«El que no salta es un inglés»: de la ontología de Rodolfo Kusch al gol de Maradona con la mano

Dos formas de resistencia al discurso antinacionalista que aún sigue vigente en Argentina

Fue a fines de los noventa o principios del dos mil cuando vi ese afiche en Buenos Aires. La fecha exacta no importa porque, en ambos casos, Argentina ya era parte de la globalización capitalista, esa nación sin banderas que nunca otorga ciudadanía al Tercer Mundo.

Aquella publicidad del tamaño de una pared, anunciaba la inminente aparición de un diario. Y la ilustración de campaña era el gol de Maradona a los ingleses con la mano. Como el matutino prometía “objetividad absoluta”, el eslogan rezaba: “Debió decir tiro libre para Inglaterra”.

Tanto la propaganda insidiosa como el golpe bajo me produjeron una inmediata reacción de repulsión. Una vez más, en nombre de la “objetividad” (prometida desde el lenguaje publicitario y no desde la silenciosa honestidad del viejo periodismo) se volvía a vender el país y la soberanía, se entregaban los laureles que supimos conseguir.

En efecto, aquel gol de Maradona había sido “ilícito”, pero aún sin caer en el facilismo de enumerar los infinitos “ilícitos” que Inglaterra había cometido contra el pueblo argentino (desde la ocupación de Malvinas a la depredación de recursos naturales en el norte y el genocidio de los pueblos originarios en el sur) bastaba con mencionar las dos mil patadas que Diego había recibido de los británicos aquella tarde del ´86, muchas de ellas merecedoras de “roja directa” y que no habían sido penadas ni siquiera con amarilla.

De hecho, aquel “puño en alto” de Maradona era mucho más que el diagnóstico superficial de un “gol ilícito” en el reglamento; era, en esencia, un maravilloso “acto de justicia”, era pagar con la misma moneda que los opresores utilizaban para oprimir ¿Y no era que estaban a favor del “libre mercado” estos “paladines de la objetividad”? ¿Y entonces, en qué quedamos?

La “Verdad” entre comillas

Aquel día en Buenos Aires fue mi primer “choque de frente” con un modo de comunicación absolutamente perverso, uno cuyas técnicas se irían refinando con delicadeza de orfebre hasta llegar a la actualidad. Fue esa tarde cuando entendí el concepto de “Verdad entre comillas”; esa “verdad a medias” que el opresor nos ofrecía para sacarnos algo, en este caso, nuestro orgullo.

Para que este tipo de “extracción de la piedra de la cordura” funcione en el imaginario de los receptores, deben darse tres factores fundamentales: un discurso cuya tesis sea una “verdad incontestable” (el gol de Maradona había sido hecho con la mano); un “vehículo socialmente confiable que transmita esa información” (en este caso, un “diario serio” que busca “la objetividad” y hace propagandas con afiches a todo color y del tamaño de un arco de fútbol); y finalmente (y este es el factor más importante) que las “directivas” provengan desde los organismos interesados (países, bancos, grupos económicos) en saquearnos.

Hace poco y con la misma lógica perversa, empezó a instalarse en el país la idea de que “las Malvinas son inglesas” (lo dijo el presidente Javier Milei en una entrevista para la BBC de Londres en mayo) y que, además, “no nos sirven para nada” (al punto que la actual ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, dijo en plena pandemia “le damos Malvinas a los ingleses a cambio de vacunas).

A los coletazos de estas “instalaciones mediáticas perversas” (ingeniería social, diría un amigo) lo viví pocos días atrás, cuando un amigo al que quiero mucho me decía “no sé para qué querés reclamar esas islas de mierda si las vamos a tener hechas un desastre… Por lo menos, así como están, algo producen… aunque más no sea para los kelpers…”

Mi amigo, que abraza la idea del libre mercado en desmedro del Estado, y el antiperonismo en desmedro no sólo del peronismo sino de cualquier concepto de país que empiece sin la palabra “anti”, heredó muchos campos. Y le pregunté qué pensaría él si alguien, algún día, se metiera a sus dominios sin permiso y construyera una estancia modelo. Y si, tras su denuncia, yo le propusiera el mismo argumento: “¿Para qué lo querés sacar? ¿No ves que vos nunca vas a tener una estancia modelo como la de él?”
Mi amigo se quedó pensando durante unos segundos, como en blanco. Había acusado “el golpe”. Esas tierras le dolían porque eran “sus” tierras. Al territorio nacional en cambio, no lo sentía como “suyo”; cosa que entiendo perfectamente. Lo que no entiendo es que no lo sienta como “nuestro”. Y que ese posesivo plural no sea para él más importante que el mísero adjetivo singular “mío”.

