Carlos Marx contra Marx

Nunca he podido comprender cómo los teóricos marxistas y los dirigentes políticos, que como Hugo Chávez quieren construir el “socialismo del siglo XXI” —cuando ya ese sistema social fue enterrado en Europa y en Asia lo desmontan—, no se percatan de que el socialismo (léase comunismo) se erige sobre una paradoja insólita: es inviable según las propias leyes enunciadas por Carlos Marx.

Resulta asombroso cómo no se dan cuenta de que, ya de inicio, el régimen de partido único y la supresión de la libre competencia económica constituyen una total negación del marxismo.

Contradicción interna

Uno de los pilares filosóficos postulados por “El Moro”, como llamaban a Marx sus allegados —que él y su colega Friederick Engels tomaron prestado de su compatriota Friederick Hegel—, es la ley de la dialéctica según la cual para que exista movimiento, desarrollo de cualquier tipo, ya sea físico, químico o social, tiene que haber una lucha constante de elementos que se opongan, o sea, de contrarios.

Muchísimo antes, 500 años antes de Cristo, el filósofo griego Heráclito de Efeso ya sostuvo que “todo cambia, todo fluye”, que en el mundo todo se transforma at infinitum y que esa movilidad constante se debe a la “estructura de contradicciones que origina todas las cosas”.

El genial pensador inmortalizó su tesis con una célebre frase: “Nadie puede bañarse dos veces en las mismas aguas de un río…”.

En la segunda década del siglo XX, Vladimir Lenin completó la doctrina marxista adaptándola al nuevo escenario conformado por las grandes corporaciones capitalistas, que él por razones ideológicas llamó monopolios, sin serlo, y enfatizó que la ley de unidad y lucha de contrarios es “el núcleo de la dialéctica materialista”.

Mao Tse Tung fue otro paradigma y teórico del comunismo, más rudimentario porque apenas conocía a Marx, ni a Hegel, pues sólo leía en chino y muy pocas obras de ambos alemanes estaban traducidas a esa lengua asiática. No obstante, Mao puso lo suyo al marxismo y elaboró su tesis Sobre la contradicción, en la que sostiene la necesidad absoluta de que haya contrarios para que surjan los “saltos hacia adelante”. Para Mao, la ley de la unidad y lucha de contrarios era “la más importante de toda la dialéctica revolucionaria”.

Se oponen y se unen

En síntesis, la piedra angular de la dialéctica marxista es la de que los elementos contrarios se oponen, pero a la vez se unen indistintamente, y es de esta forma contradictoria o paradójica que se produce el movimiento, el desarrollo de la materia y de la sociedad humana.

O sea, que de no existir elementos contrapuestos habría un reposo absoluto, algo absurdo, pues todo siempre está en movimiento, aunque no lo parezca.

Cuando alguien se sienta a contemplar la belleza de la Luna cree que está en reposo. No es verdad, va a velocidad supersónica junto con la Tierra, que gira sobre su eje y alrededor del Sol, y éste se mueve con sus planetas en la galaxia, que también viaja por el universo.

Además, en el cuerpo de esa persona contemplativa se mueven las células, los átomos y moléculas de toda su anatomía.

En fin, que no hay nada estático en el universo, excepto precisamente los regímenes comunistas ortodoxos.

La gran contradicción del marxismo

Entendido ya este pilar filosófico del materialismo dialéctico, veamos la gran contradicción del marxismo: todo Partido Comunista (PC) cuando llega al poder —así ocurrió en Europa, Asia y en Cuba— lo primero que hace es decretar “la dictadura del proletariado” y suprimir todos los partidos políticos excepto el comunista, que se constituye en el partido único del país.

El Buró Político del PC y su secretario general, que no son elegidos en sufragio popular, pasan a controlar por completo los poderes Ejecutivo, Legislativo y el Judicial. Y no rinden cuentas a nadie por su actos, pues están por encima del estado y de la ley.

La propiedad privada

Paralelamente se suprime la propiedad privada sobre los medios de producción y servicios, incluidos los medios de comunicación. Estos últimos, al ser todos propiedad del Estado se convierten en un aparato de propaganda político-ideológica.

Así el régimen evita el escrutinio público sobre la corrupción de la nomenklatura, silencia los errores y disparates cometidos, y siembra en la conciencia ciudadana las maravillas de la utopía comunista, de la mano de un inmovilismo social absoluto.

Es decir, el gobierno marxista elimina aquellos elementos contrarios que en su interacción generan el desarrollo de una nación moderna, tales como la libertad económica y la competencia en el mercado, la libertad de expresión, el debate y la pluralidad de ideas renovadoras en lo político, ideológico, cultural, filosófico, religioso, humanista, así como la libre innovación tecnológica y científica.

En otras palabras, el nuevo régimen destruye al sector privado y borra del mapa la “mano invisible” de que hablaba Adam Smith, la misma que con la consigna de laissez faire (dejar hacer), acuñada poco antes por los fisiócratas franceses, sacó al mundo del atraso económico semifeudal y lo condujo a la modernidad que hoy conocemos. La combinación de aquella mano etérea del célebre economista escocés y la fuerte presión de los fisiócratas ayudaron a extender las ideas de que los poderes económicos de los Estados debían ser reducidos y de que existía un orden natural aplicable a la economía.

El instinto natural

“Es sólo por su propio provecho —escribió Smith en La Riqueza de las Naciones (1776)— que un hombre emplea su capital en apoyo a la industria (…) En esto está, como en otros muchos casos, guiado por una mano invisible para alcanzar un fin que no formaba parte de su intención (…) Al buscar su propio interés, el hombre a menudo favorece el de la sociedad mejor que cuando realmente desea hacerlo”.

En otras palabras, por instinto natural todos buscamos un claro beneficio personal, pero al lograrlo automáticamente se beneficia toda la sociedad. Por eso el régimen comunista al abolir la libertad económica mata la gallina de los huevos de oro y se autocondena al fracaso como experimento social.

Y es que hace regresar la sociedad a las monarquías absolutas del Estado omnipresente tipo Luis XIV, y al despotismo ilustrado tipo Catalina la Grande de Rusia con su política de “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”—, que al asfixiar las libertades individuales impedían la creación de riquezas en grande y sembraban miseria a diestra y siniestra.

