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Somos esclavos compulsivos y necesitados

Somos esclavos compulsivos y necesitados

Los filósofos estoicos me fascinan. Ellos mostraron al mundo griego de entonces (y siguen mostrando al mundo de hoy) que prácticamente todo en la naturaleza escapa a nuestro control. De tal modo, es un absurdo anclarnos emocionalmente a ello, mostró Epicteto. Sólo depende de nosotros el deseo, pero no el cuerpo. La opinión, pero no la reputación. El impulso, pero no la función. ¿Qué lecciones podría darnos la filosofía estoica en esta época llena de angustia por el futuro y una necesidad casi patológica por ser aceptado?

Al respecto, pienso que una de las máximas expresiones de caos en la era posmoderna es el consumo.

 

 

Los seres humanos en la mayoría del globo estamos expuestos al marketing. Por su intermedio se pretende crear necesidades que desaten una compulsión a comprar. El plan es sencillo: primer paso, crear la necesidad. Segundo paso, ofrecerte la solución. Y al cabo del tiempo, miramos los estantes de nuestras casas llenos de cosas que no hemos ocupado en meses.

¿Qué nos ha convertido en esta especie de esclavos del usufructo?

Feuerbach explico que la naturaleza es materia, y nada en ella escapa a tal concepto. No obstante, la abstracción del materialismo ha sido corrompida por el magisterio cristiano en definiciones que nada tienen qué ver con lo que el filósofo alemán que inspiró el pensamiento de Karl Marx, dijo. Según este, una persona materialista no es quien atiende la fenomenología del mundo no-ideal. Es quien abreva a su existencia sólo elementos “materiales”, en tanto objetos, descuidado –se piensa–, la sustancia o espíritu.

Pero ni siquiera tal concepción cristiana alcanza para definir lo que un materialista hace en esta época, ya que no se compra por el fin material de las cosas, es decir, su utilidad, sino por su valor social. Es por tal razón que alguien posee más de un reloj. Su motivación no se encuentra en un fanatismo exacerbado por la medición del tiempo, sino por lo que para éste significa tener relojes de tales marcas de tantos modelos. Existe en ello un importe simbólico que trasciende totalmente a la utilidad del objeto en sí. Se paga por el estatus.

Así se justifica la compra de un auto, por ejemplo. Casi todos los coches hacen lo mismo, pero no todos me hacen lucir igual. Al comprar un Porsche en vez de un sedán, estoy adquiriendo una posición dentro de lo que percibo como sociedad. Sublimo mediante la idea de posesión emociones que justifican mi falta de responsabilidad existencial.

El filósofo estoico y al mismo tiempo rey de Roma, Marco Aurelio, bien podría sonreír satisfecho por descubrir cuánta razón tienen sus elucubraciones al observar las conductas consumistas de la época contemporánea. A pesar de ser el emperador romano que venció a las hordas bávaras y aplastó las insurrecciones de Avidio Casio en las provincias occidentales, el llamado “rey filósofo” consideraba que es un error suponer que nuestra posición social está bajo nuestro control. En sus Meditaciones, dijo que la infelicidad proviene de ese equívoco pues, quien busca elevar su estatus (mediante posesiones, por ejemplo), sufrirá a causa de quienes ignoran sus ascensos o, por el contrario, quienes sólo le buscan para eso, descubriéndose solo y dañado en el fracaso.

De tal modo que poseer es una ilusión, al mismo tiempo que el control. Somos como un perro atado a una carreta. Las fuerzas de la naturaleza y el caos intrínseco de la humanidad nos arrastran. Podemos ir en dirección opuesta y morir ahorcados, o caminar en su misma dirección. Somos esclavos del consumo.

¿Cómo liberarnos?

¿Quién nos amarró?, hay que preguntarse primero. Al filósofo cínico Diógenes le causaba risa el apego de la gente a cosas que él no necesitaba. Para él, el mercado era un centro de ambición, de ambición de poder, lo cual finalmente es el propósito del consumo. Compro lo que me coloca por encima de los demás. Es decir, lo que me arroga poder. ¿Y si dejáramos de consumir y le diéramos a las cosas una verdadera utilidad? Nuestros roperos quedarían a la mitad, pero al perder cosas, nos ganamos a nosotros mismos

Autor

  • Luis Alberto Rodríguez (Tizayuca, México, 1983) es escritor y periodista. Autor de “Oficio rojo” (Revolución, 2014) y Eso que se dice hombre (Desde Abajo, 2023) y co-autor de Memoria contra el olvido (Indesol, 2008). Premio Nacional de Periodismo en derechos humanos. Ha divulgado sus piezas de narrativa, ensayo y poesía en diversas publicaciones, incluida Hispanic LA y la revista El Perro, becada por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Su obra cotidiana puede encontrarse en su blog http://luisalberto.mx/

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