Nunca he podido comprender cómo los teóricos marxistas y los dirigentes políticos, que como Hugo Chávez quieren construir el “socialismo del siglo XXI” —cuando ya ese sistema social fue enterrado en Europa y en Asia lo desmontan—, no se percatan de que el socialismo (léase comunismo) se erige sobre una paradoja insólita: es inviable según las propias leyes enunciadas por Carlos Marx.
Resulta asombroso cómo no se dan cuenta de que, ya de inicio, el régimen de partido único y la supresión de la libre competencia económica constituyen una total negación del marxismo.
Contradicción interna
Uno de los pilares filosóficos postulados por “El Moro”, como llamaban a Marx sus allegados —que él y su colega Friederick Engels tomaron prestado de su compatriota Friederick Hegel—, es la ley de la dialéctica según la cual para que exista movimiento, desarrollo de cualquier tipo, ya sea físico, químico o social, tiene que haber una lucha constante de elementos que se opongan, o sea, de contrarios.
Muchísimo antes, 500 años antes de Cristo, el filósofo griego Heráclito de Efeso ya sostuvo que “todo cambia, todo fluye”, que en el mundo todo se transforma at infinitum y que esa movilidad constante se debe a la “estructura de contradicciones que origina todas las cosas”.
El genial pensador inmortalizó su tesis con una célebre frase: “Nadie puede bañarse dos veces en las mismas aguas de un río…”.
En la segunda década del siglo XX, Vladimir Lenin completó la doctrina marxista adaptándola al nuevo escenario conformado por las grandes corporaciones capitalistas, que él por razones ideológicas llamó monopolios, sin serlo, y enfatizó que la ley de unidad y lucha de contrarios es “el núcleo de la dialéctica materialista”.
Mao Tse Tung fue otro paradigma y teórico del comunismo, más rudimentario porque apenas conocía a Marx, ni a Hegel, pues sólo leía en chino y muy pocas obras de ambos alemanes estaban traducidas a esa lengua asiática. No obstante, Mao puso lo suyo al marxismo y elaboró su tesis Sobre la contradicción, en la que sostiene la necesidad absoluta de que haya contrarios para que surjan los “saltos hacia adelante”. Para Mao, la ley de la unidad y lucha de contrarios era “la más importante de toda la dialéctica revolucionaria”.
Se oponen y se unen
En síntesis, la piedra angular de la dialéctica marxista es la de que los elementos contrarios se oponen, pero a la vez se unen indistintamente, y es de esta forma contradictoria o paradójica que se produce el movimiento, el desarrollo de la materia y de la sociedad humana.
O sea, que de no existir elementos contrapuestos habría un reposo absoluto, algo absurdo, pues todo siempre está en movimiento, aunque no lo parezca.
Cuando alguien se sienta a contemplar la belleza de la Luna cree que está en reposo. No es verdad, va a velocidad supersónica junto con la Tierra, que gira sobre su eje y alrededor del Sol, y éste se mueve con sus planetas en la galaxia, que también viaja por el universo.
Además, en el cuerpo de esa persona contemplativa se mueven las células, los átomos y moléculas de toda su anatomía.
En fin, que no hay nada estático en el universo, excepto precisamente los regímenes comunistas ortodoxos.
La gran contradicción del marxismo
Entendido ya este pilar filosófico del materialismo dialéctico, veamos la gran contradicción del marxismo: todo Partido Comunista (PC) cuando llega al poder —así ocurrió en Europa, Asia y en Cuba— lo primero que hace es decretar “la dictadura del proletariado” y suprimir todos los partidos políticos excepto el comunista, que se constituye en el partido único del país.
El Buró Político del PC y su secretario general, que no son elegidos en sufragio popular, pasan a controlar por completo los poderes Ejecutivo, Legislativo y el Judicial. Y no rinden cuentas a nadie por su actos, pues están por encima del estado y de la ley.