Esa mezcla nefasta de absolutismo con despotismo ilustrado del siglo XVIII es lo que impera en la Cuba de hoy y en el régimen extraterrestre de Corea del Norte. Y es lo que quiere Hugo Chávez para Venezuela y toda Latinoamérica.

La verdad absoluta

Por otra parte, el régimen de partido único niega también el principio marxista de que la verdad absoluta no existe. Marx atacó a fondo el concepto de “Idea Absoluta” de Platón —y luego de Hegel—, y concluyó que toda verdad es siempre relativa, nunca es absoluta. Dijo que en lo social lo que es verdad para unos no lo es para otros.

Sin embargo, todo Partido Comunista cuando llega al poder se autodeclara Zeus poseedor de la verdad absoluta y convierte al marxismo en sacrosanto dogma religioso. Y quien cuestiona ese dogma es enviado a la cárcel por la “Santa Inquisición” comunista (que le pregunten en Cuba a Oscar Elías Biscet y otros 300 ciudadanos por qué están en prisión)

Conclusión, que el marxismo se niega a sí mismo. Aplasta las contradicciones que dice son condición sine qua non para el desarrollo social, y enarbola una verdad absoluta que asegura no existe. Se trata de Marx contra Marx. O lo que es lo mismo, no hay nadie más antimarxista, más anticomunista, que el propio Marx.

Por eso, soñar que “la Tierra será un paraíso bello de la humanidad…”, como reza el himno de La Internacional (comunista), no es muy práctico que digamos, pues el sistema social imaginado por El Moro hace 161 años nace siempre con fecha de vencimiento. Viene al mundo con el virus “antidialécticus” que acabará con su vida.

De la dialéctica al sentido de la realidad viviente

Autor

  • Roberto alvarez quinones

    Roberto Alvarez Quiñones (1941), periodista, economista y licenciado en Historia cubano residente en California, con 40 años de experiencia como columnista en el área económica, primero en Cuba en el periódico “Granma” (1968-1995), y simultáneamente en la Televisión Cubana, donde fue comentarista de economía internacional, desde 1982 a 1992. Profesor de la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Habana desde 1982 a 1992. Llegó a EEUU en 1995, y en 1996 comenzó a trabajar en el diario “La Opinión” de Los Angeles, donde fue editor y columnista de las secciones de Negocios, Latinoamérica, El Mundo, y el suplemento “Tu Casa” (bienes raíces), hasta 2008. Actualmente es analista económico de Telemundo (TV), y escribe columnas y artículos para varios medios en español de EEUU y España. Es autor de 6 libros, 4 publicados en La Habana y 2 en Caracas, Venezuela. Ha recibido 11 premios de periodismo.

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  1. FILOSOFÍA Y SOCIALISMO: UNA APROXIMACIÓN A SU INCONCILIABILIDAD
    Por Gladys L. Portuondo Pajón*

    Este trabajo la autora lo preparó para la revista especializada DIKAIOSYNE, n. 20, año 11, enero-junio de 2008, de Mérida, Venezuela, cuando ella aún impartía clases en la Cátedra de Filosofía, en el Seminario Arquidiocesano San Buenaventura, en la misma ciudad del país sudamericano. Pero ahora, en relación con los comentarios que se han empezado a suscitar en la revista hispanicla.com sobre el marxismo, debido al trabajo publicado por el periodista Roberto Álvarez Quiñones, “Marx vs. Marx”, la autora pide que le gustaría que su trabajo forme parte de este contexto crítico, con la “intención —dice Gladys L. Portuondo— de dejar constancia de algunos aspectos que se han pasado por alto casi siempre por los defensores de Marx, y esto se resume en lo que dice Quiñones de que el marxismo se contradice a sí mismo, lo que dicho de otra manera por mí es que el marxismo ejerce la crítica radical tan sólo en relación con el pasado pero usando de modo oportunista los propios métodos de la tradición filosófica”.

    Este ensayo aborda el carácter problemático de la relación entre la filosofía y el socialismo, entendiendo a éste último tanto en su acepción teórica marxista como en su realidad histórica. La propuesta que defendemos sostiene la inconciliabilidad entre la reflexión filosófica y el socialismo teórico e histórico, a partir de los planteamientos de Hannah Arendt y Karl Jaspers, fundamentalmente.

    Cualquier referencia acerca de la relación entre la Filosofía y el Socialismo puede tener el significado, para nada implícito, de una aseveración: la de la posible “conciliación” entre uno y otro término; la conciliación de la filosofía con el socialismo y, a la inversa, del socialismo con la filosofía. Uno podría preguntarse si esta conciliación es sólo posible, mas no cumplida, en tanto el socialismo fue concebido como proyecto teórico en la filosofía de Marx y en su doctrina de la historia. Si dicho proyecto se encuentra o no suficientemente justificado desde la teoría, así como la medida y el sentido de su realización, es asunto que puede abordarse, al menos de pasada, más adelante. Pero como es inevitable —en aras de la básica honestidad intelectual que permite soportar toda intención critica— reconocer nuestro propio interés, preferiríamos enunciar el asunto de manera diferente: el enunciado sería, en este caso, “Filosofía o Socialismo”; la manera en que se propone este enunciado hará entonces posible el enfoque sobre sus implicaciones, desde y sobre la realidad.

    Hasta qué punto el “y” se transforma en “o”, queda en gran medida sin explicación evidente en la teoría de Marx, aun cuando en buena parte de los países donde se implementó el sistema social socialista la enseñanza de la filosofía continuó realizándose en las universidades, si bien desde los supuestos de una indiscutida(ble) alternativa en la que el “socialismo” habría de rebasar toda propuesta racional y humanista de la tradición filosófica, dejándola sujeta a la condición de una herencia de museo, con todas las implicaciones relativas a una arqueología de las ideas difícilmente compatible con el espíritu de una revolución que aspiraría a devorar el pasado y, con éste, a los peligrosos vericuetos de las rupturas, las continuidades y la unidad universal del espíritu de Occidente.

    Decir: Filosofía o Socialismo, propone no un vínculo, sino una alternativa. Una alternativa que alude a que el socialismo y la filosofía no son compatibles. Otra cosa es demostrarlo. Tal demostración sobrepasa los comentarios que en esta oportunidad podremos exponer, aunque su posibilidad estará presente de modo latente en ellos. Lo único que nos proponemos es llamar la atención sobre esta posibilidad y exponernos, con alguna suerte, al menos a que se nos cuestione.

