Durante mi primer día en México y una vez hechos los saludos a mi madre, toda mi familia me agasajó con flautas y consomé de barbacoa muy cerca del mercado público de mi colonia, la Tlaxpana.
San Salvador Atenco fue mi siguiente destino, ahí en casa de mi abuela, los árboles frutales, los pinos y el arcoiris multicolor de las flores sembradas por mi madre nos dieron la bienvenida. Visitando la plaza del pueblo las voces escritas de la protesta por los abusos del gobierno contra los habitantes de Atenco, están aún presentes en los murales y publicaciones en la pared del centro de la municipalidad.
Parada ahí leyendo los más recientes sucesos del movimiento de resistencia para liberar a los presos políticos de Atenco y próximas las acciones de protesta, me siento muy cerca de ellos y de mis antepasados nacidos aqúí. Antes de regresar al Distrito Federal nos endulzamos el alma con las paletas de leche y fruta de forma cónica, elaboradas todavía a mano y típicas de pueblo de San Salvador Atenco.
De regreso a la ciudad sobrinos y otros de mis siete hermanos ya nos esperaban. La calidez de los míos (y de los ajenos) se me mostró sin reserva. El inmigrante a Estados Unidos que vive en mí, se transformó al llegar en una «migrante en retorno» como oficialmente se nos llama.
Veo México desde mis ojos como un oasis de oportunidades, tal como ví todo cuando llegué a Chicago en el año 2000 al emigrar para quedarme, cuando vivir acá, en el DF, ya no era una opción. Digo oasis porque a lo lejos se entreve un espectro de éxito y prosperidad, aunque ahora como antes la pelea por las bondades de esta tierra será encarnizada y a veces inacabable.
Pasado mes y medio, quiero comenzar por describir lo que veo, lo que admiro, lo que reconozco en mi gente y su entorno. Convivo con la gente de a pie, como lo soy también. Viajo en Metro, en Metrobús, interactúo con los que responden a mi sonrisa. La mayoría del tiempo he viajado acompañada de algún familiar: trasportarse en una ciudad de veinte millones de habitantes donde 80% de la población utililiza el transporte público no es tarea fácil.
Esta semana –la sexta desde que llegué- comencé ya a viajar sola. Aún me equivoco en tomar las salidas correctas y las rutas de autobús en la dirección adecuada, pero ya me considero ducha otra vez en el arte de cuidarme sola, y si me pierdo, pues pregunto hasta llegar a mi destino. Aquí, mis habilidades de interacción con la gente salen en mi auxilio.
Veo en mi caminar una ciudad de México renovada, con mucha mejor transportación que cuando la dejé. Ahora puedes llegar a cualquier rincón de la ciudad con mucha mas facilidad que hace nueve años, las líneas del metro ya son once en funcionamiento y casi todas se conectan, por solo 13 centavos de dólar puedes recorrer todas las estaciones del metro, más de 200.
El Metrobús, que no existía cuando emigré, hoy recorre la ciudad en un carril exclusivo que va de norte a sur por toda la avenida Insurgentes. El costo: menos de 50 centavos de dólar. La línea número dos, que va de poniente a oriente de la ciudad ya comenzó a trabajar y nos lleva desde Tacubaya hasta Tepalcates en la Delegación Tláhuac.
Nuevo es también el servicio de trolebuses, que funcionan con electricidad, que cruza en carril exclusivo en los dos sentidos el eje central Lázaro Cárdenas partiendo la ciudad en dos. En algunas rutas -las más concurridas- hay disponibles autobuses de uso exclusivo para mujeres. Son también las mujeres del distrito federal las que gozan con vagones del metro exclusivo para su uso, en sus viajes con sus hijos menores de doce años.
Respecto a la seguridad, quiero argumentar a favor del acusado –nuestra ciudad- que no he sido testigo presencial de ningún delito, hasta el día de hoy, en los casi cincuenta días que llevo aquí, aunque en las noticias nacionales los muertos por bala abunden.
