Cada país, cada región, cada individuo, utiliza el lenguaje con el arte de adaptarlo a las fórmulas vigentes. Los motivos para ello son múltiples; desde la altitud geográfica, la meteorología, la constitución física.
Tanto las circunstancias externas como las propias del individuo, afectan el resultado de nuestra comunicación.
Nos acercan, nos distancian
Los lenguajes nos acercan, y también nos distancian. La comprensión nos produce todo tipo de sentimientos, puesto que se combina con el juicio, con la decisión inmediata e instintiva de elaborar positiva o negativamente las palabras que escuchamos. De ese modo, el lenguaje se torna básico, fundamental para los hombres; y no sólo por lo que expresamos con él, sino también por la forma en la que lo hacemos, por la intencionalidad con la que hablamos, o escribimos, que envuelve a las palabras de una especie de espíritu propio que le llega al interlocutor o al lector, envuelto de significado.
En España, y en concreto en la zona central, la tendencia que tenemos es la de acortar palabras. De este modo, cuando observamos charlando a dos amigos, es probable que, a la hora de despedirse, utilicen el término “taluego”, sucedáneo del original “hasta luego”, y que ofrece un significado añadido. El “taluego” se utiliza con mayor coloquialidad, cuando existe un vínculo, una confianza. De todos modos, hay quienes lo utilizan permanentemente, como si no existiera otra forma de despedirse.
Taluego, eje, ejucha
También en la zona central, y más concretamente en Madrid y Castilla la Mancha, existe un acortamiento muy común y muy característico: el “eje”, y no estoy hablando de la Tierra y su centro giratorio, sino de algo mucho más sencillo: el “eje” sustituye y acorta a la expresión “es que”. Por ejemplo, una situación habitual puede ser lasiguiente: “A las nueve no me viene bien, eje tengo que estudiar, mejor nos vemos mañana, taluego”. Y de este “eje” tan establecido, deriva su aplicación expansiva también a palabras como “mújulo”, por músculo; “ejucha”, por escucha; o “ejándalo”, por escándalo… etc.
Dentro de esta modificación castiza de las palabras del castellano, encuentro una que, en cierto modo, me resulta entrañable.
Muchas personas mayores, que vivieron la dictadura franquista y las represiones del acérrimo catolicismo de provincias que se produjo en España a lo largo de casi cuarenta años, utilizan la palabra “seso”, en lugar de decir “sexo”. Es curioso cómo la fonética escandaliza, porque se asocia con determinados comportamientos. Los abuelitos de hoy relacionan la x con lo prohibido, con el “sexo”. Con las salas “x”, con el “no”, con algo oscuro que les enseñaron que era pecado, si no se hacía dentro de los cánones establecidos para ello (matrimonio y procreación). Por este motivo, extienden este desagrado por la letra a otras palabras como “esamen”, “tasi” o “esperiencia”… dulcificando con la ese la “agresividad” que surge del placer prohibido.
Como vemos, las palabras están llenas de historia, de simbolismos. El lenguaje inspira, se modula, se transforma, vive, en fin, respira con nosotros y se enriquece con el uso que le damos; fluye con los sentimientos. Transita por las emociones y combina perfectamente con la lógica o la estupidez, según venga el día, la circunstancia o el individuo que lo utilice.
Hablo, luego pienso
Por estos motivos es tan importante que pensemos lo que decimos, que prestemos atención a nuestras palabras; porque tienen consecuencias, porque se expanden, se multiplican o se reducen, a gusto del consumidor; pueden dañar o dulcificar, calmar o alterar, aclarar o enmarañar; pueden ser palabras conscientes, meditadas, acordes con lo que uno piensa: coherentes; pueden ser como balas de perdigón: hirientes y aleatorias… etc. Las palabras son aquello que queremos que sean, y en la belleza de su utilización se encuentra el arte de la comunicación.
“Hablo, luego pienso”, podríamos decir; pensemos, pues, antes de hablar, y convirtamos nuestras palabras en un lenguaje coherente, porque ellas son también herramientas con las que forjamos nuestras vidas, y también ellas participan, cada día, de la evolución de nuestro destino.