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Nadie compadece a Wilfredo Rojas, un cuento de Liza Rosas Bustos

Nadie compadece a wilfredo rojas

Nadie compadece a Rojas. Preguntan por todos lados los periodistas si alguien quiere decir algo respetable para cerrar el artículo policial. Pero la vecina del piso 12 se niega. El vecino del piso 11 no puede decir nada. De la casa lo pueden echar. Es que no es fácil compadecerlo, aunque tenga un guacatazo de ácido entre las piernas y ni siquiera se pueda sobar.

En Sunnyside lo espera su mujer, con sus hijos que han escuchado las noticias. Man dumps acid over a super in a jealous rage.

Tampoco es la primera vez que tú, Wilfredo Rojas, andas de mañoso con Soledad. Esta es la tercera vez que la haces pasar a la caseta y le pacas treinta pesos para que te dé lo que tu señora no puede darte. Sentado en la caseta no te ve nadie, Wilfredo Rojas. Pero son horas de trabajo. Léete una pornográfica, pero no la vivas porque algo muy malo te puede pasar…y pasa primero Soledad caminando, tacones, mueve la cola para allá y para acá, sin la canción de Don Francisco claro está.

Después te envalentonas, abres la caseta y le ofreces dinero, por los favores que sólo ella útimamente te puede dar. Mejor le hubieras pedido a tu mujer con buenas palabras, Wilfredo Rojas. No estará tan vistosa como Soledad, pero la imaginación da para mucho, Rojas. Podrías cerrar los ojos y recibir gratis en casa lo que te gusta recibir de mañana en la caseta laboral. Pero tanto va la cubeta al agua, Rojas. Es así como se le queda una esquina del vestido celeste en la puerta. Es así como la descubre el novio mientras tú sentado cierras los ojos imaginando que ella es una y no uno del tipo y el talle de Soledad.

Y es así como el novio de Soledad, que es también su chulo entra en la caseta con un vaso de ácido que tú confundes con café Wilfredo Rojas ….y nadie te compadece, Wilfredo Rojas. Ni siquiera tu esposa, tus hijos, tu jefe, los vecinos del edificio de la calle 95 donde trabajas de conserje y cuidador hace cinco años…

A decir verdad, alguien tiene que compadecerse, Rojas. Agarra un par de pesos, cómprate una tarjeta para llamar por teléfono. Probablemente sea tu madre la que te compadezca por deber… probablemente sea tu mamá…

Autor

  • Profesora chilena (Valparaíso, 1970). Reside en Nueva York (EUA) desde hace doce años y ha sido habitante del estado de Oregon hace diez. Ha colaborado para el periódico literario Puente Latino, Hoy de Nueva York. Formó parte del Espacio de Escritores del Bronx Writer’s Corps. Cuentos suyos han aparecido en las revistas Hybrido y Conciencia. Sus poemas, ensayos, artículos y cuentos han sido publicados por la Revista virtual Letralia de Venezuela. Sus poemas aparecen en las publicaciones mexicanas La Mujer Rota y la Revista Virtual Letrambulario además de Centro Poético, publicación virtual española. Obtuvo un Doctorado en Literatura Hispánica y Luso Brasileña en Graduate Center, City University of New York. Actualmente vive en Portland, Oregon y se desempeña como profesora de lenguage dual en Beaverton High School.

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