Sin embargo, mi mayor angustia respecto a estos modos de vender (a estos modos de “regalar”) la historia y la soberanía en nombre de ideales extranjeros (es decir, en nombre de “razones” e “intereses” cuyo “copyright” no pertenecen a los argentinos, como tampoco nos pertenece la palabra “copyright”) esa angustia, decía, llegó a su punto máximo hace unos días, cuando compaginando un libro con citas de filósofos argentinos, di con este horror y esta maravilla.

La América que “avergüenza” a los pensadores universitarios

En mi paso por la universidad de Córdoba (hace mil años ya) Arturo García Astrada era “lectura obligatoria” en Introducción a la Filosofía; casi un orgullo para el cuerpo docente que lo conocía o había estudiado bajo su ala académica. Sin embargo, al leer su pensamiento sobre lo que “es” o “debería ser” la “filosofía americana” (para él, un oxímoron), entendí que aquel orgullo debiera haber mutado en indignación y vergüenza; la misma que debiéramos haber sentido los argentinos al escuchar la entrevista de Milei para la BBC o la que sentí hace 30 años al ver aquel afiche en Buenos Aires.
En su libro “América y las ideologías” de 1971, García Astrada escribe:

“En Europa, el nihilismo es la ruptura del Espíritu con una de sus formas. (…) En América, en cambio, el nihilismo ha sido siempre, porque ella no ha tenido nunca formas propias sino solamente el reflejo de extrañas. En el campo de la cultura, la carencia de formas propias es lo único propio de América. El americano, culturalmente, no tiene y no debe tener compromisos (…) América, la gran ausente del pasado histórico, es la que en el presente sólo muestra, como propio, su propia nada y únicamente se insinúa como futuro, o sea como otra forma de no-ser (…) Hacer de ella objeto de nuestro conocimiento pareciera tarea imposible porque al interrogarla se nos ofrece como nada”.

Tras leer este párrafo, yo pensé que ni pagándole a un filósofo inglés de los tiempos de Beresford se podría haber expedido con un argumento más despreciativo (además de falso) para socavar el valor no sólo de un continente sino también de una cultura y una antropología; esas que jamás necesitaron “pedirle permiso” a García Astrada o a Hegel para “ser”.

García Astrada había nacido en 1925 en Córdoba y fallecido allí a los 90 años. Hoy, cualquier vuelo rasante de su nombre por internet conduce a aburridos manuales universitarios. No hay ninguna investigación tendiente a rescatarlo a él o a su pensamiento, que acaso no haya sido más que el eco degradado de otro, un “hegelismo avergonzado” del lugar donde le tocó nacer.

Pero mientras realizaba ese trabajo y casi en las antípodas de García Astrada, apareció entre los libros que censaba, el maravilloso nombre de Rodolfo Kusch.

Kusch o la “ontología del pobre”

Hijo de inmigrantes alemanes, Kusch había nacido en Buenos Aires en 1922, y hubiese podido arrogarse muchas más razones (culturales, políticas, idiomáticas…) para ser declaradamente “hegeliano”. Sin embargo, lejos de las cátedras universitarias que sólo repiten (que sólo instalan) la tradición del pensamiento europeo y posicionan en un sitio humillante al de nuestro continente, Kusch se tomó el trabajo de tratar de entender la esencia del pensamiento americano; vale decir, cuáles eran los elementos que lo configuraban haciéndolo distinto (“ontológicamente distinto” debiera haber dicho, con “heidegeriana” propiedad, a los García Astrada de este mundo) al europeo.

Así, abandonando su cátedra de Filosofía en Buenos Aires, Kusch se embarcó a la puna del noroeste del país, “para ver qué pasa en el fondo de América a nivel de pensamiento”, como dice en un increíble audio suyo, que ha sido recuperado.

Foto: Página de Facebook, Pensamiento de nuestra América.

