A ver. Usted, lector, tiene hijos en edad escolar, ¿verdad? ¿No? Bueno, entonces serán sus nietos, o hermanos, o hijos de amigos. Van a la escuela para estudiar. Les asignan tareas que involucran leer. Leer libros. Los libros están en las bibliotecas de las escuelas. Los libros se debaten en clase. A veces entre bostezos y chistes de mal gusto. A veces con atención y emoción.
Libros sobre nuestras vidas
Esas veces es cuando los libros tocan temas que a los chicos les importa, que aluden a su propia vida. Si los protagonistas sufren, sufren con ellos porque lo entienden. Lo mismo si aparece el «happy ending» de las películas en los libros.
Entre todos los miles de tomos que se aceptan en las bibliotecas escolares aquí en Estados Unidos hay muchos de autores latinos. Algunos de esos libros son famosos. De autores conocidos. Otros, todavía no.
Lo que pasa es que en los últimos años, desde el ascenso de Donald Trump y su movimiento extremista, muchos de esos libros ahora están prohibidos en aulas y bibliotecas. O han sido señalados, desafiados, han pedido que los prohiban y el pedido está pendiente en los pasillos de los Distritos Escolares.
La prohibición de libros es un acto violento. La prohibición de libros es un acto de odio, avalado por los gobiernos. No todos. Usted, ¿participa en las actividades escolares con otros padres? Entonces usted, ¿lo sabía? Lo sabría si participara, porque el control que tienen los extremistas sobre los concejos de padres se debe, no a su número, sino a su militancia.
Porque estos libros han sido prohibidos como resultado de una cruzada (el nombre le viene bien) de activistas MAGA o cristianos extremistas que son padres de niños en edad escolar y están organizados, coordinados, planificados para matar los libros que no les gusta.
Uno podría pensar que entre esos miles de libros – son cada vez más – hay manuales de explosivos o guías de satanismo. Pero lo que hay son ideas, posiciones ideológicas o políticas que a ellos no les gusta. O simplemente, buena literatura.
Miedos irracionales y peligrosos
Prohibieron los libros del profesor de historia y activista Rodolfo Acuña, entre ellos Occupied America: A History of Chicanos. Rudy, que tiene 91 años, hasta hace poco seguía enseñando en la Universidad Estatal de California en Northridge, cerca de mi casa. Nada extremista en el libro salvo investigar la historia y asumir la identidad del chicano, el mexicoamericano orgulloso de su herencia mexicana. Es una locura.
Por suerte, vivimos en California, donde en septiembre, el gobernador Gavin Newsom firmó una ley que prohíbe prohibir libros en las 10,000 escuelas del estado. Que pone frenos a la tiranía de los padres de una minoría de los alumnos.
Hasta el año pasado, se habían prohibido: 801 libros en Texas, 566 en Florida, 457 en Pennsylvania, 349 en Tennessee. Hasta en Nueva York, la liberal, se prohibieron 13.
Y entre diciembre de 2021 y diciembre de 2022, se prohibieron muchos más: en Texas, 438; 357 en Florida, 315 en Missouri, 150 en Utah, 109 en South Carolina. Todos con gobiernos republicanos. Claro, de aquellos que incitan a quienes no lo son porque infringen en sus libertades (las de ellos, los republicanos), pero que alegremente aprueban la razzia contra libros que no les gustan.
Hace poco, la American Library Association documentó 1269 desafíos a más de 2500 libros en 2022.
Los que aparecen más veces son de temas LGBTQ y los que tienen referencia al sexo explícito. En el primer caso, es una manera de decirle a la gente LGBTQ que “no son ciudadanos plenos con el derecho a participar en instituciones comunitarias como la biblioteca», como dijo al respecto Deborah Caldwell-Stone, directora de la Oficina para la Libertad Intelectual de la Asociación Estadounidense de Bibliotecas (ALA).
En cuanto a lo segundo: es deber pronunciarse en contra de poner a disposición de los chicos en aulas y bibliotecas contenidos de pornografía y especialmente si involucra a menores, pero también es deber rechazar la extensión de esa oposición a prohibir también libros de arte, o sobre brujas y magos (Harry Potter) o sobre otras religiones. ¿Dónde termina la prohibición de libros?
Qué son los libros prohibidos
Revisando la lista, un alto porcentaje de los autores son afroamericanos y latinos.
Los libros que se han prohibido tienen características comunes en muchos casos: hacen que los chicos gay se enorgullezcan de ser gay en vez de retraerse, ocultarse y odiarse. Que los chicos negros saquen energías de su historia de resistencia y lucha. Que los muchachos latinos tengan idea de la cultura de sus padres, que se solidaricen con los que son como ellos, que aprendan que para lograr un avance de “la raza” deben organizarse.
Los argumentos de que los libros tienen alusiones sexuales son risibles cuando buscamos las alusiones y encontramos datos que son naturales y no pornográficas. Aunque la pornografía también está. Pero no me imagino a una profesora o a una bibliotecaria dirigiendo al chico a un libro pornográfico… porque para eso está la casa y su computadora conectada al internet, y los padres están afuera trabajando o mirando tele.
