Los extremos políticos son como la corriente del río: desbordan, arrasan… pasan. Los que no saben esperar, terminan atascados en lodo, sucios, ahogados y arrepentidos. Los pacientes, retroceden; saben que el agua volverá a su cauce cuando deje de llover aquí y allá, de donde viene la creciente; los salpica el fango sí, pero no se ensucian las manos. Se plantan de los dos lados y a veces se ven de frente; se desafían, pero no dan un paso adelante porque saben que terminarán como los otros, los menos juiciosos, atascados.
Un año electoral y un desafío para la democracia
Este 2024 será un año de aguas altas en México y Estados Unidos. Aún no llega la riada, pero sabemos que será brutal. Nos inundará y, solo si estamos conscientes de su temporalidad, lograremos librarla enteros. No importa cuán seco sea el terreno, cuando se trata de elecciones y poder, las aguas que se caldean penetran hasta lo más árido del desierto. ¿Quiénes serán arrasados? Nos falta muy poco para descubrirlo.
La polarización electoral es muy peligrosa y lo son todavía más quienes la provocan por estrategia o fanatismo. En cuestiones ideológicas buscamos cámaras de eco y cuando nuestras ideas no rebotan, las condenamos y las destrozamos. En los extremos no existe el diálogo. Y esto no es nada nuevo. El divide y vencerás es un ataque para las voces del centro, que se pierden entra las vociferaciones de los que confrontan todo.
Pero, si los centrados, los pacientes y los de en medio somos más, ¿por qué permitimos que sean unos cuantos los que marquen la pauta? ¿En qué momento se volvió una elección un permiso para un ataque personal? ¿Por qué aceptamos que los partidos políticos descalifiquen, cataloguen y destruyan a los rivales en lugar de fortalecer la democracia con propuestas y candidatos? ¿Por qué normalizamos lo violento? ¿Por qué convertimos a la democracia en una guerra?
La normalización de la violencia y la desinformación
El antídoto para la polarización no es solo el sentido común, si no el diálogo y la voluntad. Hay que tener las ganas y el valor de escuchar activamente las diferencias sin la necesidad de encontrar soluciones o coincidencias. El secreto está en el respeto, a uno mismo, a los otros, a los que vendrán. Las decisiones que tomamos hoy moldean el futuro político. ¿Qué permitimos y qué condenamos?
En los últimos ciclos electorales hemos cruzado muchas líneas. No hay vuelta atrás. Hemos normalizado lo que antes pensábamos imposible. En Estados Unidos nos enfrentamos a acusaciones de fraude electoral, acoso sexual, asaltos y corrupción. En México a la violencia, la falta de transparencia, el fanatismo, las desapariciones y la desinformación. Todo ahora se nos hace normal. Poco nos sacude y nos escandaliza. ¿Qué sigue?
La vara con la que antes medíamos a los candidatos y funcionarios no es la misma y los tiempos son más desafiantes. Los estándares han cambiado; los hemos bajado. Nos conformamos con menos de todo; ya no es el bueno y el malo… es el peor y el menos peor. ¿Eso queremos? ¿Con eso nos conformamos? ¿Quién tiene la última palabra?
Que nadie nos haga creer en estas elecciones que nosotros no tenemos el poder. Nuestro voto cuenta y más de lo que pensamos. Así, con una pluma, podemos girar el barco. Nosotros también podemos cruzar el río sin que nos lleve la creciente.