    Cuando se pregunta qué ha llegado a ser hoy la filosofía, es posible remitirse a la reflexión de Karl Jaspers quien decía que cuando la filosofía no puede dar respuestas a las interrogantes que los tiempos proponen, puede no obstante dirigir su mirada a la tradición y luchar por preservarla, y entonces conservará la posibilidad de dar cuenta de sí misma, condición de toda respuesta posible. La pregunta por el socialismo y por su posibilidad exige sin duda leer y entender a Marx y aspirar a que, por ejemplo, en el Manifiesto Comunista sea posible hallar y entender con suficiente claridad qué sea el socialismo. Pero resulta muy difícil conciliar la teoría de Marx con lo que en la historia del siglo XX y todavía en la del XXI ha llegado a ser lo que muchos denominaron “socialismo real”, pese a la evidente proximidad del marxismo con los regímenes inspirados en sus cuestionables pronósticos. Sea por exceso, o por defecto, los principios del marxismo no coinciden suficientemente en la teoría con el “socialismo real”.

    La parcialidad y, con frecuencia, las contradicciones de esta problemática (no)coincidencia han obligado a los teóricos del marxismo —en número significativamente decreciente en las universidades y los medios académicos, proceso de proporciones correspondientes con el aumento de la popularidad del marxismo entre movimientos políticos emergentes, sobre todo a partir de su vertiente más exitosa a largo plazo en sentido pragmático, la gramsciana— a realizar sucesivos “ajustes” al pensamiento de Marx. Estos ajustes, como es conocido, han sido considerados a partir de Lenin como formas de enriquecimiento de la teoría, cuando no se acusaba todo intento de corrección de una grave falta, la del “revisionismo”.
    La complejidad de estos nexos, o en ocasiones, la falta de ellos, es también un argumento a nuestro favor; esto es, a favor de lo justificable que puede ser el propósito de eludir toda intención de ofrecer alguna “clave” incuestionable para descifrar toda referencia recíproca entre “filosofía” y “socialismo”. Pero esto no significa que haya que renunciar a la comprensión, pues donde las elaboraciones teóricas son insuficientes, siempre se puede apelar a la evidencia de los hechos. Es por ello que proponemos otro enunciado en lugar de la posible propuesta: “La Filosofía y el Socialismo: implicaciones en la realidad”. Mas bien se podría sugerir: “Implicaciones de la realidad en la alternativa: ¿Filosofía o Socialismo?”

    Max Weber y con él, Karl Jaspers, opinaban que el hombre del mundo contemporáneo debe hacer lo que aquí y en este momento es necesario hacer, sin aspirar a orientarse por recetas de validez universal para sus acciones, ya que toda situación es siempre condición concreta que establece los límites y posibilidades de toda voluntad de finalidad y de planificación. La única condición esencial de las acciones y decisiones, según estiman, es la capacidad reflexiva. Ambos pensadores opinan que la verdad de la reflexión se mide por su carácter crítico y metódico, según su configuración empírica y existencial respecto a lo comprendido. Esto quiere decir: mantenerse alerta siempre ante los hechos o en “estado de vigilia”, sin lo cual no es posible el examen crítico. La teorización y el saber universales tienen, en el caso de Jaspers, sólo el significado necesario, pero limitado, de “horizontes” para nuestra reflexión y nuestras decisiones, pero no de un referente doctrinario que garantizaría por anticipado el sentido que a éstas corresponde, liberándonos de decidir desde nuestra propia responsabilidad y riesgo.

    Las recomendaciones de Weber y de Jaspers, respectivamente, son especialmente fructíferas si de lo que se trata es de saber qué es hoy la filosofía, lo mismo en el socialismo que fuera de él. Pues en toda situación histórica, la tradición filosófica será siempre el horizonte necesario de la pregunta por la filosofía.
    La teoría de Marx puede considerarse, siguiendo este tenor, como un hipotético horizonte, cuando uno se pregunta qué clase de sociedad ha sido o es el socialismo en la Unión Soviética, en Viet Nam o en Cuba, lo que significa que en dicho horizonte doctrinario no podremos encontrar todos los elementos para responder esta pregunta (aún cuando éste deba considerarse como referente obligatorio). Pero hemos dicho: un hipotético horizonte, ya que no es el único. La noción de “socialismo” no tiene significado unívoco, ni tampoco completamente coherente.

    En la teoría de Marx se pretende argumentar un “socialismo científico” en consonancia con la “dictadura del proletariado”, pero en ciertos sectores de la democracia se defiende la posibilidad de un “socialismo cristiano”, en sentido opuesto a Marx. El partido nazi de Hitler, ajeno a Marx y al cristianismo, se autodenominó “partido nacionalsocialista”. No pretendemos disertar sobre los significados de “socialismo”, pero es necesario tomar en cuenta la diversidad de horizontes doctrinarios posibles para este mismo término.

    No obstante, nos limitaremos a una referencia parcial a uno de estos significados: al del llamado “socialismo real”, que identifica los regímenes de orientación marxista (con tendencia leninista, maoísta, etc.), obviando diferencias entre sus modalidades.

    En sus expresiones más radicales, el “socialismo real” llegó a identificarse en sus rasgos totalitarios con el régimen nazi. Stalin instituyó campos de concentración en la Unión Soviética –los de la Siberia eran particularmente inhumanos, debido a las condiciones climáticas. En ellos murieron de hambre y frío millones de personas, aunque a diferencia de los “campos de exterminio” de los nazis, se abandonaba a los condenados a su suerte, mientras que el régimen nazi implementó los campos con el propósito de organizar eficazmente el exterminio, de forma rápida y matemáticamente calculada.
    Kampuchea (Camboya) es otro ejemplo de radicalización del “socialismo real”. De orientación básicamente maoísta, el régimen de Kampuchea dejó una huella profundamente sangrienta en las experiencias siempre tristemente contrastantes con el sueño utópico de Marx sobre un futuro de igualdades sociales, progreso tecnológico y triunfo absoluto de la razón científica sobre la fe religiosa. Kampuchea ha sido quizás el ejemplo más consecuente de las implicaciones del socialismo en su depurada realidad esencial: ésta consiste en la voluntad de abolir la “diferencia”, la cual puede subsistir aún cuando se limiten o se supriman las “desigualdades económicas”. Pues la diferencia se sostiene siempre bajo su expresión inextinguible, la de la diversidad de opinión y de pensamiento.

