En septiembre de 2013 Leda Berlusconi y Luis Mattini viajaron a Cochabamba, Bolivia, para visitar a Rubén Sánchez Valdivia, militar y político boliviano que había participado en la campaña contra el Che Guevara en 1967. A partir de ese episodio su vida cambió para siempre.
Rubén y Luis se conocieron en los años 70; compartieron luchas y exilios; se desconectaron cuando las dictaduras de Argentina y Bolivia y sus aparatos represivos los perseguían encarnizadamente.
La autora de este libro, empujó la búsqueda del encuentro entre los dos hombres y 36 años después, pudieron juntarse. La reunión fue en casa de los Sánchez Valdivia y en esos días Rubén eligió develar un secreto que había guardado hasta ese momento.
Bolivia, el Che y una historia no contada es el nombre del libro que recoge la historia del encuentro y espera develar algunas incógnitas sobre la llegada del Che a Bolivia, su muerte y las repercusiones en los hombres y mujeres de ese tiempo.
Dos momentos de su vida pueden ayudarnos a conocer a Rubén Sánchez Valdivia: su participación en la campaña contra el Che Guevara en 1967 y sus consecuencias; y su postura frente al Golpe de Estado de 1971 que dio lugar a una de las dictaduras más cruentas de nuestra historia.
En 1967 Sánchez fue prisionero de la guerrilla comandada por Ernesto Che Guevara y mantuvo frente a sus captores y circunstanciales enemigos de lucha, una actitud digna y valiente. Pactó con ellos la entrega del primer comunicado de la guerrilla por el trato humanitario dado a sus soldados y oficiales, y por facilitarle el traslado de los caídos en combate.
La guerrilla del Che generó en él y en sectores del ejército el interrogante de por qué debía ser gente de afuera que luchaba por los de adentro. Esto cambiaría su perspectiva del rol de un Ejército Nacional, por lo que en adelante estuvo a lado de los generales Ovando y Torres, enfrentándose incluso a facciones del propio ejército. Ovando y Torres basaron su gestión en la recuperación de los bienes nacionales para las bolivianas, los bolivianos.
Bolivia, el Che y una historia no contada (Fragmento 1)
En mi adolescencia tenía la costumbre de salir a caminar con mi papá. Por su salud debía hacerlo todos los días, al menos, durante media hora. Los domingos nuestra caminata era más larga. Vivíamos en Rosario, cerca de la estación Rosario Norte, del Ferrocarril Mitre. Casi siempre elegíamos caminar al costado de las vías porque acortaba camino y se llegaba rápido a la zona del emplazamiento del Monumento a la Bandera. A paso firme lo lográbamos en menos de media hora, y entonces caminábamos otro poco más, pero ya a modo de paseo. Mi papá aprovechaba para indagar en qué andaba yo.
Luego de pasar frente a la estación fluvial y después de la planta transmisora de uno de los canales de TV de la ciudad, aparecía el alambrado y la cartelera que anunciaba el puerto de Bolivia. Sí, Bolivia tenía una zona franca en un sector del puerto de Rosario, a orillas del rio Paraná.
Durante los seis años en que paseé con mi papá por ahí, ese lugar estuvo desolado; deshabitado, salvo por algunos soldados que también caminaban. Aunque ellos, a diferencia de nosotros, lo hacían del lado de adentro, y pegados al alambrado. De punta a punta, custodiaban esa frontera simbólica. A lo largo de toda la zona franca había galpones, maquinarias, una especie de construcción central, y luego más galpones.
Llegábamos al veredón y lo recorríamos mientras mi papá me contaba que Bolivia no tenía salida al mar, que era un país mediterráneo y que, por lo tanto, ese que teníamos frente a nosotros, ahí en pleno Rosario, era su puerto. Al principio no entendí, y le pregunté por qué los bolivianos tenían su barco militar en nuestro río. Uno de esos domingos mi papá se esmeró en hacerme entender que esa parte, ese pedacito de país, en realidad no era nuestro, era de ellos, que se lo cedíamos, que Rosario le concedía ese territorio a la República de Bolivia para que tenga salida al mar.
