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En Glendale no hay ladrones

Glendale es como la puerta este del Valle. Después nacen las elevaciones y La Cañada y La Crescenta, y entonces reaparece como renacida nuevamente allá por Tujunga adonde la montaña se adueña del paisaje y ya el mar es sólo referencia lejana porque los vientos de Santa Ana no huelen a mar sino a campo virgen y adonde la vida y la gente parece más cercana, a modo de pueblo chiquito. Mi ciudad adoptiva es tan limpia, sin gente mala porque los criminales se fueron o nunca llegaron y andan por Los Ángeles o por el mismísimo Valle de San Fernando y Van Nuys y el Reseda y Encino, bueno, eso dicen los blancos glendalianos que viven en el pasado de cuando esto era un suburbio adonde los negros no podían caminar después del anochecer. Yo, sin embargo, creo que la vida aquí como en todos lados está llena de sorpresas. Y por mucho que uno trate de pasar por ciudadano de primera no se sabe cómo lo van a tratar a uno ni si te van estereotipar aún cuando ya te sientas un ¿como dije?, sí, glendaliano. Por ejemplo, todo el mundo repite que esta ciudad es tranquila, que los rateros se fueron hace años, ya sé que lo dije y que se esconden en Little México como si los únicos ladrones de toda la tierra fueran latinos y por esa misma razón, mucha gente de otras razas me mira con cara extraña. Y a eso de poner reproches se une también la más jodedora de todas las esposas que no para de reclamar y sacar pretextos a relucir y ponerme en ridículo hasta ahora mismo cuando le digo que vaya y recoja los cabrones documentos porque sino y termino, “coño en Tijuana, que no estoy jugando” con mi cara de mexicano. Conste que yo no inventé esta frase ni tampoco por eso me creo más bravo, aunque lo parezca. Lo peor de todo viene cuando uno trata de encontrar razones.  Por ejemplo, ¿qué hago en este lugar? ¿Por qué ese dichoso policía me tuvo que arrestar?  Anyway, Yo he tratado una y mil veces de explicarme por qué escribo esas pendejadas, me compré un departamento adonde hay un Consejo de Condominio con una banda de entrometidos y vigilantes que ni en los tiempos de los Comité de Defensa de la Revolución me mantenían tan a raya, para respetar al vecino, allá compañero y también me cuestiono cómo si tengo un carro medio de lujo y me creo escritor, en realidad me siento como un ente prestado que no acaba de moverse hacia el futuro. Para colmo soy hispano cubano y debería residir en Miami  adonde todos gritan y comen con ajo y les gusta el frito y el puerco y el ron y nadie sabe qué mierda es una margarita ni mucho menos eso de tacos ni de burritos ni quesadillas ni otras de las delicias que tenemos por acá porque allá el mojito reina como el rey de los coctails y la cubanada considera que la bebida fuerte de Baja y más bajito del río Bravo es como un calambuco corriente, digamos algo con peste a alcohol de alambique casero. Pero no estoy en la Florida, vivo en California y mi problema es que después de todos los aires de ciudadano, escritor e intelectual,  me tienen encerrado y me han llenado de tantos cargos que ya ni sé si soy un simple maestro al que le gritan todo el tiempo cállate o simplemente ignoran, a menos que me una a mis amigos o me detenga a conversar con alguien como el negro viejo que conocí hace un tiempo a la puerta del Wallgreen allá por el camino de Burbank, y que me pide siempre una moneda o algo para matar el hambre y que jura y rejura que no es un curda como dirían allá por mi Guantánamo,  que es lo mismo que vicioso del chupe.  Y el  moreno  que no es borracho y se ve ya sin pelos y me para y luego converso con este coco liso porque al tipo lo agarró el cáncer y se me remueve el corazón porque el pobre hombre anda sin seguro y tiene que rogar y rete que esperar por las líneas de emergencia adonde lo tratan peor que los reproches que me lanzan de vez en cuando al caminar, claro, si no hace frío porque yo le tengo odio al condenado cambio de temperatura que me obliga a encerrarme en mi casa todo el tiempo y evitar tentaciones para así vivir como un ciudadano modelo, aunque el hijo de su madre del oficial que me encerró en esta jaula no lo crea. Sí yo soy el mismo que salió de su país y pude reubicarme en la querida ciudad Joya o mejor dicho Glendale adonde rutinariamente busco la pantalla una y otra vez frente a la computadora, intermezzo de refriegas sobre el televisor y las llamadas constantes y de quién interrumpe a quién con mi querida, digo esposa. Así que con un libro al lado de Paul Lafargue, una selección de poetas que conocí gracias a Ánder, el tipo de las Naciones Unidas. Mira que el tipo sabe tanto, y lo que no se lo imagina y cuando habla parece como una enciclopedia tal vez no Británica pero sí venezolana, española, mexicana, oregoniana y tujunguense porque ha vivido en tantos lados que uno no sabe si es vástago del hombre que caminó Las Américas o es que su mismísimo padre lo engendró y lo cargó por todas partes. Entonces yo repito que mira que esta mujer jode y eso trae mala suerte porque no se puede recibir tantas críticas. Aquí está la prueba; pero bueno, no es de él ni de mi mujer que no me deja ni hablar por teléfono ni del yerno de Carlos Marx ni de los poetas hispanos contemporáneos ni tampoco de saber cómo resolver la urgencia de los centavos del moreno enfermo sino de mí. Porque mirándolo bien qué tenía yo que hacer en Office Depot ni sacar copia encuadernada de Les Tropheés del Jose María Heredia que se cambió a de Heredia para sonar francés y así querérmela dar de tipo trascendental juntando a dos franceses que nacieron en Cuba y esta mujer… vuelve y volvió a lo mismo… que… La gente siempre… Y de nuevo ese inspector me mira y remira y suelta la pregunta una y otra vez:
-¿Fuiste tú cabrón? ¿Por qué te robaste el carro?

