Mi vecino es secuestrador.
Todos estamos seguros de ello. Aunque él afirma que es Policía Ministerial (Judicial del Estado), nunca hemos visto su “charola”, pero si su pistola. Jamás llega a su casa en un carro oficial, de policía, pero si en cualquiera de sus tres flamantes “todoterreno”, último modelo, con placas de California, si, de los Estados Unidos, no de México: un Hummer, Un F150, y un Explorer. No me explico como su sueldo le alcanza para poner gasolina a esas tremendas aspiradoras de combustible, menos para pagar las mensualidades de tres carros, y tampoco creo que con “sus ahorros” haya podido pagarlos al contado.
Igualmente de turbias están las circunstancias en la que un ‘Judicial del Estado”, dando por sentado que realmente ganan el sueldo que reporta la Procuraduría, pudo acceder a un crédito para comprar una casa de “ese tamaño” (muy grande) en una zona residencial “semi-exclusiva”, donde el Fraccionador Grupo Melo, prometió a compradores como nosotros, que estaban “cuidando mucho a quien vendían las casas”, insinuando que en ese fraccionamiento no habría delincuentes de ningún tipo. Error, en mi calle no “cuidaron” nada.
No sé qué me molesta más de mi vecino el secuestrador:
1.- Que cada vez que tiene oportunidad [bctt tweet=»Se pasea por nuestra calle, sujetando su pistola por encima de su cinturón… » username=»hispanicla»]se pasee por nuestra calle, sujetando su pistola por encima de su cinturón, típicamente “veteado”, amenazante, con la arrogancia de alguien que sabe que ninguno puede decirle ni Pío.
2.- Que estacione sus carros de manera que alguien tiene que sufrir las consecuencias de NO atreverse a pedirle que mueva su carro (y llegar tarde al trabajo, a la escuela, a su cita con el doctor). En mi calle, los carros circulan hasta que mi vecino el secuestrador decide que debe ir a algún lado.
3. Sus fiestas con conjunto norteño en vivo, a todo volumen, que ni con tapones en los oídos y tres almohadas encima de las orejas, se logra opacar el sonido. Nadie duerme y nadie llama a la policía, y el de seguridad del fraccionamiento, que se encuentra a un par de pasos de mi calle, parece no darse cuenta que ya son las 4 de la mañana, en un día hábil, y que la música y los gritos de gente borracha desentonado canciones, y vociferando frases ininteligibles, desarticuladas, pero eso sí, con muchas palabrotas, parece que nunca van a terminar.
4. Que golpee a su mujer. Su mujer, desafortunadamente, cumple al 100% con el estereotipo de la mujer de narcotraficante de poca monta: bronca y mal educada, mal hablada y gritona, arrogante y grosera. De lejos, físicamente parece mayor y también por su voz garrascaposa de tanto fumar, la que reconozco de inmediato por tantas veces que la he escuchado gritar ¡Por favor X! ¡No X! ¡Ay X! ¡A dónde vas X! ¡No te vayas X! ¡Perdón X! ¡No me dejes X!
En una ocasión tuve que vencer mi miedo y pedirle a la mujer de mi vecino el secuestrador, que moviera su Hummer, el cual había estacionado justo en la salida de mi pequeña cochera para un carro. Me acerqué a su puerta y toqué el timbre, me vio y me ignoró, estaba justo frente a su puerta, y no me abrió. Me estaba retando a hacerlo, a osar tocar su timbre de nuevo. No contaba que en ese momento, le tenía más miedo al infeliz de mi jefe que a ella, y el reloj estaba corriendo los últimos cien metros planos. Toqué el timbre de nuevo, ella no había dejado de mirarme todo este tiempo detrás de su puerta de hierro y malla porosa.
Las estrellas se alinearon, y por fin la mujer decidió atender mi llamado, entonces puede ver que se trataba de una joven que no llegaría ni a los treinta años, y con rasgos que en cualquier foro podría calificársele como guapa.
Me preguntó abrupta y llanamente: ¿qué quieres?
