Rápido, ¿qué fue lo primero que pensaste cuando te enteraste de la muerte de la jueza Ruth Bader Ginsburg?
Primeras reacciones
En las casas, los trabajos, en las redacciones de los diarios, frente a las pantallas de TV, las miradas fueron de consternación: Trump recibió un regalo electoral, se decían. Va a nombrar un tercer juez como él a la Suprema Corte, que a partir de ahora tendrá asegurada una mayoría archiconservadora, y ya no importa si el presidente del Tribunal John Roberts quiere salvar las apariencias y votar de vez en cuando con el ala liberal.
Después de unos segundos las personas trataron de componer sus semblantes y decir lo que hay que decir. Falleció una grande, una figura histórica. Una maestra de los acuerdos judiciales. Una luchadora por los derechos de las mujeres.
A los 87 años.
Entonces, la primera reacción a la muerte de la jueza de la Suprema Corte Ruth Bader Ginsburg es de pesimismo, desesperación casi, si uno está entre quienes espera darle fin a la pesadilla que es la presidencia de Donald Trump y la acelerada caída de Estados Unidos a un régimen autoritario. Ese sentimiento se reproduce, se pega, se repite allí donde uno mira en el internet, en los contactos sociales, en nuestro fuero interno.
Ruth Bader Ginsburg, amada y odiada
Si en cambio, se asoma por los lugares donde se expresan los Trumpistas, el sentimiento es diametralmente opuesto. Júbilo. Insultos a la personalidad que acaba de perecer a los 87 años, tras muchas décadas de servicio público sobresaliente. Antisemitismo mezclado con odio por las mujeres, odio por los demócratas y todo lo que los «libs» representan en sus mentes.
Lo he visto. Repetidamente.
Ahora, todo se concentra en que Trump nominará un candidato ultraconservador, que podría ser aprobado por el Senado en tiempo récord. Si no antes de las elecciones de noviembre, antes del traspaso de mando del 20 de enero próximo, si gana Biden.
Pero no todo está perdido. Hay muchos escollos que esperan a Mitch McConnell, líder de la mayoría republicana en el Senado. No les será facil conseguir culminar el proceso de nombramiento antes de las elecciones. Y al convertirse en quizás el tema más importante de la campaña después del coronavirus, los republicanos no tienen asegurada la victoria.
Empecemos por los detalles nimios. La nominación la hace el presidente ante el Senado y el Comité de Asuntos Judiciales del mismo se encarga de entrevistar al candidato. El Comité, claro, es de mayoría republicana, y lo encabeza Lindsey Graham de Carolina del Sur, quien debe ser reelecto y está enfrascado en una lucha sin cuartel contra una popular candidata demócrata al puesto.
Una postura demasiado servil hacia Trump y los más extremistas le harán perder los pocos votos independientes que aún le dan la ventaja. De manera similar están peleando su reelección Thom Tillis de Carolina del Norte y Joni Ernst de Iowa: 3 de los 12 republicanos. Alguno podría cambiar de idea y unirse a los 10 demócratas.
El legado de Ruth Bader Ginsburg
En el Senado actualmente hay 53 republicanos y 47 demócratas. Cuatro republicanos podrían no apoyar esta broma de mal gusto en el plenario. Entre ellos, Susan Collins de Maine, Lisa Murkowski de Alaska, y Mitt Romney de Massachusetts, quien votó contra Trump en el juicio de destitución. Collins está en una amarga lucha contra una demócrata; es una republicana moderada en un estado demócrata y seguramente perderá si vota con Trump. Y Romney se construye como la alternativa republicana a Trump.
Además, cuanto más conservador el candidato de Trump, mayores las posibilidades de que voten en contra.
Quizás algún otro senador se dé cuenta de que después de esto, no habrá más cooperación bipartidaria posible, especialmente tomando en cuenta que es probable que la Cámara Alta vuelva a manos demócratas.
Por último, como se mencionó antes, el clamor público contra un intento de empujar una nominación relámpago antes de las elecciones podría frustrar los esfuerzos electorales, no solamente de Trump, sino de las fórmulas republicanas a lo largo del país.
Es una posibilidad.