Cúlpese a tus genes, Ester Villegas, a las tetas exuberantes de tu madre, al alto de tu padre, a la piel canelade tu abuela y a las piernas de amazona de tu abuelo. Todos estos elementos, mezclados se confabularon el día de tu concepción. Si, sé que han pasado varios años. Que cada noche que te miras al espejo, que te maquillas y sales de caza a bailar al Iguana Café, a mover esas caderas, esa cintura mínima y ese culito tambaleante y perfecto, sencillamente no te la creen.
¿No será que no encuentras novio porque todos te piensan travesti?
Cúlpese a tus genes, Ester Villegas, a esas pestañas perfectas, esa cara perfecta, esos labios carnudos que la madre natura te dió.
Lloras desconsolada, Ester Villegas.
La primera fue un señor de cincuenta que quería llevarte en en el auto y te preguntó cinco veces cuál era tu nombre esperando que te llamaras Humberto, Ester Villegas, y tú diciéndole una, dos, tres, cuatro, cinco, seis veces «Ester Villegas» y el muy tarado no te creyó.
Después el abominable profesor de danza que te cacheteó cuando comenzó a acariciarte y no eras shemale como erroneamente te pensó devolviéndote, oh Ester Villegas, a la pista de baile desde donde te sacó.
¿Qué has de hacer, querida Ester? Te has bancado treinta y tantos años de envidia mujeril y ahora tienes que asumir lo que no eres.
¿Qué hacer, Ester Villegas? ¿Acaso advertirles lo que no eres… decir que demasiada perfección es femenina?
¿Cómo diántres les aclaras que no eres quién creen que tú eres pero que sí lo eres, que eres la copia original del calco que buscan pero ya no quieren encontrar por ser demasiado real?