¿Cómo se prohíbe un libro?
Leo que cuando a una madre le disgusta un libro, puede denunciarlo y pedir que lo retiren de las aulas o la biblioteca. Es decir que le quiten la posibilidad de leerlo, no a su propio hijo, sino también a todos los hijos de todos los demás, les guste o no el libro.
Las condiciones son escasas: «La persona que inició la impugnación debe leer el libro completo, llenar un formulario de impugnación y explicar por qué, cómo y en qué parte del libro tuvo lugar la acción ofensiva, luego se presentará el caso en una audiencia y se decidirá si debe ser retirado o retenido.
La lista de la ALA
En la última semana de diciembre la Asociación Estadounidense de Bibliotecas y Amnistía Internacional celebraron su campaña anual Semana del Libro Prohibido, iniciada en 1982. ¿Qué plantean? Lo lógico: que los libros poco ortodoxos, los libros con puntos de vista impopulares deben ser accesibles al que los quiera leer, para que desarrollen sus conclusiones, solos o en un colectivo. También prepara su lista anual de libros prohibidos.
Quien lee libros reconocerá una vez más en ellos a los clásicos de la lengua inglesa: To Kill a Mockingbird de Harper Lee (1960), cercenado por el uso de “la palabra N” (nigger, una palabra prohibida, no por los afroamericanos, sino por quienes son responsables por la represión de los afroamericanos); Of Mice and Men de John Steinbeck (1937), nuevamente, porque plantea temas raciales; The Bluest Eye, de la aclamada Toni Morrison (1970), una historia sobre la opresión de las mujeres que sufren no sólo “los horrores de la opresión racial, sino también la tiranía y la violación por parte de sus propios hombres”. Entonces, ¿por qué está prohibido? Por lo mismo, por describir la violación sexual de una manera que permite percibir la abominación y vileza de ese acto.
Si seguimos con la lista, es la de libros que nuestras madres nos recomendaban cuando queríamos leer algo bueno: 1984 de George Orwell, The Color Purple de Alice Walker, El señor de las moscas, El llamado de la selva, El señor de los anillos…
Los libros prohibidos de la dictadura argentina
Ah, los libros prohibidos. La última dictadura argentina, de 1976 a 1983, la que desapareció a 30,000 argentinos que el nuevo presidente Milei niega, se caracterizó por su desdén a la verdad y a la palabra impresa que la manifiesta.
Fueron más allá: Prohibieron libros para todos, en general, los quitaron de circulación, persiguieron a sus autores, persiguieron a sus lectores. Prohibieron El Beso de la Mujer Araña de Manuel Puig, una novela que encuentra en la misma celda a un homosexual y a un militante revolucionario. Y hablan.
¿Qué más? La junta militar dirigida por Videla detuvo, torturó y desapareció al escritor Haroldo Conti, un militante. También desapareció sus libros, atacando con especial saña las ideas de «Mascaró, el cazador americano», que recibió el premio Casa de las Américas en 1975, pocos meses antes. Cuenta de la travesía en barco y de la actuación circense de unos personajes característicos, que traen consigo a los pueblos perdidos un mensaje.
¿Quién falta? Julio Cortázar, entonces un veterano del exilio francés, que apareció en las listas negras, con su libro de cuentos de resistencia y denuncia «Queremos tanto a Glenda», un espejo de esos años de “alambradas culturales”, como él los definió en su libro póstumo.
O sea: la prohibición de libros es un prolegómeno, o una consecuencia de las dictaduras. O bien las anuncia o son su corolario natural.
Aquí también, en la Estados Unidos de 2023, en el interregno de Donald Trump, los libros están en el altar del sacrificio, y los intentos de prohibir más y más de ellos han alcanzado récords. Esos récords se reflejan en la cantidad de libros que desaparecen en las aulas y las bibliotecas. Por ahora en las escuelas. Pero la misma lógica de no dejar que el otro lea puede llegar querer imponer esa idea sobre toda la sociedad.
Y en la misma proporción con que la mal llamada “guerra cultural” – que no lo es porque hay un solo lado que ataca – en Estados Unidos se extiende en esas aulas y esas bibliotecas, desaparecen más y más libros.
El blanco fácil: los temas LGBTQ, bajo la premisa cruel y falsa de que los gays – y mucho más los trans – son peligrosos para los chicos porque los seducen y los transforman en alguien como ellos.
¿Resulta una acusación conocida? Sí, es la misma de los dictadores argentinos respecto a docentes “marxistas”. Pero me refiero a que es la misma ecuación que aparece en las horribles películas de los zombies. Ojo, te tocan y eres uno de ellos: horrible, asesino, muerto en vida y merecedor de muerte en muerte. O al menos así los presentan los directores ávidos de causar terror taquillero.