Sí, porque pensándolo bien, ¿por qué tuve que andar de glotón y comprarme una hamburguesa antes de volver a casa y lo peor que todo coincidiera y yo para decir la verdad como dicen estos otros la mera mera no me encuentre ahora frente al computador ni me la esté pasando bien o dándomela de timbalú un domingo de febrero buscando el último verso que nunca llega ni acumulo lecturas y experiencias para un nuevo libro? No señor. Me duele la cabeza porque los golpes son golpes y bueno,  enfrente mío el cholo Rodríguez se me queda mirando cómo preocupado por este viejo panzón con lentes de maestro en desgracia, y me repite, preguntón y que él no es entrometido.
-¿Se acuerda Mr. yo nunca fui metiche -de nuevo me lanza eso de- …¿lo agarraron borracho o sí le pegó a la marihuana o estaba sniffing? -que es inhalar-… porque… sino ¿qué sino hace aquí? Oiga, Mr. a un policía uno no se le resiste”.

No supe qué contestarle la primera vez y tampoco esta y tampoco tenía yo que haber cogido mi encabronamiento con ella y pasearme por la Sunset y hasta sentir impulsos de pedirle a una que me pareció sabrosa para que hiciera un “quikie” pero con tarjeta de crédito porque ando corto de “cache” pero no, no, después de todo me apendejé tanto cuando una mujer que parecía policía andaba por allí. De paso también rechacé al vendedor de Marías y Juanas. Necesitaba volver a recoger la copia en Office Depot y gracias porque sería peor y más después de la prueba de sangre. Se imaginan qué petate. Y al muchacho con la narizota, lo reconocí inmediatamente.  Es el Armen de los tantos que ya he enseñado. Sí, porque yo no soy escoria, borracho, ni menos drogui, aunque bueno… y entre mi exdiscípulo y mi otro viejo estudiante el cholo mexicano y unos borrachos apestosos que no saben si van a salir bien de esta y este armenio del que todos se burlan por la narizota y al que agarraron con un paquete de éxtasis. “Mr. que yo no lo vendo”, me dice. Yo sólo quiero coger un poco, you know… las mujeres cuestan y lo peor es que me están achacando, mentira bullshit, dicen que soy famoso porque me he echado una pila por las pastillas, y luego revisa para todos lados y no quiere… me pide, me ruega que no se lo diga a los demás. Y es cuando en medio de la tremenda algarabía de los que entran y enfrente el agente le grita “you fucking pick pocket, te agarramos carterista de porquería y además drug dealer, jerk”  “basura” y hasta se paran algunos a mi lado para gritarle “oye mano suave te cacharon por berraco”. Y los querompieron los cristales de la licorería de la Maple para tomar prestado una botellita de whisky, sólo un Jack Daniels están más borrachos coño, una curda que ni yo después de media botella…  Entonces se justifican y le pueden limpiar el carro, barrer, trabajar de gratis al chino, no, uno dice que es japonés y discuten y un oficial los manda a callar sin que pare el inventario de vietnamitas y tailandeses, birmanos y coreanos o lo que sea el tipo. “Whatever, que es un cabrón tacaño chino rechino cohino” repiten en inglés que yo intento traducir porque la jodida verdad dicen the asshole, jerk chinese guy: pero no importa “había que echarse una chupadita”, comentan y me fijan la mirada como buscando asentimiento y el cholo Rodríguez y Armen me buscan también los ojos para ver si yo también le doy a la cosa, digo de vicioso mas al final me recomiendan que los ignore y entonces, aquí en la celda del pueblo fino adonde nunca se comenten crímenes se le olvidaba al tipo sin piernas contar que se le ocurrió encender un puro… ”porque no está bien”.