    Pol Pot, la cabeza del experimento comunista en Kampuchea y el partido que lo acompañó en el poder, lideraron un holocausto de proporciones no menos significativas que aquél otro que los nazis implementaron en su tiempo.
    En Kampuchea se torturó y asesinó aproximadamente a dos de los cinco millones de habitantes de ese país; no por organizar movimientos de oposición al régimen, sino por hablar francés; por saber leer y escribir; por usar lentes que lo permitieran; por ser maestros o profesionales; por divulgar el saber y cultivar el espíritu, el cual constituye la auténtica fuente de toda fructífera diferenciación. Esto puede parecer una historia ficticia, pero tristemente no es así. El régimen kampucheano se propuso abolir por medio del exterminio todo indicio asociado al saber; al conocimiento y, por consiguiente, a la capacidad reflexiva. La reflexión era su principal enemigo.

    El ejemplo de Kampuchea nos parece paradigmático, por cuanto el “socialismo real”, tanto en sus modalidades más moderadas como en aquellos extremos que obligan a calibrar la amplitud de los márgenes en que la teoría de Marx ha tenido una cabida indudablemente imprevista desde sus horizontes teóricos, adopta un principio inseparable del marxismo teórico: la pretensión de instaurar un orden social en el que todas las posibles interrogantes sobre el hombre ya tienen una respuesta; ya tienen una solución asignada de modo definitivo y concluyente; se trata de una ciencia del hombre de la cual se han suprimido todos los posibles enigmas. Éste es el vínculo que compromete irremediablemente a la teoría de Marx con su fracaso en el mundo real.

    De manera análoga, aunque quizás sin todos los rigorismos extremos de Kampuchea o del bolchevismo soviético, las granjas de las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción) se organizaron en Cuba en los años 60-70 no para exterminar, pero sí para separar a determinados sectores cuyas actividades eran consideradas un potencial “contagio” sobre la “parte sana” de la nueva sociedad, la sociedad que debía formar al “hombre nuevo” al que se refería Ernesto “Ché” Guevara y que podía reinfectarse con influencias y “rezagos” de la vieja sociedad burguesa. Entre estos sectores se encontraban no sólo delincuentes, sino también seminaristas de la Iglesia católica junto a testigos de Jehová, así como individuos perseguidos sólo por su condición de homosexuales.

    Pero volvamos a nuestra propuesta inicial: ¿Representa siempre el “socialismo real” la alternativa opuesta a la pregunta por la filosofía —filosofía o socialismo— y por lo tanto la abolición de esta pregunta, junto con la abolición de la propiedad privada y de la burguesía?
    En diferentes trabajos, como la “Crítica de la filosofía hegeliana del Derecho” y “La ideología alemana”, así como en sus “Tesis sobre Feuerbach”, Marx declara la “superación” del idealismo; de la metafísica y de toda especulación filosófica. En lugar de la antigua y la moderna filosofía, Marx proclama la concepción materialista de la historia y del hombre. Las ideas y valores, según argumenta, carecen de suelo propio y son siempre la expresión, más o menos directa, de intereses económicos y de las condiciones económicas de cada época y forma de organización social. Tanto la filosofía como la religión están sujetas a esta condición y esto las convierte en “ideología”; es decir, “conciencia falsa” o ilusoria acerca del mundo y del hombre.
    Sólo al “descubrir” el verdadero entramado de la sociedad, cuyo mecanismo fundamental es la vida económica, se “revela” la “esencia distorsionada” de toda ideología. Lo que Marx propone no es una filosofía en el sentido tradicional, sino una teoría revolucionaria que pretende haber resuelto definitivamente el enigma del hombre y de la historia. La proclamación del socialismo científico representa entonces la muerte de la filosofía.

    En el “socialismo real”, todo pensamiento resulta sancionado según los principios del marxismo y de la política del partido (inspirada en Lenin, en Mao o en algún otro líder más o menos cercano a la propuesta original de Marx, lo cual en gran medida se explica por cuanto el marxismo carece de una doctrina ética propia, dejando abierta la posibilidad de su validación por cualquier clase de ideología política con mayor o menor dosis de violencia y de control totalitario en el ejercicio del poder).

    En todos los casos, la teoría de Marx se erige en bandera como la “verdadera” concepción científica del mundo y del hombre, desde la cual es posible criticar la tradición filosófica y “demostrar” sus condicionamientos clasistas y económicos. Esto, por supuesto, es imposible en última instancia, pues la historia del espíritu no se deja reducir a ninguna clase de interpretaciones “definitivas”, por científicas que sean.

    Por eso, las críticas siempre quedan a medio camino, y los prejuiciosos examinadores —la policía del pensamiento— se enfrentan a una tarea sobrehumana: garantizar que se señalen los “errores” existentes en Platón, Aristóteles, Descartes, Kant o Maritain, mientras se está en la paradójica necesidad de estudiar directamente sus obras.
    El resultado, como es de esperar, frecuentemente convierte a los potenciales críticos en profundos admiradores. El método de la crítica marxista a la tradición filosófica no dio los resultados esperados por Marx a largo plazo. Para el “socialismo real”, no para el imaginario de la doctrina de Marx, ha resultado a veces más peligroso el estudio de Platón, o el de Kant, que muchas formas de oposición política abierta, pues éstas siempre pueden ser asfixiadas mediante la opresión y la violencia directas. Esto explica, además, por qué en el “socialismo real” el campo de estudio de la filosofía y quienes en él se encuentran involucrados, son de forma permanente objeto de sospechas y de continua vigilancia.

    Lo que ha quedado demostrado en el “socialismo real” es lo perniciosa que puede ser la filosofía para la formación del “hombre nuevo”, ese ideal comunista que Ernesto “Ché” Guevara esbozó en su panfleto “El socialismo y el hombre en Cuba”: un ideal aséptico, sin contaminaciones ideológicas, cuya moral espartana ha de admitir tanto el sacrificio propio como el de los suyos en nombre de la revolución; un hombre manipulable, cuya única fe es la fe sin cuestionamientos en la doctrina y en el líder; un hombre sin inquietudes existenciales y sin otro Dios que la ley de la historia.

    Hannah Arendt, esa luminaria del pensamiento político del siglo XX, cuyas obras se prohíben en el “socialismo real”, demostró el parentesco terrible entre el bolchevismo estalinista, una de las formas del “socialismo real”, y el nazismo. Socialismo comunista y nacionalsocialismo nazi vienen a ser, para Arendt, dos expresiones de un fenómeno nuevo en la historia de la humanidad: el totalitarismo.

