ATENTADO EN ARIZONA: Las barreras de la libertad o las contradicciones de un sistema

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Estados Unidos es un país de grandes contradicciones. Por un lado, el derecho a la expresión individual parece cosa sagrada, defendida por muchos como parte de la tradición del país. También, ese otro derecho consagrado por la Constitución que se relaciona con la idea de que todo ciudadano puede tener un arma. ¿Es tan real esa sacrosanta combinación de libertad o se olvida que “la libertad no se debe confundir con libertinaje” como un viejo adagio que escuché yo de niño?

Primero, el derecho individual está limitado por una serie de leyes que son contradictorias porque protegen lo que algunos consideran acá como “sentido común” pero que en otros contextos no son exactamente considerados tales. En muchos países civilizados portar arma de fuego está controlado por el estado y como resultado, según varios reportes en Japón o Inglaterra el número de asesinados por armas de fuego no pasa de unas decenas en un año mientras que aquí puede tener resultados tan trágicos que envuelven miles de vidas. O se pueden gritar insultos racistas en una manifestación del KKK, de los supremacistas blancos y de otras organizaciones políticas mientras alguien puede ir a la cárcel, ser despedido o sufrir represalias por expresar las mismas ideas en un contexto diferente.

¿Cuál es la diferencia?

Yo creo que en ambos casos se viola el derecho del otro, el acusado, el vilipendiado. En Alemania, se prohíbe el partido Nazi mientras es legal en este país. ¿Es eso sentido común?

¿Dónde está la medida de la llamada libertad de expresión? ¿Cómo es posible que los candidatos políticos o comunicadores puedan utilizar un lenguaje incendiario sin que haya consecuencias mientras el ciudadano común tenga que reprimir esos impulsos en condiciones específicas que han sido legalizadas con mayor fuerza durante épocas como el Macarthismo o más recientemente con las leyes instauradas después del 9-11 en 2001. Por eso considero que el ambiente de violencia en las palabras y en la acción de individuos aislados responde no al acto de “lobos solitarios” sino al patrón de una sociedad contradictoria en sí misma que nació como país con una cultura de violencia.

Yo pienso que el derecho a portar armas es algo discutible como lo es también el derecho a usar vocabularios sugerentes que inciten a las mentes enfermizas y de extrema posición a decidir con sus manos lo que es justo no. En Suiza, la mayoría de los ciudadanos tiene el derecho a portar armas pero en aquel país mueren contadas personas por esos incidentes. ¿Qué nos hace diferente? Pienso que la historia del gatillero solitario que bien asolaba y todavía lo hace la población más pacífica en toda esa gran conquista que terminó en la edificación de esta nación, creó una tradición nefasta que es necesario corregir. Pienso también que la violencia glorificada en el espíritu de la nación que ha resuelto muchos conflictos con la intervención es parte de esa tradición.

A lo anterior habría que agregar que los estados de ánimo, especialmente en los últimos años han agravado las diferencias entre las fuerzas políticas y sociales. Es cierto que siempre ha habido violencia contra funcionarios del gobierno y la muerte de varios presidentes y miembros del estado no supera a las naciones inestables de otros lugares. Sin embargo, a medida que se distancia la brecha entre pobres y ricos, se incrementa el debate sobre lo que toca a cada cual y se recurre a la descalificación, al insulto e incluso al lenguaje subliminal que mezcla confrontar al rival con su eliminación física, no se hace más que agregar leña al fuego. Tal vez Sarah Palin no piensa de ese modo, tal vez los comunicadores extremistas no planean exterminar contrarios, pero su lenguaje agresivo mezclado con la tradición violenta de Estados Unidos produce una combinación peligrosa.

¿Fue el atentado a Arizona un acto independiente y estrictamente solitario? Los hechos de asesinato masivo no son tan raros en este país. Ocurren cada día en nuestros barrios y con cierta recurrencia en nuestras escuelas y en lugares de trabajo. Estos últimos llevados a cabo principalmente por un sector de la población que se enorgullece de poseer armas, que se considera único dueño del país y que actúa como pacífico hasta que los desagravios terminan en una balacera, aceleran la aparición de ese tipo de monstruos. El asesino de seis personas y quien atacó a otros seres inocentes incluyendo a una congresista cabe perfectamente en ese perfil.

Por eso, si bien la tragedia que acabamos de presenciar en Arizona fue ejecutada por alguien mentalmente trastornado, no es un caso aislado sino una consecuencia de esa cultura. Yo creo que la retórica violenta, el falso derecho a expresarse libremente aun cuando afecte al otro humano, el derecho a portar armas y la idea de que el individuo aislado tiene derechos inalienables por encima de la sociedad debería ser canalizado en sentido contrario. Debemos crear controles que eviten la repetición de hechos como estos.

Sería de ilusos creer que en una cultura como esta desaparecerán estos locos; pero si los valores, “el sentido común” y los conceptos de expresión se canalizan en otro sentido al actual con el correspondiente control del uso de armas, tal vez podamos reducir este libertinaje en el que siempre aparecerá un gatillero alegre dispuesto a destruir a “sus enemigos”.

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Fue asesor literario y profesor de la Universidad Pedagógica de Guantánamo, Cuba, y educador en Los Ángeles, California. Obtuvo premios nacionales como narrador en los concursos Rubén Martínez Villena, Frank País y el Regino E. Boti así como distinciones en poesía y crítica. Ha publicado La Reunión de los Dioses Cuba (cuentos, 1991). En USA, El Rey Mago (poesía 2007) y la novela La Reunión de los Dioses (2007). Su obra crítica se encuentra en publicaciones de Cuba y Los Estados Unidos. Miembro del consejo editorial de la revista electrónica La Luciérnaga.

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