─Del otro lado del alambrado ─me explicó mi papá uno de esos domingos─ el suelo es boliviano. Para cruzar hay que hacer migraciones, la policía del país te permite, o no, entrar. No es suelo nuestro, es boliviano.
Nos quedamos mirando un largo rato el barco. Era un enorme buque de guerra que le había regalado Venezuela a Bolivia, y que mi papá creía que nunca había zarpado del puerto. Era de un color indefinido, un poco azul y un poco gris metálico. Tenía la línea de flotación a la vista así que seguro estaba vacío de cargas. Se le veían dos iniciales y dos números. No recuerdo ni unas ni otros. Medía unos veinte metros de largo y tenía dos mástiles, uno a cada lado de los extremos. En la cubierta asomaba la superestructura de dos o tres pisos y arriba una terraza llena de antenas y radares. Del costado que llegaba a verse desde la vereda, colgaba un bote del mismo color que el barco, envuelto en una tela protectora decolorada por los años. En la mitad del barco estaba el puente que lo conectaba con tierra firme, también de color gris plateado con unas sogas a los costados a modo de barandas que, seguramente, al comienzo fueron blancas, pero ahora se veían también oscurecidas.
Años más tarde, en tiempos de la guerra terrible por la recuperación de las Islas Malvinas, fui muchas veces al Monumento a la Bandera por actividades militantes, y volví a caminar la zona. El barco siguió siempre ahí, cada vez menos azul y más gris. Todo muy derruido. El aspecto de abandono daba miedo: chatarra, rieles descuidados, suciedad, almacenes desmantelados, nada de gente. Ni siquiera los soldados custodiando la mítica frontera.
Porqué Bolivia ( Fragmento 2)
Sin dudas la historia de Bolivia arrancó con el descubrimiento de una ciudad, por aquel entonces abandonada, a la que con el paso de los años y hasta hoy en día todavía, el mundo ha terminado por dedicarle poemas, álbumes discográficos y todo tipo halagos turísticos: Tiahuanaco
«Thia wañaku», “Tiawuanaco” o “Tiahuanaco” fue una aldea habitada por una población agrícola avanzada que se desarrolló cerquita del Lago Titi Caca, capaz de fabricar objetos de cerámica y metálicos. Los habitantes de esa ciudad fueron los descubridores del bronce: lograron la aleación porque tenían en sus montañas los dos metales necesarios para fabricarlo. Así es como esa comunidad forjó el bronce con su propio cobre y su propio estaño y lo usó, además, para la construcción de edificios.
Todo eso sucedió hace diez mil años. Una cultura preincaica asentada en la agricultura, la ganadería, la arquitectura. Y en la metalurgia, ¡claro! Una cultura que dejó constancia de su paso por esta tierra con dibujos y grabados de animales que fueron descubiertos muchos años después, en sus ruinas. Animales que desaparecieron al final de la era del Pleistoceno.
Sobre esas ruinas es por donde avanzó después la civilización Aymara, hasta llegar a dominar la zona cuyos antecesores dejaron lista para habitar. Las culturas Wari y Tiahuanaco les habían dejado una ciudad montada, descubrimientos esenciales, y todo eso a orillas de un lago increíble. Si bien yo ya conocía la existencia de Tiahuanaco, recién ahora percibía su importancia en la existencia de Bolivia. Cuanto más leía acerca de ese mundo, más apasionante me resultaba. Los Aymara no habían vivido solos, lo hicieron en convivencia con poblaciones más pequeñas, los Uru, los Lupaqa y los Qolla. Y también con los imperialistas de esos años, los Incas.
En mis tiempos de estudiante, la geografía, al igual que la química, era una disciplina poco atractiva. Era difícil que una adolescente se fascinara con la abstracción de cordones montañosos, hidrografías y paisajes nunca vistos que pertenecían a culturas ajenas. A menos que una tuviera la suerte de dar con docentes que lograran transmitir ese interés. No era común a esa edad entender que la geografía y la economía iban juntas y que, por lo tanto, la historia dependía de las dos. Yo tuve la suerte de tener en tercer año una profesora firme y exigente que pudo transmitirme pasión por su materia. Ella solía decir que los pueblos se levantaban y se revolucionaban cuando la economía no respetaba la geografía. También decía que cuando la sociedad no cuida la geografía, la derrumba, la desarma; destruye la economía. Seguramente algo de eso pasó con Tiahuanaco y probablemente eso pasó en todo Bolivia, en cada una de sus etapas.