    Tanto en un régimen, como en el otro, se invoca un principio eterno e inmanente a la historia, que pretende constituir el sentido incuestionable del destino del hombre. En el comunismo este principio es la ley del aplastamiento de las clases sociales retrógradas, económica y políticamente moribundas, por las clases revolucionarias, en las que se encarna el progreso: una eutanasia política, más o menos violenta según el caso, que sólo facilita lo que la historia ya ha decretado.

    En el nazismo, se invoca la ley de la lucha racial (versión corrompida del evolucionismo darwinista); una ley cuyo cumplimiento exige la supervivencia y la supremacía de las razas consideradas “superiores” y la supresión de aquéllas otras que sólo pueden contribuir al debilitamiento de la especie: una eutanasia exterminadora, siempre violenta, dictada por la ley biológica. Para el totalitarismo comunista o para el nazi no importan los hombres; éstos pueden ser material más o menos desechable; lo que importa es la historia divinizada y su ley necesaria e intrínsecamente inviolable. La ley histórica pasa a ser la encarnación de la identidad entre la esencia y la existencia: la expresión del único Ser necesario (el ser histórico) según tendencias económicas o biológicas, viniendo a sustituir la idea del Dios cristiano que sustentaron San Agustín y San Anselmo.

    El totalitarismo convierte a la historia y a sus leyes universales en el nuevo orden necesario, dejando atrás el proyecto de la ilustración, que aspiró a la reforma y a la transformación del orden social a través de la libre racionalidad sobre la base de principios éticos inviolables y categóricos.

    Por su parte, los líderes totalitarios se ven a sí mismos como ejecutores de un proceso irrevocable, que por serlo está por encima de todo valor moral y no puede someterse a crítica. Esta nueva fe cuya condición es la ciega sumisión de la masa se ha manifestado en distintas formas y grados, pero siempre ha sido contraria a todo cálculo razonable acerca de lo que pudiera resultar o no útil a la sociedad, ya que la ley histórica siempre ha de cumplirse aún cuando sea poco o nulo el provecho que tengan sus resultados.
    El totalitarismo exige total obediencia, anulación de la reflexión y de la capacidad crítica incondicionada. Se propone someter no sólo las instituciones, sino también los espíritus. Para llegar a lo último, comienza por lo primero. Pero el sometimiento del espíritu significa la muerte fáctica de la filosofía, no la mera declaración de su obituario. En el socialismo real, la filosofía muere dos veces: la primera, por declaración expresa: la teoría revolucionaria es la única verdad incuestionable. La segunda, por la asfixia del espíritu en las miserias y calamidades del mundo real; en el miedo y en el acoso de toda idea que sea convicción propia.

    El socialismo real aspira a ser un anti-mundo donde ha tenido lugar la “transmutación de los valores”: el “verdadero” hombre es el autómata que ejecuta la voluntad del líder y que ajusta lo que pueda quedar de su pensamiento a esta misión trascendental; la “verdadera” libertad, simple obediencia irreflexiva a la todopoderosa ley de la historia; la “verdadera” igualdad, la condición de miseria que iguala a todos en la carencia (excepción hecha de las nuevas cúpulas en el poder); el “verdadero” pensamiento, la doctrina del partido. Toda disensión es considerada un crimen de alta traición a la ley histórica superior y al orden social en correspondencia con ésta. Los métodos de control del espíritu alcanzan una sofisticación de patologías insospechadas y pueden ser más o menos violentos o sistemáticos, pero siempre han de ejecutarse de manera total, sin dejar lugar a la excepción o a lo accidental.

    Hannah Arendt se preguntaba qué responsabilidad había tenido la filosofía, la tradición filosófica occidental, en el origen del totalitarismo; en especial del nazismo. Su conclusión es que no hay tal responsabilidad: considera que en términos ideológicos el nazismo empieza de manera completamente emergente, sin ninguna base tradicional en absoluto; estima que la total negación de la tradición ha sido su rasgo principal desde el comienzo. Existe por consiguiente una relación inversa de correspondencia entre el totalitarismo y la tradición: aquél se fortalece en la medida en que ésta es anulada, o bien distorsionada y corrompida de manera tendenciosa hasta el ridículo. El imperio romano inspiró el cesarismo nazi; en los regímenes totalitarios o tendentes hacia esta posibilidad los líderes y las grandes figuras de la tradición son convertidos en prefiguraciones absurdas y caricaturescas de la nueva ideología.

    El planteamiento de Arendt, según se indicó, es la ausencia de responsabilidad de la filosofía en los fenómenos totalitarios. Marx, si seguimos esta lógica, no tendría entonces responsabilidad alguna ante tanta muerte; ante el holocausto de Kampuchea; ante los gulags, campos de concentración del bolchevismo soviético; no la tendría ante los miles de muertos en el estrecho de la Florida que buscan alcanzar desde Cuba las costas de Norteamérica; tampoco ante aquéllos que murieron baleados frente al muro de Berlín, intentando pasar al otro lado de esta frontera, cuyo desmoronamiento no pudo ser evitado por todo el poder de un régimen que había sido concebido para el cumplimiento de un nuevo milenarismo.

    A fin de cuentas, lo que Arendt nos muestra es la inconciliabilidad entre la filosofía y el totalitarismo. Así que podría admitirse que, en todo caso, lo que en el pensamiento de Marx hay de reflexión crítica, también es ajeno a este fenómeno. Pero el marxismo constituye una inusual integración del criticismo y el dogmatismo; de la reflexividad y la utopía. En esta integración, el dogmatismo y la utopía terminan imponiéndose de modo concluyente, pues Marx ha limitado el ejercicio de la crítica únicamente a su realización con respecto al pasado: el triunfo de la revolución y de su proyección al futuro puede interpretarse entonces como equivalente, tanto de la superación de la sociedad de clases, como de los métodos propios de la reflexividad crítica, los cuales crecieron en el seno de la tradición filosófica.
    No puede menos que reconocerse en el fundador del socialismo científico, si no un oportunismo radical ante el valor de las ideas, al menos una inconsecuencia de principio difícilmente compatible con la lucidez de su pensamiento. Las evidencias parecen mostrar que Marx prefirió rendirse ante su propio dogmatismo.

