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Los sueños que terminaron en el desierto: ancianos abandonados por su familia en Tijuana

Inmigrantes cansados y enfermos, muchos con cabello blanco y un caminar lento. Unos son invidentes;  otros no se pueden levantar de su cama. Los más afortunados andan en silla de ruedas por todo el asilo buscando alguien con quién hablar, que los escuche, porque su familia dejo de hacerlo hace mucho tiempo.

Son personas mayores de 50, 60 o 70 años, pero que no hace mucho tiempo, llegaron como inmigrantes a Tijuana con un sueño. Algunos unos no pudieron cruzar a Estados Unidos,. Otros si pero con el tiempo fueron deportados. El problema es que ahora que están en el ocaso de su vida, con necesidades físicas y psicológicas enormes, han sido abandonados.

Lo triste es que, en muchas ocasiones, hasta sus mismos familiares son los que los han ido a dejar al asilo y ya no regresaron.

Si, lo escuchaste bien, por sus propias familias. Esa palabra con la que muchos latinos en Estados Unidos nos llenamos la boca de decir que lo primero y más importante es la familia. Pero si le preguntamos eso a cualquiera de los 35 inmigrantes que habitan el asilo, te dirán que no es cierto. Que la familia no fue lo más importante, por lo menos no para sus parientes de sangre que se han olvidado de ellos.

Y mencioné los latinos en los Estados Unidos porque un gran número de estas personas tienen hijos, hermanos y algunos hasta padres o conocidos en el país más rico del mundo, pero que por diversas razones no los frecuentan ni les hablan, solo a uno que otro, pero igual, no los visitan, y eso les hace los días más largos, la vida más pesada y con ganas de terminarla.

Estoy hablando del asilo La Casa para Pobres Desamparados, fundado y administrado por el hermano Pablo desde 1999 para ayudar a los seres humanos que, en el ocaso de su vida, no tienen un amigo o una familia que vea por ellos.

Es por eso que desde hace 22 años y literalmente, piedra por piedra, el hermano ha ido construyendo el asilo. Con la ayuda de innumerables voluntarios inició un cuarto, luego otro, luego fue el baño y la cocina, y así, poco a poco se construyó hasta lograr un inmueble que, si bien no es lo que uno quisiera tener, si tiene lo mínimo para cuidar de aquellas personas que las fuerzas, los brazos o las piernas, pero principalmente la familia, ya no les responden como antes.

Cuando le preguntamos al hermano Pablo cuantos ancianos han muerto en el asilo, él ya no quiere contarlos. Unos logran contactar a sus familiares, pero muchos otros terminan en una fosa común, en algún lugar en el desierto, no muy lejano del asilo.

Actualmente, el inmueble que se encuentra ubicado en La Rumorosa, en pleno desierto a unos 40 minutos de Tecate, en el estado de Baja California, le están construyendo otros cuartos que servirán de clínica para atender las necesidades básicas de los abuelitos que lo necesitan en forma urgente. Ante tanta necesidad, lo triste es que la construcción va a cuentagotas por la falta de recursos.

Es por eso que la organización Los Niños de la Calle con Wendy, del condado de Orange, visitan el asilo por lo menos unas cinco o seis veces al año para llevarles alimentos y manos expertas que ayuden a la construcción o al arreglo de cualquier cosa que se descomponga en el inmueble.

El mes pasado los voluntarios cambiaron todos los sanitarios, y el pasado fin de semana llevaron unas camas, limpiaron y entregaron alimentos para unos treinta días.

Así que, si quisieras cooperar, si quieres hacerle la vida un poco menos pesada a ese grupo de inmigrantes que lo intentaron, pero que por diversas razones fueron abandonados, solo tienes que hablar al 714-635-0130 o visita la página de Facebook: Los Niños de la Calle con Wendy para donar tiempo o dinero. Pero si le quieres hablar al hermano Pablo directamente, solo marca desde Estados Unidos el 011-52-686-233-6941 y él mismo te atenderá.

Fotos: Agustín Durán.

Autor

  • Agustin Duran

    Agustín Durán es un inmigrante que ha ejercido el periodismo en diferentes medios de Los Ángeles por 23 años y actualmente es editor de Metro de La Opinión. Es graduado de Ciencias de Comunicación en Ciudad de México y tiene una maestría en Comunicación Masiva de la universidad de Northridge. Es padre, esposo y es tan escéptico que no le cree ni a su madre cuando le dice ´te quiero´, se lo tiene que probar.

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