Alvarez-Quiñones: La realpolitik de Obama

Cuando se repasa un poco la historia de Estados Unidos se percibe que la estrategia del presidente Barack Obama hacia Cuba  no es tan nueva como parece a primera vista.

Y es que se trata de  realpolitik,  palabra alemana que significa  pragmatismo político a ultranza, y que se sintetiza en una frase de John Foster Dulles,  secretario de Estado con el presidente Dwight Eisenhower en los años 50:  «Estados Unidos no tiene  amigos, sino intereses».

Dulles  lo que hizo en realidad  fue resumir  otra  frase  pronunciada por el también secretario de Estado  John Quincy Adams, pero en 1823, cuando sentenció: «Estados Unidos no tiene amistades permanentes, sino intereses permanentes».

Por cierto,  Adams ese mismo año enunció la política de «la fruta madura», según la cual, por gravitación geográfica inevitable,  Cuba sería  parte de la Unión Americana al separarse de España .  Y también en su  fecundo 1823,  Adams  elaboró la tesis de  «América para los americanos»,   que fue llamada  Doctrina Monroe  porque  era James Monroe el presidente y no Adams, quien lo fue dos años después.

O sea, esta política de Washington de acercamiento a los Castro sin tener en cuenta factores «sentimentales»  es añeja.  Lo que es nuevo es que de los 11 presidentes que ha tenido EEUU desde que Fidel Castro entró triunfante en La Habana hace 56 años, la realpolitik de Obamaes es lo más se ciñe a esa doctrina Adams-Dulles, y que tiene cierto parentesco con el cínico pragmatismo  del filósofo estadounidense Williams James (1842-1910) y que se sintetiza en una insólita sentencia suya: «Solo es verdad lo que me es útil».

En el caso de los Castro no hay solo parentesco, sino que es James el guía doctrinario del régimen. En su filosofía se basan los medios de la Isla, y el Gobierno,  para la manipulación de la realidad:  si algo es verdad pero no conviene al régimen, es mentira;  si es mentira pero  conveniente, es verdad. Y punto.

Vecinos más cercanos

Los intereses  de EEUU  respecto a Cuba se expresan en la apetencia que tienen los hombres de negocios de hacer negocios  con las Isla. La razón es simple: si  europeos, chinos, rusos y brasileños  quieren meterse en la Isla, con más razón deben hacerlo  sus vecinos más cercanos.  Por la parte castrista  se manifiesta en la necesidad de tener un asidero  al que agarrarse ante el cada vez más incierto futuro de Venezuela,  mecenas de Cuba.

De una u otra manera  todos los gobiernos actúan como lo definieron Adams y Dulles. Solo  en tiempos de guerra, o de catástrofes naturales  los Estados actúan solidariamente en  tareas puntuales. Y también en las  entregas de ayuda humanitaria a países con crisis alimentaria o con gente muy necesitada, y en la lucha contra el terrorismo, o la protección del medioambiente, etc.

A fines de la Segunda Guerra Mundial, con sus 67 millones de muertos y una destrucción material sin precedentes, hubo consenso internacional en que las naciones debían ser más «amigas» y  coordinar políticas para evitar una hecatombe humana como la ocurrida.  Y  así, en junio de 1945 un total de 51 países firmaron en San Francisco la Carta de las Naciones Unidas.  Surgió la ONU.

Pero nació  tarada por el derecho de veto en el Consejo de Seguridad, el único órgano  capaz de aprobar resoluciones de cumplimiento obligatorio para los Estados miembros. Ese privilegio de poder vetar,  que paraliza constantemente a la ONU, fue  la condición sine qua non que exigieron las cinco grandes potencias vencedoras en la guerra  para crear la entidad política global. Y  sin ser muy  «amigas» se constituyeron en miembros permanentes del Consejo de Seguridad: EEUU, Gran Bretaña, Francia, China y la Unión Soviética (hoy Rusia).

Con la expansión geográfica del comunismo y  la  Guerra Fría  no cuajó del todo el  plausible propósito de la ONU.  La realpolitik lo impidió. Con la descolonización de Africa y  Asia, y la independencia de otros territorios, se cuadruplicó su membresía  y hoy la organización tiene 193 países, que muy poco pueden lograr, salvo  recomendaciones  que nadie cumple. La entidad ha quedado más bien para la asistencia humanitaria en casos de crisis,  o  el despliegue de «cascos azules» en zonas de conflicto.