Lo más cercano de lo que me he enterado, es la balacera que este jueves 17 de septiembre tuvo lugar en el metro Balderas. Podía haber yo estado ahí, porque viajo en metro todo el tiempo.
Fue un susto grande para todos. Como habitante de la ciudad de México y como usuaria habitual los servicios de transporte publico doy no obstante lo anterior mi visto bueno a los niveles de seguridad, limpieza y acondicionamiento que ofrecen las instalaciones y el personal para todo el público en sus viajes en el Metro.
Entonces: avances hay muchos; los sociales son muy importantes para mí. Las mujeres tenemos cada día más voz en nuestra ciudad. En abril del 2007 se despenalizo el aborto hasta antes de la 12ª semana de gestación en la ciudad de México. Ese avance social, era inimaginable cuando emigré.
Celebré su aprobación en su momento desde Los Ángeles y he palpado sus ventajas y aceptación por parte de las mujeres capitalinas con las que he platicado sobre el tema. Lo ví desde mi perspectiva de inmigrante mientras viví en Estados Unidos como un avance natural en la legislación social, pero ya estando en el D. F. puedo observar el gran paso dado por la sociedad mexicana en el distrito federal.
Aunque a nivel nacional sea otra historia y en varios estados del la república se estén dando movimientos conservadores donde se están aprobando legislaciones en contra del aborto
Hay avances grandes en la protección de las mujeres y los niños. En los túneles del metro he visto exhibiciones montadas por el gobierno del Distrito Federal que nos dan muestra de cifras sobre los abusos de los que las mexicanas son víctimas.
Una se siente más segura circulando en los vagones y en los andenes, sabiéndose cuidada por las miles de cámaras ahora instaladas en todas las estaciones y cuyas imágenes se pueden usar -como pruebas de cargo- en caso de denuncias de hostigamiento o abuso sexual, como ya están catalogados los tocamientos de hombres y mujeres que se cometían impunemente en el pasado.
Se pueden denunciar expeditamente; se cuenta con una agencia dentro del mismo sistema de estaciones, donde se atiende a las víctimas con la debida sensibilidad y apego a derecho.
Caminando por la calle, percibo mayor respeto para las mujeres, algunos hombres aun son mirones como antes, sin embargo, ya no hay ataques verbales o piropos ofensivos que en el pasado eran tan comunes.
Los habitantes de menos de 25 años del sexo masculino que conviven conmigo en el distrito federal son muy respetuosos, nos ven a las mujeres como a sus iguales que somos.
Atrás quedaron, veo, los estereotipos de mexicanos que no ayudaban en la casa, que no cargaban niños, que no sabían ser padres amorosos. Ahora los hombres aquí también cocinan, limpian y apoyan a las mujeres de su casa, sean sus tías como en mi caso, o madres, hermanas, esposas.
Al interactuar con esos jóvenes cotidianamente, en mis citas a despachos de diseñadores, en las visitas a universidades donde imparten diseño o arquitectura, los veo, platico cuando me tocan de compañeros de viaje en el autobús, los observo durante mis visitas a la glorieta de Insurgentes. Están ahí en grupos, no son ricos, viajan en metro y vienen de todas las colonias populares del Distrito Federal o del Estado de México.
Sus vestidos y ropas son sencillas pero de actualidad, los pantalones de mezclilla son prenda obligatoria en ambos sexos. Sus peinados únicos y sus risas inundan el ambiente que les circunda. Su inocencia y esperanza les desborda.
Este es México, Distrito Federal, sus habitantes cálidos, con sonrisas guardadas que salen a flote a la menor provocación. Gente que me felicita por haber tomado la decisión de volver. Personas que me auguran felicidad y bienestar si es que decido quedarme. Familiares incondicionales que me dan todo lo que tienen, empezando por su corazón.
Mi ciudad, esta ciudad que me abraza y que me recibe con los brazos abiertos nueve años después de haberla abandonado.