De Ron DeSantis a Torquemada: un viaje sin retorno
Desde 2020, el pedido de activistas para retirar libros de las bibliotecas públicas y escolares ha crecido exponencialmente en los estados republicanos
Esta nota intenta ser una toma de conciencia sobre una medida que atenta contra los derechos humanos en el país de la democracia.
Desde la Inquisición a la ciencia ficción del siglo veinte (vale decir, desde “la realidad histórica” a “la ficción literaria”), cada vez que se han prohibido libros se estuvo bajo un régimen totalitarista. Poco importa si se trataba de una tiranía religiosa o de un absolutismo ateo.
Efectivamente, tanto en “Fahrenheit 451” de Ray Bradbury como en “1984” de George Orwell, los gobiernos habían decidido que los libros eran “perniciosos” para los ciudadanos. Y, hete aquí la paradoja, los prohibían “en nombre de la libertad”.
En el caso de la ya citada Inquisición, y al igual que en las dictaduras latinoamericanas, los libros han sido quemados en altísimas piras; como si en ese manojo de páginas prensadas volvieran a ajusticiarse los “herejes”. Sólo que en estos casos, se debía a la razón inversa.
Y es que, tanto para el dictador argentino Jorge Rafael Videla como para el obispo francés Bernardo Gui, los libros eran “peligrosos”; ya que podían contener (y, sobre todo, “propagar”) las enseñanzas del diablo o de “ese otro demonio” que era el comunismo. Pero también podía sembrar en varias consciencias (y toda persona abierta era tierra fértil a esta semilla) las teorías no menos descabelladas de un tal Galileo Galilei o las aventuras “depravadas” del Lazarillo de Tormes; hoy, clásicos de la ciencia y la literatura universal.
Sin embargo, que el gobierno de turno (laico o religioso) le diga a las personas qué libros pueden leer y qué libros no, ha sido uno de las más aberrantes atentados contra la libertad humana; acaso el modo más abyecto de minar los cimientos de toda inteligencia y todo espíritu, ese cuya máxima ambición es la búsqueda de la Verdad.
Muchas veces se dice, para ejemplificar una medida autoritaria, que “está pasando como en tiempos de la Inquisición”. O también que “se parece a una escena del Gran Hermano”. Como se ve, las referencias parecieran estar siempre situadas en el pasado, o en ese otro tiempo remoto que son las distopías. Pero ¿qué pasa cuando esas prohibiciones están sucediendo “aquí y ahora”, en pleno siglo veintiuno y en el país (si hemos de creer al eslogan) más democrático del planeta?
De Florida en el siglo XXI a la Barcelona del XV
Todos saben que el año pasado, las peticiones para retirar libros en bibliotecas y escuelas públicas de los Estados Unidos se incrementaron de manera exponencial, y acaso demencial. A los 1,858 pedidos de 2021 se sumaron 2,571 en 2022; es decir, el 40% más. Esto hizo que cientos de libros fueran dados de baja en colegios secundarios y bibliotecas públicas; muy especialmente en lo que respecta a títulos relacionados con la comunidad LGBTQ+ y a la historia estadounidense contada desde la perspectiva afro-descendiente (lo que se denomina “teoría crítica de la raza”).
Los abanderados de estas medidas fueron cinco estados republicanos del país: Florida, Texas, Utah, Tennessee y Oklahoma.
De hecho Greg Abbott, gobernador de Texas, describió a varios libros de identidad de género como “pornografía”; mientras que ante idéntica literatura, el gobernador de Florida Ron DeSantis se declaró “protector de los niños”.
Lo cierto es que durante el período escolar 2022-23 y por diversas razones (pero también por diversas “sinrazones”; es decir, prejuicios) Florida registró más de 1,400 prohibiciones seguida de Texas con 625. Estas “confiscaciones” se debieron “a quejas elevadas por padres, activistas y funcionarios de las juntas electorales, pero también a legisladores que cuestionan el acceso a determinados libros” según informó el ALA, la American Library Association (Asociación Estadounidense de Bibliotecas).