De hecho, su amigo el filósofo Carlos Cullen lo define a Kusch como “un antropólogo furtivo; es decir, un cazador que caza donde no debiera”. Y será de esta exploración de campo de la cual nacerán dos libros grandiosos, “El pensamiento indígena y popular en América” de 1977, y “Esbozo de una antropología filosófica americana” de 1978. Kusch escribe en el primero:

“No podía estar ausente en este trabajo el esbozo de un pensamiento americano que gire en torno al concepto de estar. Creo que dicho término logra concretar el verdadero estilo de vida de nuestra América (…) No se trata de negar la filosofía occidental, pero sí de buscar un planteo más próximo a nuestra vida (…) Va implícito en dicho término esa peculiaridad a partir de la cual habremos de ganar, si cabe, nuestro verdadero lugar, y no esa penosa universalidad que todos pretendemos esgrimir inútilmente”.

Y este esbozo se completa en el segundo libro.

“La diferencia gramatical entre el estar y el ser, hace que el estar se refiera a la circunstancia y el ser a lo esencial. Esto responde a una concepción cotidiana donde el lenguaje regula el pensamiento. (…) de ahí que, del estar, se hable sólo por el hecho de su instalación o lo que llamábamos la ontología del pobre (…) En vez de hablar de una controversia entre estar y ser, hay más bien una conjunción, lo cual se expresaría en la fórmula “estar-siendo” (…) Y precisamente nuestra ventaja en América es saber que todo lo del ser es un simulacro, que lo absoluto se ha ubicado a nuestras espaldas, como un residuo que ha quedado de una sobresaturación ontológica de Occidente ¿Es que esta cultura está enferma de ser y ha perdido el misterio de su estar? (…). Desde el estar-siendo se infiere que el acceso a lo absoluto se ha desplazado al Tercer Mundo”.
Rodolfo Kusch

Pero Kusch no pudo continuar escribiendo sobre una idea filosófica tan radical como brillante; y es que la muerte lo alcanzó con apenas 57 años.

Hoy, su casita de Maimara en el departamento de Tilcara (un pueblo de 4 mil habitantes) se ha convertido en punto crucial de investigación filosófico-antropológica. Y con el permiso de su viuda, Elizabeth Lanata de Kusch, tanto los manuscritos como los libros y grabaciones que Kusch dejara al morir, están siendo minuciosamente clasificados por investigadores de la Universidad Tres de Febrero, de Buenos Aires.

Paredón y después

Mientras escribo, vuelve a mi memoria aquel afiche del diario de Buenos Aires pegado en un paredón, como si su eslogan fusilara al orgullo del pueblo argentino.

Y me pregunto qué habría pensado Kusch de haberlo visto. A lo mejor algo no muy distinto a lo que pensó al ver a los kollas haciendo fila sin ser atendidos en un dispensario público, o documentar con su cámara a grupos de artesanos jujeños y bolivianos expulsados de un bar para no espantar turistas.

Quizás hubiera pensado, ante ese cartel, algo muy parecido a lo que pensó al leer a García Astrada.

Luego me pregunté, casi por extrapolación directa, qué hubiera pensado Kusch de haber podido vivir durante aquel gol de Diego a los ingleses… Acaso hubiera dicho de Diego lo mismo que de él dijo su amigo Cullen, que era un “cazador furtivo” y que había hecho “lo que había que hacer” (según el concepto del “estar-siendo”) en el lugar “donde no debía” (según Hegel o, peor aún, según la moral neoliberal extranjera que escribe diarios “objetivos” en nuestro idioma).

Sin embargo y pese a todas mis conjeturas, jamás podré saber lo que hubiera pensado Rodolfo Kusch ante “la mano de Dios”… Puede, también, que no hubiese pensado absolutamente nada y tal vez se hubiera limitado a “estar-siendo” en aquel pueblo jujeño, sumergiéndose desde la mañana hasta la tarde en el eco profundo de una ontología que sí nos corresponde.

Sea lo que sea lo que haya o no haya pensado Kusch, estoy seguro que la noche del 22 de junio de 1986 hubiera cantado, con los ojos vidriosos “y ya lo ve/ y ya lo ve/ el que no salta/ es un inglés”. Y se hubiera ido a dormir mucho más tranquilo. Con la paz que sólo da el saber que, aunque sea una vez en la vida, se hizo justicia en favor del oprimido; esa ontología que (como decía Aníbal Troilo sobre el tango) “no consulta a Europa”.

Autor

  • Ivan Wielikosielec

    Escritor y periodista argentino (Córdoba, 1971). Ha publicado libros de relatos y poesía (“Los ojos de Sharon Tate”, “Príncipe Vlad”, “Crónicas del Sudeste”). Colabora para diversos medios gráficos e instituciones culturales.

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