    Donde quiera que está presente el totalitarismo o alguno de sus rasgos fundamentales, está ausente la filosofía: no hay conciliación posible entre ellos.

    La ideología totalitaria carece de todo nexo con la razón filosofante; con la reflexión propia del filosofar. En la medida en que el orden político se vuelve contra la capacidad reflexiva y asfixia todos los medios que permiten su cultivo, y en correspondencia con esto, en la medida en que los hombres, agentes necesarios de la política, renuncian a la reflexividad —sea por ignorancia, por irresponsabilidad o por simple desidia, cuando no como resultado de la violencia organizada—, en esa misma medida el totalitarismo va incubándose en el seno de la sociedad y va invadiendo uno a uno todos los espacios públicos y privados, hasta borrar por completo su diferencia.

    El régimen nazi, el bolchevique y el de Kampuchea, que Hannah Arendt no llegó a conocer, han sido probablemente las expresiones más completas del fenómeno totalitario, en el que no sólo la filosofía —y con ella, la idea del hombre—, sino el propio hombre, la “condición humana” a la que se refirieron Arendt y Jaspers, quiso ser exterminada. Pero lo que el totalitarismo no pudo exterminar fue la posibilidad misma del ser-hombre, del hombre como posibilidad. Y esta posibilidad, que puede ser reconocida desde la esperanza y el amor, es la fuente de la filosofía.

    Gladys Leandra Portuondo Pajón. Licenciada en Derecho y Magíster en Filosofía (Maestría de Filosofía de la Universidad de Los Andes (ULA), Mérida, Venezuela). Coautora del libro Dimensión históricofilosófica del problema del hombre (Universidad de La Habana, 1991). Entre 1976 y l993 se desempeñó como docente en la Universidad de La Habana, impartiendo diferentes cursos de Historia de la Filosofía, Filosofía Marxista y Teoría del Conocimiento. Fue profesora de Historia de la Filosofía y Teoría del Conocimiento en el Seminario de San Buena Aventura de Mérida. Es autora de numerosos artículos en revistas filosóficas nacionales e internacionales. Entre sus múltiples trabajos publicados destacan: El problema antropológico y la superación del positivismo en Fernando Ortiz (Revista Actual, 37. Septiembre-Diciembre 1997. Dirección de Cultura de la Universidad de los Andes, Mérida, Venezuela). Comentarios sobre el significado de la apercepción trascendental en la deducción trascendental de las categorías, de I. Kant (Revista Dikaiosyne Nº 10. ULA-Mérida – Venezuela). Kant y el método de trascender en la filosofía de Karl Jaspers (Revista Dikaiosyne Nº 13). Karl Jaspers: autorreflexión y ‘existenzerhellung’ (Revista Dikaiosyne Nº 15).

  2. Respuesta al señor Javier Bravo
    HAY UN SOLO SOCIALISMO

    Amigo Bravo, también con todo respeto, todo parece indicar que usted es un lasalleano socialdemócrata y no un marxista propiamente. Tal vez por eso usted no tiene claro qué cosa es el socialismo marxista REAL, que yo sí viví en Cuba durante 36 años consecutivos y conocí de cerca en los países socialistas de Europa y Asia.

    No es posible confudir a Marx con el marxismo, pues se trata de la misma cosa, o lo que es peor, como escribí en mi ensayo, Marx es el ser más antimarxista que ha existido. Ni tampoco se puede confundir el socialismo con el sovietismo, pues este último es únicamente la expresión práctica del socialismo. Sin esa praxis, en forma ETEREA, cualquier teoría no puede existir más que en la imaginación fecunda y altruista de utopistas y soñadores.

    Esa concreción en la prática del socialismo que usted llama “sovietismo” fue precisamente la que mostró irrefutablemente que la teoría marxista doesn’t work, como dicen los “gringos”, por no decir que, en verdad, se trata de un espejismo que tiene fatales consecuencias cuando se materializa.
    Usted sabe que teoría que no se lleva a la práctica, se queda en eso, pura teoría. No tiene validez hasta que se demuestra que es correcta y se obtienen los resultados esperados. Si de llevarse a la práctica no se obtienen esos resultados, esa teoría no sirve.

    El experimento socialista, concebido por Marx y desarrollado y llevado a la práctica por Lenin, estuvo 74 largos años en el laboratorio, hasta que fue echado a la basura porque no daba los resultados que se habían enunciados como paradisíacos.

    Hay un solo socialismo
    Una cosa muy importante es que no hay “varios” socialismos que hayan sido llevados a la práctica, sino uno solo, que tomó también el nombre de “soviético”. Lo otro que conocemos es es socialdemocracia, que es otra cosa, como veremos.
    Fue el propio Marx quien acuñó como “comunismo” al socialismo (léase “sovietismo”) cuando en 1847 en Bruselas rebautizó como “LIGA DE LOS COMUNISTAS” a la que había sido desde 1936 la “Liga de los Justos” creada por obreros alemanes en París.
    Al año siguiente, en 1848, Marx y su mecenas Friederick Engels redactaron un documento transcendental, pero no lo llamaron “socialista”, sino “El MANIFIESTO COMUNISTA”.

    El socialismo (sovietismo y comunismo) establece la socialización (estatización) de TODOS los medios de producción y servicios fundamentales de un país, es decir, la supresión de la propiedad privada capitalista (se refiere a la propiedad de negocios, no de objetos y cosas personales), y la estatización de todos los medios de comunicación.
    Marx sostenía que los capitalistas no pueden existir sin el proletariado, pero que el proletariado sí puede existir, y mejor, sin los capitalistas. Claro, la historia del siglo XX mostró luego que ese fue uno de los mayores errores de “El Moro” alemán.

