Cuando Alicia Navarro desapareció, su mamá transformó el dolor en fuerza. Pasó cuatro años buscándola; no dio tregua. Su instinto de madre le decía que su hija adolescente estaba viva. Y así fue. Justo después de su cumpleaños número 18, la niña reapareció muy lejos de Arizona, ya como una mujer mayor de edad y sin signos aparentes de maltrato o violencia.
¿Qué había pasado en este tiempo?
No se sabe y quizá tardaremos en descubrir el misterio… y está bien. Después de que la jovencita se presentara por voluntad propia en una estación de Policía en Montana para pedir que la quitaran de los posters de desaparecida, la vida de la familia Navarro se convirtió en un escenario lleno de preguntas insistentes, exigencia de respuestas y un acoso constante de periodistas. La madre pide respeto y privacidad, un espacio que como sociedad no estamos acostumbrados a dar.
Nos involucramos en el caso; nos sentimos parte de la historia; nos creemos merecedores de derechos que no nos corresponden: aquí la familia no nos debe algo, mucho menos la respuesta a una exigencia urgente de explicaciones. Estas vendrán después, estoy segura, cuando ellos mismos asimilen lo que pasó en cuatro años de incertidumbre y muchas figuraciones. Las suposiciones se irán convirtiendo en mitos, leyendas o verdades. El tiempo lo dirá, incluso cuando muchos callen.
¿Hasta dónde llegar?
Es un caso con muchas interrogantes, una desaparición extraña, una búsqueda incansable, una batalla en los medios y un reencuentro con datos muy escuetos. Los periodistas con la premura de tener la primicia pisamos muchas minas emocionales en nuestros entrevistados; a veces por ceder a la presión de productores sin escrúpulos o editores avejentados en un sistema en donde la exclusiva aseguraba la permanencia; otras, por el mero ego que nos mueve como si fuéramos los salvadores de la historia y no los narradores de la verdad.
Es indispensable parar y reflexionar antes de publicar; recordar que estamos contando, indagando, invadiendo, en muchos de los casos, los momentos más vulnerables de una persona, ¿cómo nos sentiríamos si fuera nuestra familia? ¿Cómo evitar la revictimización? Por eso tan importante el entrenamiento, la ética y el acompañamiento.
Nos falta mucha empatía. Intento practicarla siempre, aunque no lo consigo todo el tiempo. Justo ahorita estoy trabajando en una investigación que me hace cuestionármelo todo, pero pido ayuda: el acompañamiento legal y emocional es crucial. Soy humana y reconozco mi humanidad, eso es lo más poderoso que tengo para mover la pluma y los labios.
Todos nos encontramos con encrucijadas éticas en nuestras carreras o profesiones, ¿cuáles han sido las suyas?