La propiedad privada
Paralelamente se suprime la propiedad privada sobre los medios de producción y servicios, incluidos los medios de comunicación. Estos últimos, al ser todos propiedad del Estado se convierten en un aparato de propaganda político-ideológica.
Así el régimen evita el escrutinio público sobre la corrupción de la nomenklatura, silencia los errores y disparates cometidos, y siembra en la conciencia ciudadana las maravillas de la utopía comunista, de la mano de un inmovilismo social absoluto.
Es decir, el gobierno marxista elimina aquellos elementos contrarios que en su interacción generan el desarrollo de una nación moderna, tales como la libertad económica y la competencia en el mercado, la libertad de expresión, el debate y la pluralidad de ideas renovadoras en lo político, ideológico, cultural, filosófico, religioso, humanista, así como la libre innovación tecnológica y científica.
En otras palabras, el nuevo régimen destruye al sector privado y borra del mapa la “mano invisible” de que hablaba Adam Smith, la misma que con la consigna de laissez faire (dejar hacer), acuñada poco antes por los fisiócratas franceses, sacó al mundo del atraso económico semifeudal y lo condujo a la modernidad que hoy conocemos. La combinación de aquella mano etérea del célebre economista escocés y la fuerte presión de los fisiócratas ayudaron a extender las ideas de que los poderes económicos de los Estados debían ser reducidos y de que existía un orden natural aplicable a la economía.
El instinto natural
“Es sólo por su propio provecho —escribió Smith en La Riqueza de las Naciones (1776)— que un hombre emplea su capital en apoyo a la industria (…) En esto está, como en otros muchos casos, guiado por una mano invisible para alcanzar un fin que no formaba parte de su intención (…) Al buscar su propio interés, el hombre a menudo favorece el de la sociedad mejor que cuando realmente desea hacerlo”.
En otras palabras, por instinto natural todos buscamos un claro beneficio personal, pero al lograrlo automáticamente se beneficia toda la sociedad. Por eso el régimen comunista al abolir la libertad económica mata la gallina de los huevos de oro y se autocondena al fracaso como experimento social.
Y es que hace regresar la sociedad a las monarquías absolutas del Estado omnipresente tipo Luis XIV, y al despotismo ilustrado tipo Catalina la Grande de Rusia con su política de “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”—, que al asfixiar las libertades individuales impedían la creación de riquezas en grande y sembraban miseria a diestra y siniestra.
Esa mezcla nefasta de absolutismo con despotismo ilustrado del siglo XVIII es lo que impera en la Cuba de hoy y en el régimen extraterrestre de Corea del Norte. Y es lo que quiere Hugo Chávez para Venezuela y toda Latinoamérica.
La verdad absoluta
Por otra parte, el régimen de partido único niega también el principio marxista de que la verdad absoluta no existe. Marx atacó a fondo el concepto de “Idea Absoluta” de Platón —y luego de Hegel—, y concluyó que toda verdad es siempre relativa, nunca es absoluta. Dijo que en lo social lo que es verdad para unos no lo es para otros.
Sin embargo, todo Partido Comunista cuando llega al poder se autodeclara Zeus poseedor de la verdad absoluta y convierte al marxismo en sacrosanto dogma religioso. Y quien cuestiona ese dogma es enviado a la cárcel por la “Santa Inquisición” comunista (que le pregunten en Cuba a Oscar Elías Biscet y otros 300 ciudadanos por qué están en prisión)
Conclusión, que el marxismo se niega a sí mismo. Aplasta las contradicciones que dice son condición sine qua non para el desarrollo social, y enarbola una verdad absoluta que asegura no existe. Se trata de Marx contra Marx. O lo que es lo mismo, no hay nadie más antimarxista, más anticomunista, que el propio Marx.
Por eso, soñar que “la Tierra será un paraíso bello de la humanidad…”, como reza el himno de La Internacional (comunista), no es muy práctico que digamos, pues el sistema social imaginado por El Moro hace 161 años nace siempre con fecha de vencimiento. Viene al mundo con el virus “antidialécticus” que acabará con su vida.