    También el socialismo plantea que una vez que los trabajadores alcanzan el poder se deben suprimir todos los partidos politicos “burgueses” y que el Partido Comunista se debe convertir en partido único y colocarse por encima del Estado y el gobierno.
    Y aquí entramos en materia, pues así como la Iglesia Católica tuvo su gran cisma en el año 1054, esta manzana de la discordia de la PROPIEDAD PRIVADA provocó el primer cisma de la izquierda militante, en la segunda mitad del siglo XIX.
    El primer partido socialdemócrata, creado en 1869 en Alemania como Partido Obrero Socialdemócrata de Alemania (POSDA), se basaba en las ideas y la plataforma de un partido anterior creado por el filósofo y político alemán Ferdinando Lasalle en 1848.
    Lasalle — muerto en 1864 al batirse en duelo por una condesa–, sostenía que la vía que tenían los trabajadores para llegar al poder era el sufragio universal, y que la transformación socialista de la sociedad debía ser realizada por un gobierno surgido de elecciones libres, democráticas, en competencia con otros partidos políticos, y que, por tanto, la revolución era innecesaria. Y decía que junto a la gran propiedad estatal debía coexistir la pequeña empresa privada.
    Eso era inaceptable para Marx, quien atacó despiadadamente a su amigo Lasalle, pese a que este último fue casi un mecenas para Marx.
    Los socialdemócratas
    En 1903 se produjo en Londres se produjo otro cisma que cambió el curso de la historia política del siglo XX: los socialdemócratas moderados rusos – lasalleanos– lidereados por Julius Martov, que pasaron a llamarse mencheviques – quiere decir minoría en ruso–, se separaron de los marxistas-comunistas –bolcheviques, mayoría– dirigidos por Lenin, durante el II Congreso del clandestino Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, en la capital británica.
    Si alguien todavía no sabe quién tenía la razón, si Martov, o Lenin, sólo debe echar un vistazo a la Europa de hoy, donde el modelo menchevique –lasalleano– es la actual SOCIALDEMOCRACIA europea, la que sin renunciar al libre mercado, y basada en la pluralidad de partidos políticos y el juego democrático, como propugnaba Lasalle, ha echado raíces en los países escandinavos desde la II Guerra Mundial y ha alcanzado el poder en las dos principales potencias continentales, Alemania y Francia, y también en España, Portugal y otras naciones del Viejo Continente. Y ahora también en varios países de América Latina
    El bolchevismo, en cambio, falleció y sus restos reposan detrás de las murallas del Kremlin, donde 500 años atrás el primer zar de todas las rusias, Ivan IV, el Terrible, fundó el gran imperio ruso.
    De manera que la izquierda mundial actual se divide en lasalleana o democrática, y marxista-leninista o antidemocrática. Obviamente no incluyo aquí a guevaristas, maoístas y trotskistas, etc., quienes propugnan el terrorismo y la barbarie como vía para alcanzar el poder, y que fue la estrategia subversiva que Fidel Castro encabezó en América Latina durante 40 años, hasta el advenimiento de Hugo Chávez en Venezuela en unas elecciones democráticas, en 1998.
    No hay socialismo etéreo
    El «sovietismo», reitero es el único modelo tangible de SOCIALISMO marxista que ha existido.
    También llevado a la práctica por Mao, Ho Chi Mihn, Kim Il Sun, Fidel Castro y el Che Guevara, etc.

    Stalin no aportó nada al ‘sovietismo’
    Es un error muy común culpar a Stalin del curso que siguió el socialismo en la URSS. No fue así, en la URSS el modelo socialista fue leninista todo el tiempo, hasta que la perestroika y la glasnost comenzaron a erosionarlo.
    Yo estuve SIETE VECES en la URSS. Además fui Jefe del Departamento Ideológico del periódico Granma, y profesor de “Filosofía Marxista” y de «Crítica a las Doctrinas Marxistas» en cursos de post grados para periodistas. Y llegué a ser un conocedor teórico del leninismo, razón por la cual me invitaron a impartir conferencias sobre “el leninismo en Cuba”, en Moscú y Leningrado (San Petersbugo) y en Ulan Bator y Bulgan, Mongolia. Recuerdo el título de una que impartí en Ulianovsk (Simbirsk) la ciudad natal de Lenin, en 1980: «El leninismo es el marxismo del siglo XX», con motivo del 110 nacimiento de Lenin.

    Como modelo socioeconómico, o sea como régimen social, el sovietismo era leninista al 100%. Stalin no aportó absolutamente nada al modelo socialista de la URSS dirigido por Lenin desde 1917 hasta que se enfermó en 1923. Su aporte fue en cuanto a la represión salvaje del pueblo, horror, genocidios, sufrimiento, en eso consistió la contribución del dictador georgiano.

    Quizás podrías señalarse que Stalin suprimió la llamada Nueva Política Económica (NEP) que había restablecido algunos mecanismo de mercado en Rusia y sus colonias. Pero usted sabe que el propio Lenin había precisado que la NEP era un “mal necesario” y “provisional” (para acabar con la hambruna que amenazaba con arrasar la revolución bolchevique)
    O sea, desde el punto de vista CIENTIFICO el modelo soviético durante 74 años fue exactamente el mismo que “inventó” y soñó Karl Marx y luego actualizó y amplió Vladimir Lenin. Por tanto, no es válido afirmar que el estalinismo fue una traición al socialismo marxista y leninista.

    Además no hay que olvidar las masacres ordenadas por Lenin y el secretario general del Partido bolchevique, Yakov Sverdlov, que incluyeron la ejecución en un sótano, sin previo juicio, del zar Nicolás II, su esposa la zarina y todos sus hijos.

    En tanto, la variante socialista china y vietnamita de hoy día ya no es Socialismo REAL marxista, sino un híbrido de CAPITALISMO DE ESTADO con SOCIALDEMOCRACIA.

    Cuba es el único país de las Américas en que el marxismo-leninismo se ha llevado a la práctica, y por eso mi isla querida pasó de ser en 1958 la nación con uno de los tres mayores ingresos per capita en Latinoamérica, a ser en 2010 uno de los tres últimos y suelta hoy los pedazos totalmente en ruinas. Entre otras cosas a los cubanos se les tienen prohibido conectarse a la internet y a recibir señales de la TV extranjera. Y ganan como promedio 17 dólares mensuales. Ese es el socialismo REAL marxista-leninista importado inconsultamente por Fidel Castro en 1961.

    Mire, Thomas Moro, Campanella, Fourier, Saint Simon, Owen, los fisiócratas franceses y cuanto utopista ha habido sobre la Tierra, eran hombres de una extraordinaria sensibilidad humana que soñaban con una sociedad mejor o «perfecta». Eran altruistas, filántropos, muy buenas personas, pero estaban DESCONECTADOS DE LA REALIDAD. Eran teorías irrealizables.

    Yo mismo fue un soñador utópico, tan romántico, que cuando mis padres y mis hermanos vinieron para USA a principio de los 60, yo me quedé solo en Cuba, con sólo 19 años, deslumbrado con la utopía social en ciernes, y me emocionaba cuando en el Coro de la CTC cantaba La Internacional, porque creía de veras que “la Tierra será un paraíso bello de la humanidad”, como dice ese himno.