¿Internacionalismo?

Por lo demás,  mientras más poderoso es un país menos amigos y más intereses tiene, no importa la ideología.  ¿Era por  «internacionalismo proletario»  que la Unión Soviética subsidiaba al castrismo  y pagaba la libra de azúcar a 45 centavos cuando se cotizaba a 4 centavos en el mercado mundial?

Moscú pagaba,  y caro,  porque Cuba era su plataforma en el corazón del continente americano para expandir el comunismo y la influencia soviética en la región,  y  porque era su  base de inteligencia y contrainteligencia en las narices mismas de EEUU, entre otras  razones.

No fue por solidaridad revolucionaria  que Fidel Castro sembró de guerrillas y  quiso incendiar Latinoamérica con la ayuda del Che Guevara,  sino para convertir a Cuba en el centro ideológico y político de la región  y  vivir luego a expensas de las naciones liberadas de la «explotación imperialista».

¿Subsidia hoy Caracas a La Habana por solidaridad, o porque el chavismo sin la dirigencia cubana no puede sobrevivir?

Y  al colocar  35.000 médicos cubanos en Venezuela y Brasil,  sin sus familias,  los Castro no lo hacen por solidaridad con los pobres, sino porque esa es la principal fuente de ingresos en divisas —quintuplican los ingresos por el turismo— que tiene la arruinada economía cubana, y porque a la vez concientizan ideológicamente a decenas de miles de personas.

Pragmatismo excluyente

Lo peor es que el Gobierno castrista aplica la doctrina Adams-Dulles a su propio pueblo. El  bienestar del pueblo cubano, ya uno de los más pobres del hemisferio occidental, y la necesidad de restablecer derechos y libertades ciudadanos no cuentan a la hora de hacer política en La Habana. Lo que le importa a la cúpula dictatorial es perpetuarse en el poder, al precio que sea.

Es por ello que no quiere en realidad una normalización total de relaciones con EEUU. El propio Raúl Castro insiste en que eso tomará «mucho tiempo». Lo que quiere el régimen es que se levante el embargo, tener acceso a créditos internacionales, recibir mucho dinero de los turistas estadounidenses y capitales. Pero no como en China o  Vietnam, sino con muchas más restricciones para los cuentapropistas y la población en general.

A decir verdad, el problema de la  elite militar de la Sierra Maestra es que no está preparada para abrirse  y relacionarse normalmente con Washington, a quien teme por motivos reales y no ficticios como aquel fantasmal peligro de invasión militar.  No sabe cómo va a lidiar con una masiva invasión de yanquis pero sin armas, tanques y aviones. Es consciente de que por muchos controles y leyes que imponga, el riesgo de que la situación la desborde es real.

En resumen, la realpolitik de Obama con Cuba es económica, comercial y tecnológica, nada altruista, pero también la apuesta de que como efecto colateral el régimen se vea arrastrado a hacer cambios profundos.

La estrategia de los Castro, en tanto, es precisamente la de impedir que ese desbordamiento se produzca.

Autor

  • Roberto alvarez quinones

    Roberto Alvarez Quiñones (1941), periodista, economista y licenciado en Historia cubano residente en California, con 40 años de experiencia como columnista en el área económica, primero en Cuba en el periódico “Granma” (1968-1995), y simultáneamente en la Televisión Cubana, donde fue comentarista de economía internacional, desde 1982 a 1992. Profesor de la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Habana desde 1982 a 1992. Llegó a EEUU en 1995, y en 1996 comenzó a trabajar en el diario “La Opinión” de Los Angeles, donde fue editor y columnista de las secciones de Negocios, Latinoamérica, El Mundo, y el suplemento “Tu Casa” (bienes raíces), hasta 2008. Actualmente es analista económico de Telemundo (TV), y escribe columnas y artículos para varios medios en español de EEUU y España. Es autor de 6 libros, 4 publicados en La Habana y 2 en Caracas, Venezuela. Ha recibido 11 premios de periodismo.

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