Lo curioso es que, entre los “libros prohibidos” se cuentan no sólo obras de autores jóvenes y vanguardistas como la novela gráfica “Gender queer” (“Género queer”) de Maia Kobabe o “All boys aren´t blue” (“No todos los chicos son azules”) del activista queer y afrodescendiente George Matthew Johnson; sino también algunos clásicos de la literatura norteamericana y universal como “The bluest eye” (“Ojos azules”) de la escritora afrodescendiente Toni Morrison, premio Nobel en 1993; o “The catcher in the rye” (“El guardián en el centeno”) de J.M.Salinger, una de las obras más influyentes en la literatura del siglo veinte.
Algunas voces por la libertad
Al respecto de estas medidas, Mitchell Kaplan, fundador en 1982 de la editorial “Books & Books” de Florida, pintó en el frente de su librería de Miami la lista de libros prohibidos en signo de protesta. Y dijo que “es un verdadero desastre. Ha habido muchos libros que han sido cuestionados, pero peor que eso es que estas leyes de contenido vago tienen un efecto escalofriante en los maestros, especialistas y otras personas que se ocupan de la enseñanza pública”.
En sintonía con el editor y repudiando estas claras medidas de “racismo literario”, el presidente de la Biblioteca Pública de Nueva York (NYPL) Anthony W. Marx, comentó que “estos recientes casos de censura y prohibición de libros son extremadamente preocupantes, y equivalen a un ataque total a los cimientos de nuestra democracia”.
A modo de conclusión respecto a la carencia de “libre albedrío literario” en algunos estados del país, cabe decir que no hay muchas diferencias propedéuticas entre la Barcelona de Torquemada y la Florida de DeSantis. Y pasaron seis siglos, miles de juicios inhumanos que terminaron en ejecución y (sobre todo) ingresamos al Tercer Milenio y su “Era de Acuario”, ese período cósmico en el que, según los entusiastas del género humano se producirá una apertura universal de la consciencia.
California y “los libros de la buena memoria”
Desde “Las uvas de la ira” (The Grapes of Wrath) de John Steinbeck, California era vista como un paraíso en medio del desierto, un “edén al oeste del edén” en los Estados Unidos, una tierra de promisión y libertad. Y hacia allí se dirigían, hace un siglo ya, todos los pobres y desheredados, pero también todos los granjeros injustamente despojados de sus tierras, como la familia del propio Steinbeck, en una suerte de éxodo bíblico.
Más allá de todos los simbolismos literarios, hoy el estado de California sigue siendo una isla; al menos en lo que concierne al derecho inalienable del acceso de libros en las escuelas y bibliotecas. De hecho, el gobernador demócrata Gavin Newsom, viene de firmar la semana pasada una ley que garantiza la protección de la diversidad en libros escolares, y que entró en vigor de forma inmediata.
Esta medida entra en justa sintonía con una ley estatal de 2011 que exige a las escuelas “la enseñanza de contribuciones históricas de los estadounidenses homosexuales, bisexuales y transgénero”. Y acaso esta ley en el propio “oeste del edén”, sea el mejor “Jardín de los presentes”, como se titulaba un disco del cantautor argentino Luis Alberto Spinetta y cuya canción principal era, como esa ley, el mejor regalo posible para un mundo sin olvidos.
Finalmente Newsom resaltó, en un comunicado de prensa, que “con esta nueva ley estamos consolidando el papel de California como el verdadero estado de libertad: un lugar donde las familias, no los fanáticos políticos, tienen la libertad de decidir lo que es correcto para ellos”.
Estas son las uvas de la tolerancia; estos son los libros de la buena memoria.
Este artículo está respaldado en su totalidad o en parte por fondos proporcionados por el Estado de California, administrado por la Biblioteca del Estado de California en asociación con el Departamento de Servicios Sociales de California y la Comisión de California sobre Asuntos Estadounidenses Asiáticos e Isleños del Pacífico como parte del programa Stop the Hate. Para denunciar un incidente de odio o un delito de odio y obtener apoyo, vaya a CA vs Hate.
This article is supported in whole or in part by funding provided by the State of California, administered by the California State Library in partnership with the California Department of Social Services and the California Commission on Asian and Pacific Islander American Affairs as part of the Stop the Hate program. To report a hate incident or hate crime and get support, go to CA vs Hate.