El tiempo no se detiene porque uno no se mueva. Tenía hambre y miré el reloj: hacía un buen rato que había pasado el mediodía. Me preparé un sándwich con una copa de vino. Me llevé ambas vituallas a la mesita ratona, que completaba el juego de living frente a la chimenea, y continué curioseando sobre Bolivia. Esta vez desparramada en el sillón.
Cuando los españoles invadieron América, en general organizaron poblamientos en zonas deshabitadas. A la región al sur del lago Titicaca, la bautizaron en su idioma, Provincia de Charcas. A la zona de la cordillera oriental, los dos hermanos de Francisco Pizzarro que se instalaron allí y construyeron un asentamiento, la llamaron Villa Chuquisaca. A la zona que se encuentra al pie del Cerro Rico, cuyo nombre en quechua es Sumaj Orcko, la llamaron Villa de Potosí. Allí en Sumaj Orcko – Villa de Potosí, los mineros descubrieron una importante veta de plata. Tuvieron que pasar muchos años para que se supiera que esa mina de plata era la más rica del mundo.
En los años 50, el escritor y ensayista Héctor A. Murena planteó que el español había ocupado los territorios en América del Sur fundando campamentos de saqueo. Los españoles llegaban a estas tierras para apoderarse de sus riquezas, arrasaban, dejaban desolación y destrucción y se volvían a su país. Solo en aquellos lugares donde la riqueza parecía infinita se asentaban y construían para disponer de tiempo y estructura para la rapiña. La prueba, en el caso de Bolivia, son las ciudades de La Paz y Santa Cruz de las Sierras. Murena habló mucho de esa diferencia con respecto a otras colonizaciones.
El francés, el inglés, el holandés llegaba a los territorios con avidez de conquista, pero también con el deseo de establecerse, crear una comarca y gobernar. Eran imperialistas, su objetivo era también el territorio. Murena aseguró en sus escritos que, en el sur del continente americano, el conquistador español llegó solo a robar para la corona, a llevarse todo a su tierra. Lo que hizo la diferencia en algunas zonas fue la llegada de los jesuitas, otro tipo de imperialistas. Ellos trajeron “el templo” y las instalaciones urbanas a su alrededor. Justamente Cochabamba fue primero un obispado, hasta que se conformó como ciudad.
Releí a Murena con fruición y detrás de su mirada de la historia era posible sentir la rebeldía guardada en el espíritu de las y los bolivianos. Seguramente Sánchez y Luis habían hablado mucho de esto, tenía que volver sobre el tema cuando me juntara con Luis.
La invitada a El Fogón
Leda Berlusconi nació en Rosario, en 1964. Es licenciada en Comunicación Social, egresada en 1987 de la Universidad Nacional de Rosario. Desarrolla tareas de producción, investigación y coordinación en medios de comunicación dentro del territorio de la República Argentina.
Fue productora de programas radiales conducidos por Héctor Larrea, Fernando Bravo, Quique Pesoa. Productora de programas de TV para América TV, Canal 7, Canal público de Santa Fe.
Participó en investigaciones, colaboraciones, prensa para Abuelas y Madres línea fundadora de Plaza de Mayo, Teatro por la identidad e investigaciones referidas a la historia del PRT/ERP. Fue parte de la organización del Festival “20 años de lucha” de Abuelas de Plaza de Mayo. Participó en la organización, producción e investigación periodística de la función especial de Teatro por la Identidad junto a Tito Cossa, Leonor Manso y Villanueva Cosse.
Desde el 2005 es productora ejecutiva del programa “El desconcierto del domingo” con la conducción de Quique Pesoa que se transmite por Red de radios Surcos desde San Marcos Sierras, Córdoba, para territorios de habla hispana.
En su reunión mensual del primer viernes de cada mes, EL FOGÓN DE HISPANIC LA presenta este viernes 1 de septiembre, a las 5:00 pm de Los Ángeles, a la escritora LEDA BERLUSCONI. El encuentro está abierto al público. Por favor pedir información y enlace de zoom a nestor@aol.com. ¡Los esperamos!