siemprevivas. Siguiendo al pie de la letra su póstumo deseo, y previo permiso municipal y del gobierno de la provincia, se autorizó a que el cuerpo de doña Angelina Santos de Salvatierra fuera enterrado en el vivero de su casa, debajo de las Siemprevivas.
El pueblo se acercó a rendir un último homenaje a esta mujer que tanto había sufrido y que supo sobreponerse a tanta indignidad, y José Pacheco, enterrador del cementerio municipal, estuvo a cargo de cavar la fosa, siguiendo las instrucciones que doña Angelina con puño firme había detallado en su testamento, con instrucciones precisas de donde debían cavar para que no arruinaran las Siemprevivas.
Después de la décima palada, el pozo, que aún no era muy profundo, dejó ver una pequeña cajita metálica. Le removieron la tierra y al abrirla había una nota con la letra de doña Angelina que decía: “Símbolo de las Siemprevivas: Declaración de Guerra, Inmortalidad, Larga Permanencia, Tu lo has Querido”. Todos se miraron sin comprender. José Pacheco dio otras diez paladas y tocó algo duro, escarbó la tierra un poco más y los huesos de Pedro Salvatierra brillaron bajo la luz.
LAS SIEMPREVIVAS
Doña Angelina Santos de Salvatierra fue una señora amable, sencilla y muy bondadosa. En el pueblo todos la respetaban y, hasta el día en que murió, hizo honor al nombre con la que la habían bautizado.
…..Decían que cuando era jovencita era muy bonita y que muchos la pretendían, pero ella había entregado su corazón a don Pedro Salvatierra, con quién se casara y tuviera cuatro hijos. Contaban también que durante la boda religiosa, cuando el cura dijo “los declaro marido y mujer hasta que la muerte los separe”, Angelina, entre dientes, había musitado: “ni la muerte podrá separarnos”. …..
Su amor por don Pedro había sido incondicional; consagró su vida a sus hijos y a su marido. Adonde estaba él, Angelina con su radiante sonrisa lo acompañaba como una fiel esposa. Pedro se enorgullecía de ella, siempre lista para atenderlo, cuidarlo o acatar las órdenes que le diera. …..
Apenas llevaban dos meses de casados cuando Pedro, que trabajaba para el ferrocarril, sufrió un grave accidente. Su pierna derecha había quedado atascada entre dos rieles y, ante la inminencia de un tren que estaba en camino, tuvieron que amputarle algunos dedos. Durante los meses que duró la convalecencia, Angelina redobló sus esfuerzos para satisfacer los requerimientos de Pedro quien, por las secuelas del accidente, la postración y el encierro, fue transformándose en un ser cada día más agresivo y exigente. Pasaron los meses y Angelina trajinaba entre atender la casa, un marido malhumorado y un embarazo que llegaba en el momento menos esperado.
Cuando Pedro comenzó a caminar otra vez, el ferrocarril decidió jubilarlo por incapacidad, lo que lo sumergió en una profunda depresión y rencor hacia todo el mundo; especialmente hacia Angelina. Fue entonces que en su desesperación por ayudarlo y ayudar a su familia, que ya comenzaba a crecer, Angelina le sugirió poner un negocio. Su padre, don Ramón Santos tenía un vivero en la ciudad y Angelina, que había crecido en ese ambiente, conocía los secretos de las plantas y además, como decía su mamá, tenía buena mano. Planta que tocaba, crecía sin parar. …..
Fue así como comenzaron con el vivero, que fue creciendo tanto como la familia y los ingresos. Angelina se ocupaba de la casa, del marido, los niños y el negocio, que gracias a su amable personalidad, su conocimiento y buen gusto, se fue transformando en el único de la zona que tenía las más variadas y raras especies. Venían de la ciudad buscando flores exóticas, plantas singulares, helechos para decorar interiores. Lo que buscaran, Angelina lo tenía. …..
