Las campanas de la catedral de St. George, en Ciudad del Cabo, suenan todos los mediodías durante 10 minutos. Y seguirán sonando, pues se ha ido uno de los grandes de la historia de Sudáfrica: el arzobispo Desmond Tutu.
El clérigo de túnica púrpura, que con su carisma y diplomacia se ganó la simpatía del mundo entero, será recordando como un pilar fundamental en la lucha contra el apartheid que, entre 1948 y comienzos de los 90s, mantuvo sometidos a millones de africanos.
Un régimen en el que los africanos de raza negra estaban al final de una categorización racial en la que el poder económico y político estaba concentrado en la minoría blanca de origen afrikáner. Durante ese período trágico de la historia sudafricana, se prohibió el casamiento y asociación entre las razas y se removió a millones que fueron ubicados en comunas, bantustanes, de donde no se podía salir sin la documentación apropiada.
Aunque no estuvo de acuerdo con las tácticas militaristas del Congreso Nacional Africano y su líder Nelson Mandela, el pacifista Tutu compartió con ellos la visión multicultural de una “nación arcoíris” con oportunidades para todos y llamó a la desobediencia civil en la lucha contra el régimen racista sudafricano.
La carismática sonrisa de Tutu quedó capturada en fotos que documentaron su recorrido por capitales del mundo denunciando al régimen sudafricano. Una denuncia más que necesaria considerando que muchos líderes mundiales, condicionados por las contradicciones de la Guerra Fría, apoyaban directa o indirectamente al régimen racista, pero anticomunista, de Sudáfrica.
En 1984 esa incansable labor fue reconocida cuando se le otorgó el Premio Nóbel de la Paz. Su discurso de aceptación concluyó con “En resumen, esta tierra, ricamente dotada de tantas formas, carece lamentablemente de justicia”.
Su oposición al apartheid tuvo un costo personal. No solamente en el repudio incesante de la Sudáfrica blanca sino con su arresto al tratar de presentar un petitorio en el parlamento.
Pero el contexto doméstico y la presión internacional redefinieron la realidad política y, en 1989, Tutu encabezó una manifestación de más de 30,000 sudafricanos que se replicó a lo largo del país y, en 1990, Nelson Mandela fue liberado. El primer paso que conduciría al desmantelamiento del apartheid.
Cuando finalmente se dieron elecciones libres en las que participaron los africanos de raza negra y Nelson Mandela fue electo presidente de Sudáfrica, Tutu fue encargado de encabezar la Comisión de Verdad y Reconciliación. Una experiencia tortuosa en la que, jornada tras jornada, escuchó el testimonio de víctimas de las atrocidades experimentadas por decenas de miles durante el sistema de apartheid.
En 1997, Tutu fue diagnosticado con cáncer de próstata. Pero eso no frenó su espíritu de lucha por los derechos humanos y continuó denunciando injusticias. En 2014, pidió que se boicoteara a Israel sugiriendo que los palestinos viven oprimidos en un régimen de apartheid. También acusó al ex presidente George W. Bush y al ex primer ministro Tony Blair diciendo que deberían rendir cuentas ante la Corte Penal Internacional por actos criminales en la Guerra de Irak.
Tutu, el hombre de la túnica púrpura, el de la sonrisa contagiosa, más allá de todo era profundamente humilde. Cuando en una entrevista en CNN le preguntaron cómo se sentía ser un hombre de su estatura internacional, el arzobispo, dijo: “Cuando te destacas entre la multitud, siempre es solamente porque te llevan sobre los hombros de otros”.
Desmond Mpilo Tutu (1931-2021).