“It is not fair, man”, dice cuando me enseña su banderita de veterano. “No es justo que para eso maté más gente que… Oye mujer” -que es una del grupo- “No puede ser vietnamita porque you know, vamos y les tiramos unas piedras y nos volvemos a emborrachar cuando salgamos de ésta “señor”, me dice el lisiado con una peste a alcohol que no había quien resistiera y luego siguió con que yo le decía “maté una pila,” eso me dijo en americano, “hasta que un cabrón de ellos me lanzó un cohetazo a las piernas, sí que no miento” y se queda con la vista fija cómo buscando pelea o a ver si yo le creía. “Eran unos artefactos para arrancar extremidades que los maricones, dice fucking rusos inventaron para jodernos. Y no es justo que un veterano ni esta mujer, shut up… you whore” -le dice para callarla. Ella, entonces, para vengarse, se le pega a uno de ellos y me explica o trata el sin piernas de contar que la tipa se ha cogido medio Los Ángeles hasta que “you know”, como si fuera, tú sabes la pelona con forma de SIDA. Eso la apartó de Hollywood y ahora se las pasa sobándome los mochos de mis rodillas y tragándose mi extremidad del entrepiernas que a veces la presto a mis otros socios, los que nos dormimos cerca del Social Security. Ya, sé me repite, los güevones del gobierno no quieren pero ya le ganamos el juicio así que sí podemos y vamos a seguir ahí por veinte años hasta que nos vayamos al mismo infierno o al cementerio. Y sabes por qué tenemos razón porque you know, son jodidos espacios de todos de nosotros los citizens aunque no sé ustedes los illegals, you know. Es el portal de esa oficina y el Negrón de ahí enfrente, digo yo niche, de Raymond no cambia su cheque ni por una mamada de mi Rosita que es como le decimos a ella. Se la mete toda en mota”. Y el cholo Rodríguez me asegura, mire usted no coma ansias que mientras yo esté aquí esos ni le tocan. Y entonces yo vuelvo a sacar un poco de valor de donde no tengo y me recuerdo que una vez quise cambiar el mundo y cómo fui un come mierda en el pueblo de todos los infiernos adonde me crié y ahora resulta que me detienen y las cosas se están poniendo malas. No presiento nada bueno con esta noche y tampoco con el cabeza rapada con cara de luchador que se suma a la fiesta y hace muecas y hasta escupe el suelo. El cholo Rodríguez me dice entonces: “calmado que el güey este será muy “white” y lo que sea pero me ha comprado un chingo de mota. Y mire, si no fuera porque me agarraron hasta este blanco estuviera high.