Los libros prohibidos y la comunidad latina
La prohibición de libros de autores latinos en aulas y bibliotecas es una barrera consciente que se levanta para prevenir la toma de conciencia por parte de nuestra comunidad respecto a la situación por la que atraviesan.
Están allí Cien Años de Soledad de García Márquez, La Casa de los Espíritus de Isabel Allende, lecturas obligatorias para gozar de un libro y que no tienen una pizca de motivo para ser prohibidos. Pero el proceso de prohibición parece ser demasiado fácil, que no da suficiente oportunidad a opositores de esta medida.
Pero también están los clásicos de la literatura hispana estadounidense.
Como parte del esfuerzo de concientización a la creciente cantidad de textos prohibidos, la biblioteca del condado de Pima en Arizona publicó una lista de algunos de aquellos que habían sido, históricamente, denunciados o prohibidos, en honor a la Semana del Libro Prohibido, que tuvo lugar entre el 1 y el 7 de octubre.
Encabeza la lista una novela que muestra en su mayor brutalidad el racismo, la discriminación y la ignorancia que viven muchos miembros de la comunidad, atacados por quienes son diferentes y si son mujeres, en muchos casos por sus propios hombres. Es «Out of Darkness» de Ashley Hope Perez, cuya culminación es que por vivir una relación con otra raza, la protagonista es violada por su padrastro, quien termina asesinando a ella y a su amante. Y sí, hay una descripción, cruda, anatómica, del momento violento, inverosímil, visto totalmente desde el punto de vista de la víctima. No es sexual ni excitante, ni mucho menos pornográfico. Pero es doloroso.
Le sigue «Borderlands/ La Frontera, The New Mestiza», de Gloria Anzaldúa, un híbrido de prosa y poesía y hoy un clásico de la literatura latina en EE.UU. Fue parte del plan de estudios universitario hasta ser prohibido bajo la ley 2281 de la Cámara de Representantes de Arizona, firmada en 2010 por la entonces gobernadora Jan Brewer, que hizo ilegal la enseñanza de estudios étnicos chicanos bajo la premisa de que “promueven el resentimiento hacia una raza o clase de personas” y “defienden la solidaridad étnica en lugar del tratamiento de los alumnos como individuos”.
La prohibición de este libro en particular fue un momento importante para el desarrollo de la resistencia chicana, méxicoamericana contra las prácticas represivas del gobierno estatal. Borderlands/La Frontera fue seleccionado por el Literary Journal como uno de los 38 mejores libros de 1987.
Anzaldúa se refiere en él a aquellos que nacen, crecen y se desarrollan en el «borderlands», en el tramo de la frontera que no es de aquí ni es de allí y que genera personas con más preguntas que respuestas sobre su identidad. Que aunque tienen en sí como piedra fundamental el ser parcialmente del otro lugar, se rebelan porque se espera de ellos que sean solamente de Estados Unidos o de México. De la misma manera ella encuentra las diferencias entre hombres y mujeres, entre heterosexuales y gays. Reafirma la identidad de todos ellos, así como la suya como lesbiana y como “shamán”. Su poesía se considera una contribución esencial al lenguaje español-inglés que desarrollan los latinos en nuestro país.
Otro clásico de la literatura estadounidense latina y que fue prohibido repetidamente es «The House on Mango Street» de Sandra Cisneros (1984), una serie de viñetas sobre lo que escribe desde el barrio hispano de Chicago una niña de 12 años, que testimonia su crecimiento a una adolescente en una existencia de estereotipos sociales, prohibiciones inexplicadas, abuso sexual, discriminación racial y demás circunstancias de la vida en una sociedad patriarcal y pobre. Se vendieron seis millones de copias. Lo tradujeron a 20 idiomas. Está en la lista de los Best Sellers del New York Times, y sin embargo lo prohibieron en varios lugares.
Lo prohibieron quienes no quieren que afloren temas que puedan hacer que uno quiera cambiar la sociedad, es decir, temas de injusticia, explotación y violencia. Viene de quienes prefieren cerrar los ojos porque no quieren el dolor que acompaña el sufrimiento del prójimo, o porque son parte de quien causa ese sufrimiento.
Es también uno de los 80 libros prohibidos por el Distrito Escolar de Tucson, Arizona como corolario de la ley 2281, pretendiendo falsamente como en muchos otros casos, que el libro fomenta y aboga por el derrocamiento de los Estados Unidos.
Hay muchos más. En algunos casos, la prohibición de libros despertó interés en ellos que de lo contrario no hubieran tenido. En otros despertó asombro por la ignorancia de los que tienen el poder de prevenir la lectura de los mejores libros con los que contamos: los que nos hacen pensar y sentir. Como decíamos: la prohibición de estos libros es un acto violento, represivo y obsceno.
Este artículo recibió en su totalidad, o en parte, el apoyo de fondos proporcionados por el Estado de California, administrados por la Biblioteca del Estado de California y el Latino Media Collaborative.