Son las felinas de la casa, es decir, sus dueñas. Tres gatas que, sin ser hijas, ni parientes, ni siquiera amigas, determinan nuestra rutina diaria. Tres gatas a quienes pertenezco: esta es su historia.
Almendra, también llamada Phantom, y a quien apodo Pitzie, comienza su rutina, como dicen por acá, «en punto para las seis», es decir, a las seis en punto de la mañana. Incluye rascar delicadamente la puerta del dormitorio y empujarla con la cabeza. Luego, maullar de la manear más desagradable que se pueda imaginar. Más parece el eco de un aserradero lejano que el sonido de un animal. Finalmente, saltar a la cama para comenzar a ronronear de gusto y establecerse sobre las almohadas, con una pata delicadamente – y sin sacar las uñas – golpeteándome la cara. ¿Más señales? Imposible. Inevitable. Inescapable. Puteo, me levanto y le doy comida. Más sobre eso, la próxima.
Y sin embargo te quiero
Esta toma, obviamente, refleja el momento del día – generalmente la noche, cuando uno llega de la redacción con el cerebro frito, las piernas temblando y con ganas de un refresco y un libro ¡por al menos diez minutos por favor! – en el que Almendra, obviamente sabiendo que aquel era mi propósito, lo derrota planchando su cuerpo sobre la mesa. No me molestes, me dice. Ni ahora ni nunca.
Ficha biográfica: Almendra y Yinyit, dos mellizas como se verá, nos adoptaron hace once años. Es una larga y triste historia, un torniquete sentimental que todavía les toma la garganta, humedece los ojos y hace perder el apetito por un segundo. Es que había muerto Princess, la mamá de Rosie. Y Celia (una humana, mi esposa) quiso recompensar a la gatita por la pérdida y la soledad. Trajo a las mellizas, de tres semanas. Tres gatas.
Pero desde el primer momento las gatas, mucho más corpulentas, atormentaron a Rosie, a quien llamo Pitzie, empujándola del comedor comunal al punto que hasta el día de hoy debo servirle la comida por separado, en uno de los cuartos, y cerrar la puerta o simplemente hacer de centinela mientras – lo más lento posible, para alargar mi pérdida de tiempo – ella come.
Y Yinyit, cuyo nombre significa pelirroja en hebreo, y a quien llamo Pitzie, es la más huraña, antipática, antisocial, gruñona, descontenta… Si la quieres acariciar, lo juro, te da el lomo. O ella misma se frota contra la pata de la mesa, que es lo que estaba haciendo en la foto adjunta.
Comida para tres gatas
Ni qué hablar que Rosie (por las dudas, es de jaspas, blanco y negro), una gatita pequeñísima y de trece años al día de hoy, es la más inteligente, atrevida, callada y poética. Porque está como ausente.
Y por supuesto, aunque esto da para rato… su vida es una variación de la comida. Como la nuestra.
Pese a todo, las queremos a las tres gatas con sus rasgos distintivos de carácter. Y aceptando que un gato no es un perro, aunque éstas lo parecen y es su mejor rasgo de carácter, y que no vendrá a recibirte cuando vuelves de la escuela. A dos cuadras de casa.
¿Tienen gatos? ¿Dos o tres o más? Ayúdenme. Convénzame que éstos que se apropriaron hace una década de mi casa son míos y no viceversa, que vale la pena. Y cuéntenme sus historias. Mejor con foto.