Y más tarde, casi ahora, vuelve otra vez el detective que repite su nombre de González, el primo del inspector que fue a Cuba. Y me habla en español de haitiano y se cambia al inglés insistiendo en mi declaración. Mientras tanto el de los muñones en las piernas se entromete como preguntando y no se da cuenta que huele a pedo de borrachos y orina de homeless. Este descarado de Dana, así se llama, levanta los hombros, cabrón que se juntó con los que se robaron los dulces y los chocolates de la licorería. Sí porque no fue sólo ron ni cerveza lo que se robaron sino también se afanaron un whiskisito y también un cartón de cigarrillos y unos cuantos puros y hasta preservativos para que Rosita se gane unos dolaritos porque el sin piernas las piensa todo. Y ahora que los pendejos esos están hartos de chocolate y chips, tienen el aire más fétido y demasiado recargado del desperdicio de sus barrigotas alcohólicas y enmariguanadas. Pero el oficial evita las intromisiones de estos otros y me hala fuera para la sala de interrogaciones una vez más:
-Así que dígame, ¿cómo lo pudiste hacer? ¿Hace cuánto que cruzaste?
“No entiendo señor” -le respondí- “yo doblé en la esquina de la Pacific y la Maple y el policía que terminaba de poner un ticket, bueno, ya sé una violación de tráfico estaba mismo frente a mí y yo paré en seco y no iba a mucha velocidad y se lo expliqué y me miró con cara de asesino y me sacó del coche y me empujó contra su patrulla y me llamó mojado motherfucker y traté de explicarle que no que no era mojado sino refugiado y parecía como que se encabronaba más. Y me gritaba, mentiroso asshole que tú cruzaste el río o el desierto y ese Infiniti te lo robaste a Esmeraldo Martínez, el de la registración que está ahí mismo en el coche que te clavaste. Y cuando le dije que ese soy yo déjeme enseñarle la identificación pues de maldad la tiró por allí mismo por la cuneta y me volvió a rempujar.
-Mire, cómo se llame. Me dijo yo voy a entregarlo a la migra. ¿COMPRENDE?
-Officer, I am a citizen.-le respondí.

Y luego se rio en mi mismísima cara. Como el mismo hijoeputa que me arrestó, y que se aproximó y le preguntó a este otro que me interroga en este momento, que si ya había confesado y que esa misma noche me mandaban para Tijuana y me repitió que mi cara de ladrón de carros e ilegal no me la quitaba nadie. Luego secretearon un poco y al final me trajeron de vuelta a la cloaca del cholo Rodríguez y de Ármen y también del cuartero de homeless, los desamparados y además el cabeza rapada y la peste toda del mundo mientras me repetía de nuevo de que en Glendale no hay ladrones ni criminales a menos que sean negros y latinos porque los blancos veteranos o cabeza rapadas eran como niños malcriados. Y luego pensé que no podría ser peor hasta que tuve mi llamada y ella, la peleona me lanzó un ataque sin parar. Al final se inspiró de confianza y llamó al calvo de la Luciérnaga quien me consiguió un abogado y una tribu de amigos que testificaron a mi favor y recogieran mi cartera por la esquina de Acapulco y a la que, por cierto, le faltaban dólares porque el oficial se los clavó. Yo reflexiono luego y me parece que yo no tenía porque enredarme la vida sacando copias de un poeta cubano francés que no se comprometió con nadie y se tiraba el peo más alto que el culo y tampoco tenía yo que salir por la Sunset ni tampoco siquiera tener malos pensamientos ni comer tanto ni tampoco doblar a toda velocidad en una esquina porque así esta mujer no estuviera reclamándome tanto y la confusión, bueno la hijeputada del policía hubiera sido menor o no hubiera sido y finalmente entonces con algunas disculpas y sin inventar más excusas nos fuimos a mi casa y allí les dije gracias a todos, incluyendo a mi querida esposa y mis salvadores y todo volvió a la normalidad. Ahora puedo buscar a mi amigo el moreno pelón de Wallgreen, casi estoy seguro que va a comprender mi experiencia porque siempre le han dado palos; aunque pensándolo mejor no sé si yo debía quedarme a vivir en Glendale. Mejor me mudo un día de estos allá por el Valle a Van Nuys a Sunland o a Northridge adonde nadie me acuse de latino ratero facharín porque la verdad, en un pueblo sin ladrones como que la vida es un poco aburrida. ¿No crees?

Este cuento fue originalmente publicado en la-luciernaga.com.

Autor

  • Julio Benitez

    Fue asesor literario y profesor de la Universidad Pedagógica de Guantánamo, Cuba, y educador en Los Ángeles, California. Obtuvo premios nacionales como narrador en los concursos Rubén Martínez Villena, Frank País y el Regino E. Boti así como distinciones en poesía y crítica. Ha publicado La Reunión de los Dioses Cuba (cuentos, 1991). En USA, El Rey Mago (poesía 2007) y la novela La Reunión de los Dioses (2007). Su obra crítica se encuentra en publicaciones de Cuba y Los Estados Unidos. Miembro del consejo editorial de la revista electrónica La Luciérnaga.

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