Don Pedro se vanagloriaba del negocio y su prosperidad, cuando el mérito era sólo de Angelina, quien trabajaba de sol a sol sacándole el jugo a su ingenio y creatividad. Obviamente, ante el peso de tantas obligaciones, Angelina ya no tenía el tiempo, ni la energía para mimar a ese Pedro que era el amor de su vida. Pero se sentía orgullosa de sus logros y contenta que Pedrito pudiera descansar ya que tanto lo había afectado el accidente. Pedro, en lugar de apreciar los esfuerzos que su mujer hacía, comenzó a salir con amigos y, a veces, con mujeres de mala reputación. Angelina hacía oídos sordos de los comentarios que circulaban por el pueblo, porque en su interior pensaba que Pedro la amaba tanto como ella a él y que esto era solo una distracción para calmar su enojo con la vida. …..
Los niños, la casa y el negocio, no le dejaban a Angelina tiempo para sí misma y el mal acostumbrado Pedro comenzó a requerirle cada día más, como si fuera su doméstica o una de las mujeres que frecuentaba y, cuando no lo complacía, comenzaba a vociferar y, de vez en cuando, hasta le tiraba algún sopapo. …..
Angelina, criada a la antigua, fiel a su marido, aguantaba sin decir palabra, tratando de congraciarse con un Pedro que ya ni la miraba y sólo le dirigía la palabra para pedirle plata para salir. Finalmente, tuvo que poner dos empleados que la ayudaran porque don Pedro andaba ocupado persiguiendo muchachitas “y no tenía tiempo para andar regando plantas”, le diría en una de sus diatribas semanales, delante de los empleados.
…..Pasaron los años y los hijos, ya crecidos, se marcharon dejando a Angelina en una soledad que cada día pesaba más y que de no haber sido por sus plantitas, tal vez la hubiera enloquecido. Ella lo amaba, pero no a este Pedro que llegaba trasnochado, con tragos de más y le gritaba y pegaba cada vez con más frecuencia, sino a aquel muchachito del que se enamoró de una vez y para siempre. Angelina no hacía comentarios de lo que ocurría en la intimidad de su casa, pero las paredes eran delgadas y los empleados, ante los gritos de don Pedro, pegaban las orejas contra la puerta para no perderse detalle. …..
El pueblo era testigo silencioso de lo que pasaba en la casa de los Salvatierra, además Carmela Juárez, la empleada de más confianza y vecina de toda la vida, era la única con quién Angelina de vez en cuando descargaba sus penas y era ella quien le retocaba el maquillaje para que ocultara un ojo negro o un labio partido. Carmela no era chismosa, pero ante tanto abuso, a veces no podía ocultar su enojo y, un poco a propósito y otro poco sin querer, dejaba deslizar algún comentario en la panadería o en el almacén que no tardaba en desparramarse como reguero de pólvora. …..
Como el pueblo había hecho causa común con Angelina, a Pedro sólo le quedaban los amigos de juerga y parranda que, para suerte de muchas, no eran la mayoría. Para entonces comenzó a buscar nuevas amistades en los pueblos vecinos.
Se decía que andaba con ésta y con aquella, y que lo habían visto aquí y allá. Nadie le decía nada a Angelina pero siempre alguien, mal o bien intencionado, dejaba deslizar comentarios para que Angelina escuchara y, como en los pueblos chicos todo se sabe, sólo había que sumar dos más dos para que Angelina supiera de quién estaban hablando. …..
Los golpes se sucedían cada vez con más frecuencia. Para ocultar los moretones en los brazos, no usaba mangas cortas aunque la temperatura fuera de más de 40 grados Y aunque en esa época las mujeres de su edad no usaban pantalones, ella comenzó a hacerlo para que no vieran las cicatrices que dejaba el cigarro apagado contra su piel. En el vivero había un sector que estaba destinado a las plantas y flores que eran de uso medicinal. Dicen que la Siempreviva, un arbusto pequeño con flores amarillas y escaso aroma, simboliza “Declaración de Guerra, Inmortalidad, Larga Permanencia, Tu lo has Querido”.
