La reciente encuesta de la Liga Antidifamación (ADL) sobre las experiencias de los judíos estadounidenses con el antisemitismo reveló un gran aumento de la preocupación por ser blanco de quienes odian a los judíos.
Este pico fue mucho mayor que cualquiera que hayamos visto en los últimos años, incluso después de la masacre en la sinagoga de Pittsburgh o de los ataques a judíos en Brooklyn y otras áreas de Nueva York y Nueva Jersey.
Esto es realmente un llamado de atención para Estados Unidos.
Por primera vez en décadas, los judíos están preocupados por su seguridad, no a manos de algún extremista que pueda creerse las teorías conspirativas antisemitas —como vimos en Pittsburgh y Poway—, sino de individuos que utilizan el conflicto de Medio Oriente como pretexto para atacar a los judíos.
La combinación de la generalización de la demonización de Israel, el afloramiento del antisemitismo en todo el espectro político, la preocupación por la seguridad de las instituciones judías y los ataques aparentemente casuales contra los judíos crea la sensación de que los judíos estadounidenses están empezando a perder ese estado privilegiado que ha caracterizado la vida judía en Estados Unidos.
Cada vez se plantea más la cuestión de si la vida judía estadounidense se está europeizando.
Cuando sucedió el caso de Pittsburgh, se habló mucho sobre el papel desempeñado por la retórica del Presidente para envalentonar a los supremacistas blancos. El consenso fue que, si bien el atacante era un antisemita —independientemente de cualquier comentario presidencial— el ambiente que lo hizo sentir cómodo para ejercer su odio fue fomentado por los comentarios del Presidente tras la marcha de odio y antisemitismo en Charlottesville.
Esta distinción debe aplicarse en los numerosos casos de ataques a judíos en todo Estados Unidos en los últimos días, ya sea en Times Square, en una sinagoga en Brooklyn o en Los Ángeles. Estos odiadores —incluido uno que, tras ser detenido por su delito, dejó claro que lo volvería a hacer si tuviera la oportunidad— son antisemitas que pueden estar utilizando el conflicto del Medio Oriente como excusa para actuar según sus creencias antisemitas.
Sin embargo, no cabe duda de que la retórica de algunos políticos y figuras de los medios de comunicación —que demonizan a Israel, acusan al Estado judío de todo: desde ser un asesino de niños hasta el apartheid y el genocidio— también tiene su parte de responsabilidad.
Este tipo de comentarios demonizantes no tienen nada que ver con una crítica legítima a la política israelí. Son, más bien, comentarios provocativos de figuras respetables que dan espacio a quienes odian a los judíos y aprovechan el momento para atacar a judíos inocentes.
Es hora de que todas las personas de bien condenen la retórica que prepara el terreno para estos ataques. No basta con condenar el antisemitismo; también es vital detener los indignantes ataques al buen nombre del Estado judío.
¿Cómo retornar a una época en la que los judíos no temían por su seguridad en el país que ha sido mejor para su población judía que cualquier otro en la historia de la diáspora?
La respuesta empieza por acabar con la politiquería partidista sobre el antisemitismo y reconocer que puede surgir de la derecha o de la izquierda, de comunidades mayoritarias o de comunidades minoritarias, y que no solo tenemos que condenarla —venga de donde venga— sino que también debemos identificar de dónde surge el peligro en cada situación. Hace algunos años no se dudó al señalar a los supremacistas blancos que atentaban contra los judíos. Hoy, la amenaza surge bajo la apariencia de activistas antiisraelíes, muchos de los cuales proceden de comunidades minoritarias.
Tenemos que superar la idea de que las minorías, cuyas comunidades son a menudo objeto de odio, no deben ser condenadas del mismo modo que los supremacistas blancos cuando incurren en antisemitismo. En este sentido, el hecho de que el principal antisemita de Estados Unidos —Louis Farrakhan— siga teniendo tantos seguidores y sea tratado con respeto por demasiadas personas respetables, socava la lucha contra el antisemitismo y contribuye a envalentonar a los que odian.
Entonces sí, necesitamos que el Congreso actúe contra el antisemitismo, como ocurrió recientemente en relación con el odio contra los asiáticos. La reciente resolución del Senado condenando el aumento de los ataques antisemitas fue un buen comienzo. También fue alentador ver a los líderes de Silicon Valley adoptar una postura contra el antisemitismo en una carta pública. Pero es evidente que deben hacer más para prevenir el antisemitismo en las plataformas que dirigen.
Por encima de todo, necesitamos claridad de pensamiento sobre el carácter pernicioso del antisemitismo, el papel que la demonización y deslegitimación del Estado judío juegan en la difusión de las ideas antisemitas, y la necesidad de encontrar a los responsables y llevarlos ante la justicia.
El hecho de que los judíos estadounidenses estén tan preocupados debería preocupar a todo Estados Unidos.
Kenneth Jacobson es Director Nacional Adjunto de la Liga Antidifamación.