Luego de la muerte en 1976 del freno mayor que tenía China para su desarrollo, Mao Tse Tung, esa nación inició reformas económicas de corte capitalista que hicieron estremecer en su tumba al Gran Timonel. Una década después, Vietnam emprendió su “Renovación” (Doi-Moi), que puso fin al estatismo económico.
Ahora, en Cuba, Raúl Castro – con 34 años de retraso—anuncia que en abril próximo tendrá lugar el congreso del Partido Comunista (PCC) que no se celebra desde 1997 para aprobar la “actualización del modelo económico socialista”, que en palabras menos sofisticadas significa la reforma del timbiriche “enriquecido” (RTE).
Cuando en 1991 desaparecieron los subsidios soviéticos, en Cuba se comenzó a vender mediante la cartilla de racionamiento el “picadillo de soya enriquecido”, que era soya “enriquecida” con harina y otras sustancias indefinidas para diferenciarla de lo que comen vacas, puercos y pollos.
Eso es la RTE, que bajo control estatal e impuestos astronómicos dará cierta flexibilidad para actividades privadas, creará cooperativas, descentralizará algunas empresas, fulminará los subsidios estatales que quedan y despedirá a un millón de trabajadores. O sea, enriquecerá un tilín el timbirichismo llamado cuentapropismo.
La buena noticia es que eso abrirá ciertos espacios a la actividad privada que generarán una dinámica económica propia que será ya indetenible. La mala es que no va a la fuente de la crisis estructural que ha convertido en ruinas a uno de los países latinoamericanos que tenía el mayor nivel de vida en 1958. De ahí la decepción que ha causado en la militancia del PCC y en la población, que esperaban una reforma tipo chino o vietnamita.
Quien lee el único documento del congreso (“Lineamientos”) descubre en su vetusta retórica ideológica sólo 4 aspectos nuevos:
- se alquilarán establecimientos estatales para actividades privadas o de cooperativas en los servicios,
- empresas e individuos pagarán impuestos (como en los años 60),
- se concederán créditos a esas actividades privadas (el ministro de Economía ya aclaró que no hay recursos financieros para ello),
- las empresas se basarán en la autogestión financiera “en lugar de los mecanismos administrativos” que tanto gustaban al Che Guevara .
“La planificación socialista seguirá siendo la vía principal para la dirección de la economía” y abarcará también “a las formas no estatales que se apliquen”. Y tal vez lo peor de todo: el documento precisa que “no se permitirá la concentración de la propiedad en personas jurídicas (negocios privados) o naturales” (individuos) . Es decir, nada ni nadie podrá crecer y se fomentará sólo la economía de subsistencia de los tiempos de Marco Polo. O sea, no se permitirá la formación de capital nacional, algo que el país necesita urgentemente y que fue lo primero que hicieron China y Vietnam.
Fiel a su desprecio por los cubanos, la RTE admitirá la inversión extranjera de forma muy regulada y controlada como hasta ahora para beneficiar sólo a la nomenklatura, el generalato y los coroneles del MININT, hijos y familiares. Los precios serán fijados burocráticamente por las empresas y el gobierno central, no por los actores económicos, y el documento exhorta a estimular “la empresa estatal socialista”.
No se entregará la tierra a quienes quieran trabajarla para producir y vender libremente sus cosechas. El Estado dirá qué sembrar y a qué precio venderá al gobierno lo cosechado, y el “sobrante” que se podrá vender en los agromercados.
En Vietnam antes de la “Renovación” se pasaba hambre y hoy ese país es el segundo exportador mundial de arroz y de café y el cuarto de caucho, porque se entregó a los agricultores la tierra para el cultivo y venta libre de sus cosechas, que hasta exportan. La economía vietnamita crece a un 7% anual y recibió este año $12,000 millones en capital extranjero.
La nota cómica la dio Raúl al afirmar que la RTE se basa en las ideas de Fidel, precisamente quien ha impedido siempre cualquier flexibilización económica.
Semejante sarcasmo tuvo un doble objetivo:
- alimentar el ego extraterrestre de Fidel para que no se sienta relegado y quiera ejercer el derecho de veto del que goza (y gozará mientras viva) contra la apertura timbirichista, y
- dejar sentado que nada habrá parecido a las reformas china y vietnamita.
En 1992 ó 1993 un dirigente de la prensa de Vietnam que integraba una delegación de alto nivel que visitaba Cuba se llegó al periódico “Granma” y fue recibido por uno de los jefes del diario. Cuando el visitante se marchó el colega y amigo me dijo bajito: “El tipo me preguntó cuándo vamos a comenzar aquí en Cuba nuestro Doi-Moi, y le tuve que pasar el casete de que nuestras condiciones son distintas por culpa del bloqueo yanqui, y toda esa retahíla de pretextos que ya no se traga nadie…”.
Pues casi 20 años después, el 25 de noviembre pasado, Ricardo Alarcón – de visita en Pekín – puso aquel mismo casete que le rodó mi colega al vietnamita y le dijo a la máxima dirigencia china que esa nación asiática y Cuba “están buscando un camino de desarrollo acorde con sus condiciones nacionales».
Antes del IV Congreso del Partido Comunista (PCC), celebrado en Santiago de Cuba en octubre de 1991, 10 meses después de esfumarse la Unión Soviética, la gente en la calle y los militantes del partido daban por seguro que se iba a aprobar la creación de pequeñas empresas privadas, legalizar la tenencia de divisas (alguien sorprendido con un dólar recibía 4 años de cárcel), la creación de empresas mixtas con capital extranjero, y era muy esperada la reapertura de los mercados campesinos pues de lo contrario el país se hundiría en una crisis alimentaria devastadora.
Incluso, en los núcleos del PCC se comentaba que se iba a enmendar la Constitución para elegir al Presidente de la República por voto popular directo y acabar con la farsa del Consejo de Estado copiada de los soviéticos.
Sin embargo, el dictador decapitó la voluntad nacional en un encendido discurso pocos días antes del congreso. Calificó de “traición al socialismo” los mercados campesinos, la creación de pequeños negocios, la legalización del dólar y la apertura al capital extranjero. Y dijo que votar directamente para elegir el presidente era darle “demasiado poder” al elegido (no quería arriesgarse a obtener una votación ridículamente baja, o perder ante alguien más popular como Carlos Lage).
Prefirió someter a su pueblo al hambre y la desesperación, que llamó “periodo especial”, antes que abrir un minúsculo espacio a la iniciativa privada porque eso erosionaba su control absoluto sobre cada ciudadano.
La hecatombe fue tan colosal que al año siguiente autorizó los mercados campesinos, el trabajo por cuenta propia, las empresas mixtas y en 1993 el dólar circulaba legalmente. Pero tan pronto Venezuela sustituyó a la URSS como soporte económico de Cuba se acabó la flexibilización económica. Ahora que la economía venezolana hace aguas porque paradójicamente Hugo Chávez obedece al comandante y lo estatiza todo, el régimen o abre la mano otra vez, o todo se viene abajo.
En fin, el timbirichismo enriquecido no liberará las fuerzas productivas cubanas. Es una aspirina: alivia el dolor, pero no cura.