    No concuerdo con Ud en que el socialismo es la única alternativa al “capitalismo salvaje”. La alternativa ya existe y es CAPITALISTA también: el modelo socialdemócrata avanzado que hay en los países escandinavos, que no es otro que el modelo menchevique. Estuve en Dinamarca y Suecia y conozco de cerca ese modelo socioeconómico, que algunos teóricos llaman «Estado del Bienestar General». Pero eso nada tiene que ver con el socialismo.

    Sí concuerdo en que el capitalismo tiene muchas imperfecciones, insufiencias, contrastes brutales, injusticias sociales y abusos. Pero la experiencia histórica, y la tozuda realidad han mostrado que la alternativa a ese capitalismo no es el socialismo, pues el REMEDIO ES PEOR QUE LA ENFERMEDAD.
    Y si no me lo cree, lo invito a que vaya a vivir un tiempo en Cuba.

    Con mis saludos

    Roberto Alvarez Quiñones

  3. Roberto y Aurelia, con todo respeto quiero señalar que las elaboradas disertaciones que ustedes plasman aquí adolecen de un errorcillo lógico muy elemental. Confunden cándidamente a Marx con el marxismo, el socialismo con el sovietismo, la teoría con la práctica, la parte con el todo.
    Este error de ustedes es equivalente a la no tan inocente dicotomía gringa que opone «democracia» y «comunismo», asumiendo que su régimen es democrático (tanto hacia dentro como hacia fuera de su país, suponen ellos).

    Hoy en día la única alternativa integral contra el capitalismo salvaje, que tiene hundida en desigualdad, miseria y envilecimiento al 80% de la población mundial, es el socialismo.
    Siempre que un candidato o dirigente quieren hablar de sus propias virtudes políticas, se apropian del discurso socialista o de algunas partes a conveniencia. El socialismo como teoría es la continuación de la revolución francesa y las hijas de ésta, que buscaban alcanzar los ideales supremos de libertad, igualdad y fraternidad.
    De esos ideales quedan por ahí, en la práctica, jirones, despojos, y la sensación de que falta mucho por hacer, en pos de una moralidad que ya había planteado el cristianismo primitivo: el amor al prójimo.
    Nada más opuesto a este principio moral cristiano que el capitalismo.
    Y bien, cuando los individuos o las naciones quieren construir un capitalismo con rostro humano, lo maquillan de socialismo.
    El régimen soviético y sus epígonos han derivado en un pragmatismo que los alejó muy pronto del ideal socialista, que sigue siendo, a pesar del tiempo, la única alternativa moral.
    Quizá este nuevo siglo nos dé una teoría social nueva, que nos mueva al cambio, pero el cambio deberá tender a disminuir la obscena desigualdad que nos indigna como seres humanos.
    J

  4. Roberto,
    Gracias por este artículo. Tus letras nutren el intelecto y energizan el espíritu.

    Ciertamente, la ideología y por ende los gobiernos marxistas eliminan la libertad económica y la libre competencia, la libertad de expresión, el debate y la pluralidad; sustituyen por fuerza la religión en un régimen totalitario convirtiendo paradójicamente a su líder en un enviado cuasi mesiánico con poder absoluto. Elimina la individualidad liderando hacia un sistema de colectivismo probadamente fallido donde el único benefactor de los bienes acumulados de la nación resulta ser el dictador.

    Esta falacia ideológica posee el encanto de un populismo que seduce a las masas, utilizando el viejo argumento de la lucha de clases, enfrentándolas entre sí, y prometiendo falsamente un aliado en el gobierno, cuando en la praxis, será sólo su tirano.

    El marxismo y las tendencias comunistas son el fósil de la evolución histórica de las sociedades, una utopía que desafortunadamente sigue envolviendo a muchos en la actualidad y en cuyo camino se encuentran los gobiernos y los países que actualmente se sustentan como los promotores del “socialismo del siglo XXI”. Sólo basta analizar la retorica chavista para toparse con el mejor ejemplo del totalitarismo que suprime no solo la libertad de expresión, sino peor aún, el libre pensamiento. Su discurso es tal vez, el mejor ejemplo de lo burdo, de lo prepotente de ese sistema; en otras palabras, de lo que otrora conocimos como absolutismo con despotismo.

    La ideología marxista convierte a los medios de comunicación bajo el control del Estado Comunista, en un aparato cuya función es la alienación de las masas, mediante el peligroso dominio y control acompasado de las conciencias. Esas tendencias más que nunca presentan rasgos inequívocos de su presencia activa aquí en los Estados Unidos. Este país que fue fundado en el privilegio de las libertades: de expresión, de prensa, de derecho de asamblea, etc., enfrenta actualmente el más grande desafío ante un gobierno cuya táctica es el control y expansionismo burocrático. Después de todo, en el caso de los Estados Unidos de América, sus cimientos se levantaron no en los creadores colectivos, no; se levantaron precisamente en los ideales de soñadores, constructores, hacedores e inventores individuales. Ese esfuerzo libre e individual de muchos, fue los que en su momento hizo de este país una superpotencia.

    En el sistema socialista y comunista, es el gobierno quien dicta que crear, como crearlo y qué hacer con ello después de haberlo creado. Esa burocracia omnipotente es la que controla las finanzas, la educación y la salud. Controla lo que vemos en televisión, y paulatinamente, nuestra capacidad de discernir. Es un sistema que castra el premio al esfuerzo y al merito individual.

    Como mencionas en tu texto, sucedió en Europa, Asia y en Cuba, donde los regímenes comunistas se han elevado por encima del Estado y de la ley, decretando la existencia de un solo partido, asfixiando las libertades individuales, impidiendo la creación de riqueza y generando miseria y atraso tecnológico. Volvamos de nuevo los ojos hacia Cuba.

    Si estas tendencias ya se pueden ver claramente en los E.U., entonces aquí retomo la pregunta que en el artículo que en respuesta al tuyo Roberto, (De la dialéctica al sentido de la realidad viviente) hace Manuel Gayol: “¿Por qué sucede esta catástrofe de las dictaduras comunistas si incluso en el discurso teórico del marxismo está expresamente claro su propia contradicción, después de que se ha tomado el poder?”.

    Gracias de nuevo, Roberto, por iluminarnos con tus planteamientos.

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