Angelina cuidaba con dedicación esta parte del vivero, no sólo porque la planta, por sus propiedades curativas, le traía alivio a sus quemaduras, sino porque deseaba ser como la planta: guerrera, inmortal, peleadora y hacer algo por su vida. Pero no era suficiente regarla, cuidarla, frotársela por el cuerpo. Ella era la única que podía hacer algo para cambiar su miserable vida por algo más digno, pero le faltaba el valor para tomar una decisión. …..
Los comentarios eran cada día más dolorosos, casi tanto como los golpes que recibía. Los rumores sugerían que Pedro andaba planeando dejar a Angelina y mandarse a mudar a la capital. Carmen, ya no encontraba las palabras para consolar a una Angelina cada día más abatida por los golpes y la humillación. …..
Y ocurrió. Aquella mañana no se abrió el negocio. Carmen sabiendo dónde estaba la llave, abrió la puerta y fue derecho a la casa, donde una Angelina bañada en llanto, desgreñada y desconsolada, yacía sobre la cama. Carmen, asustada, llamó a doña Paulina, la otra vecina, quién en menos de una hora había hecho correr la voz de que Pedro, el infame Pedro, había juntado sus petates y se había largado. …..
Pasaron días y hasta semanas, para que Angelina volviera a ser la de antes. Y tuvieron que transcurrir varios meses, para que ella comenzara a resplandecer y dejara de ser la esposa golpeada y humillada, para convertirse en una señora amable, sencilla y muy bondadosa, tal como la conocimos los que éramos más jóvenes. …..
El pueblo se acostumbró a esta nueva Angelina, trabajadora como siempre pero relajada y hasta se diría feliz. Su negocio, ahora más próspero que nunca, la absorbía completamente, y ella estaba contenta de hacer lo que siempre supo hacer. El lote de las Siemprevivas, que ahora rebozaba de nuevos retoños, era su fuente de inspiración y la planta que más lucro le dejaba, ya que la recomendaba con la seguridad del resultado prometido. …..
Cada tanto alguien que viajaba a la capital rumoreaba que habían visto a Pedro del brazo de una rubia despampanante, otras que estaba pobre y desahuciado de una enfermedad maligna, pero lo cierto es que de Pedro nunca más se supo y Angelina jamás volvió a mencionar su nombre.
……….Angelina Santos de Salvatierra hizo honor a su nombre hasta el día de su muerte, acaecida casi veinte años después de que Pedro la abandonara. En su testamento, dejó todos sus bienes a sus hijos y nietos y pidió, especialmente, que su cuerpo fuera enterrado donde la Siemprevivas. Siguiendo al pie de la letra su póstumo deseo, y previo permiso municipal y del gobierno de la provincia, se autorizó a que el cuerpo de doña Angelina Santos de Salvatierra fuera enterrado en el vivero de su casa, debajo de las Siemprevivas. …..
El pueblo se acercó a rendir un último homenaje a esta mujer que tanto había sufrido y que supo sobreponerse a tanta indignidad, y José Pacheco, enterrador del cementerio municipal, estuvo a cargo de cavar la fosa, siguiendo las instrucciones que doña Angelina con puño firme había detallado en su testamento, con instrucciones precisas de donde debían cavar para que no arruinaran las Siemprevivas. Después de la décima palada, el pozo, que aún no era muy profundo, dejó ver una pequeña cajita metálica. Le removieron la tierra y al abrirla había una nota con la letra de doña Angelina que decía: “Símbolo de las Siemprevivas: Declaración de Guerra, Inmortalidad, Larga Permanencia, Tu lo has Querido”. Todos se miraron sin comprender. José Pacheco dio otras diez paladas y tocó algo duro, escarbó la tierra un poco más y los huesos de Pedro Salvatierra brillaron bajo la luz.
Cecilia Davicco