En Oslo acaban de anunciar que los doctores James Allison, de los Estados Unidos, y Tasuku Honjo, del Japón, ganaron el Premio Nobel de Medicina por su trabajo contra el cáncer. Un tema muy personal para mí que, después de todo, soy un sobreviviente de este mal.
En diciembre de 2017 me diagnosticaron un adenocarcinoma en el pulmón derecho. El 8 de enero el doctor Wael Yacoub, de Kaiser Permanente, me operó. En la operación me extrajeron completamente unos de los tres lóbulos del pulmón. Para evitar la posibilidad de metástasis, entre febrero y mayo, fui sometido a un demoledor tratamiento de quimioterapia.
Mi caso, obviamente, no es único. En los Estados Unidos hay 16 millones de personas con cáncer. Se estima que, solamente este año, se diagnosticarán más de 1,700,000 casos nuevos. Más de 600,000 morirán.
Detectan temprano el tumor
Lo que mi caso tiene de especial es que un evento casual permitió detectar el tumor a tiempo. Y eso, tal vez, me salvó la vida. Les cuento mi historia con la esperanza de que sirva a otros para entender que cuanto más temprano se detecta el problema, más posibilidades hay de cura.
A mediados del año pasado andaba caminando en el Northridge Recreation Center. Un hermoso parque que está a sólo dos cuadras de casa. Una actividad frecuente que hago tanto para ejercitarme como para tener un momento de reflexión. Ese día encontré una adolescente que estaba con un niño a quien se le había encajado una pelota en un árbol. Me acerqué y empecé a tirar otros objetos para tratar de destrabarla. Tiré piedras, otras pelotas, una madera… pero nada. Así estuve casi media hora intentando tácticas nuevas, haciendo cálculos, buscando excusas por mi falta de precisión, hasta que no-sé-cómo la pelota cayó. La muchacha me agradeció y me fui.
Y como en los cuentos infantiles, aquí es donde tendría que decir: colorín colorado, este cuento se ha acabado. Pero no fue así; el cuento, en este caso, siguió. Y se puso feo y triste.
Dolor en el hombro
A los dos días de ese encuentro, me empezó un pequeño dolor en el hombro derecho. Semanas después, empeoró. Pero como me fui a Washington, DC, una visita que planifique con mi médico quedó postergada.
Cuando volví mi nuevo médico personal, el doctor Juan Vargas, ordenó una radiografía para determinar qué pasaba con mi hombro. A los dos días me llamó y me dijo que, aparte de una inflamación en el hombro, en la radiografía había observado una manchita en un pulmón de unos 3 centímetros. Pero que no me preocupara porque, seguramente, serían los resabios de una bronquitis mal tratada o algo similar. Pero después de otra radiografía, un CT-scan, un PET-scan y una biopsia se confirmó la mala noticia.
Sin muchos conocimientos de medicina, mucho menos del cáncer y nada sobre adenocarcinomas, la simple palabra me aterrorizó. Aunque experimenté varias situaciones en las que mi vida ha estado más que en peligro, esta vez pensé que no había muchas alternativas. Pero en la medida en que me fui educando sobre el tema, y con el apoyo incondicional de mi hijo y mi esposa Cecilia, tomé confianza y entendí que mis posibilidades de sobrevivencia eran mucho mayores que lo que originalmente pensaba.
Cirugía y quimioterapia
Fue con ese espíritu positivo que encaré la cirugía y después una serie de quimioterapias. La cirugía fue todo un desafío, pero a los tres días yo ya caminaba. Pero ni me imaginaba lo que venía después. La quimioterapia fue demoledora. Después de todo, es una fuerte dosis de veneno que busca matar a las células cancerosas. Pero en el proceso también destruye otras partes sanas de nuestro organismo.
Entraba a una sala del hospital a las 9:00 de la mañana y no salía hasta las 5:00 de la tarde. Mi brazo quedaba conectado a la infusión intravenosa con los tubos que colgaban de mi brazo. Siempre era el último en irme cuando llegaba Cecilia a buscarme. Y me iba a dos o tres días de calma antes que me viniera la recaída brutal que duraba algo más de una semana y que me mantenía en la cama casi todo el día.
A fines de mayo tuve el primer CT-scan para determinar si el cáncer se había desparramado a otras partes de mi cuerpo. La noticia fue buena. No había señales de metástasis. Pero los médicos fueron bien claros: nada es definitivo. Por ello, necesito un CT-scan, cada seis meses, durante los próximos cinco años. El próximo es en dos semanas. Y como es de imaginar, ya me comenzaron a resurgir todo tipo de interrogantes.
Regreso al árbol
No hace mucho volví al Northridge Recreation Center a sacarle una foto al árbol en donde se había encajado la pelota. Me senté en el pasto y me quedé pensando cómo, aparte del ojo atento de un médico, esa adolescente que no sé su nombre y nunca más veré, ese niño risueño que crecerá sin saber la increíble consecuencia de sus acciones, una pelota de cuero intrascendente y ese árbol, ese árbol frondoso, imponente, cruzaron mi camino y ayudaron a detectar mi tumor a tiempo y, sin saberlo, me salvaron la vida.
Néstor Fantini es profesor de sociología en Rio Hondo College, California.