Primero mi reacción fue como la de un venado en medio de una carretera, de noche, cuando es apuntado de frente con los faros de un coche… entonces…
Quiero que muevas esa cosa, dije apuntando al armatoste (Hummer) que le servía de transportación aquel día, y como una ardilla asustadiza salí corriendo del lugar, dejándole a la mujer de mi vecino el secuestrador, lo que restaba de mi trasgredido honor.
(A la fecha todavía no logro definir qué demonio medicado, se apoderó de mi para haber articulado así la única frase que llegué a intercambiar con ella)
La mujer empezó a vociferar un rosario de palabrotototas, combinadas con algunas interjecciones para mi desconocidas, y la expresión “esa cosa” , mencionada aquí y allá, lo que me indicó que nada le habría gustado que me refiriera de esa forma a su vehículo.
Entonces vino el golpe bajo, lo inesperado. La señora no estaba sola, un “chalán” que mas bien parecía modelo oficial de la nota roja local, salió de la casa, me escudriñó de arriba a abajo con una sonrisita que hicieron rodar dos lagrimitas por mi mejillas sin darme cuenta, y apretar la vejiga y algo más.
El “chalán” movió el carro, y yo me fui a trabajar, tarde, muy pero muy tarde.
Después de ese incidente, me daba pavor salir, pero sobre todo me aterrorizaba tener que hacerlo cuando mi vecino se paseaba frente a nuestra casa con la pistola en la mano, o sujeta en su cinturón pero siempre a la vista. Me horrorizaba pensar que todavía llevara encima la borrachera que recién había terminado diez para las nueve de la mañana, o que para curarse la cruda, o seguirle con la adrenalina que no había descargado totalmente durante la golpiza propinada a su mujer al final de la fiesta, le pareciera buena idea descargar su pistola conmigo, o con cualquiera de los míos. O lo más obvio, que simplemente NO pensara, y su instinto animal potenciado por el alcohol, simplemente le ordenara ¡Pum Pum! y adiós Marga y compañía.
Si algo tengo que reconocerle a mi vecino, es la variedad de peligros potenciales de emanaban de su personalidad y actividades diarias. Una noche nos despertó el ruido de un trajín. Cuando fui a la ventana a averiguar de qué se trataba, para variar era en la casa del vecino, él y otros cuatro hombres descargaban unas cajas largas de madera del pick up F150. Me fijé un poco más y cual sería mi sorpresa. Mis ojos perdieron en un segundo su ignorancia ante el mundo de la balística: el vecino secuestrador llevaba un rifle de alto calibre en cada mano, de esos que les llaman “cuernos de chivo”, y si eso era el contenido de las cajas de madera, habían descargado armas para acabar con todo un pueblo.
Esa noche decidimos dormir en la habitación mas lejana a la calle, y esa noche decidí que al día siguiente tendría que hacer algo.
Y lo hice, por la mañana envié un correo a la Procuraduría del Estado, que en ese entonces era dirigida por Antonio Martínez Luna, solicitando inmediata investigación y protección del vecindario. Nadie hizo nada. El vecino secuestrador siguió atemorizando a los vecinos con su pistola, causándonos insomnios y pesadillas con sus ruidosas fiestas y terribles faenas de golpes a su mujer, y fuera del barrio ¿quien sabe de cuantos asesinatos y secuestros sería responsable?, ¿a cuántos padres habrá dejado huérfanos de hijos?, y ¿a cuántos hijos huérfanos de padres?
Mientras mi correo se desintegraba en la bandeja de reciclaje de alguna computadora de la Procu, y mi vecino seguía haciendo de las suyas con toda impunidad, el Sr. Procurador del Estado, bailaba alegremente en las Fiestas de la Vendimia en un prestigiado viñedo del Valle de Guadalupe.
–Que pasó? Si el procurador también tiene su corazoncito
—-…., y la justicia qué, ¿además de ciega es bailadora?
Nota: Salvo situaciones especiales donde el nivel de popularidad y cinismo del personaje hace inútil el querer “taparle el ojo al macho”, todos los nombres propios y lugares utilizados para la narrativa de Tijuana Blues, son ficticios. Cualquier parecido con la realidad de Tijuana es producto de la costumbre. Entonces, favor de reemplazar nombres de criminales con el “malandro” de su elección.
© Marga Britto 2010