Abrimos nuestra cuenta de Facebook y nos vemos en una foto con alguien, festejando un supuesto “quinto aniversario de su amistad”.
Son empresas privadas, no organizaciones activistas
¿Cómo lo sabe Facebook? Porque nos sigue, gracias a nuestra propia cuenta.
A veces olvidamos que Facebook, Inc. es una empresa privada con sede en Menlo Park, California, propiedad de Mark Zuckerberg, con 2,500 millones de cuentas.
Le sigue Twitter, cuyas acciones se venden en la bolsa de Valores bajo TWTR.
Que Facebook y Twitter posean nuestra información personal ya no sorprende. Hasta puede gustar. Debería alarmarnos.
Un ejemplo del daño que el poder concentrado en manos de estas compañías puede causar son las elecciones presidenciales de 2016 en Estados Unidos. Rusia conspiró para que Donald Trump las ganase manipulando información, diseminando falsas noticias e incitando a la confrontación política. Para ello utilizó miles de cuentas de medios sociales.
Todo está en juego
Pasaron casi cuatro años. Se acercan otra vez las elecciones presidenciales de noviembre. Las opciones son dramáticas e históricas. El electorado estadounidense está dividido. Trump es el peor presidente de Estados Unidos, fuente de discordia y hostilidad, adalid de la extrema derecha, un peligro para la democracia en el país y el mundo. Su popularidad, incluso después del atentado contra Qassem Suleimani, no ha subido por encima del 45% y está en 41%.
Sin embargo, podría ganar otra vez la mayoría de electores y la reelección. Trump y Zuckerberg remarían en este panorama en la misma dirección.
Y para que ello suceda, el proceso electoral podría ser encendido como antorcha por una ola sin precedentes de falsedades y odio. Trump y Zuckerberg. La procedencia de estas campañas no se limitaría a ciudadanos privados, ni a agencias de espionaje extranjeras. Puede venir del propio gobierno federal, de la campaña del presidente.
Trump es un reconocido maestro en la propaganda política televisada y por sus tuits. Según el mismo Andrew Bosworth, vicepresidente de Realidad Virtual de Facebook, en 2016 Trump “dirigió la mejor campaña de propaganda digital que he visto”, y eso le permitió ganar los comicios. No fue, aclara, por la interferencia de las fábricas de trolls, desorientación y propaganda rusas, ni por los analistas de Cambridge Analytic que tenían los datos de Facebook a su disposición. Fue Trump y la propaganda digital.
Desnudar la realidad en público
Ante esta situación se impone al menos limitar esa alianza viciosa entre los medios sociales y estos políticos. Ponerla en jaque. Desnudar su existencia, su poder.
A esa tarea están dedicados activistas en todo el país. Sus esfuerzos están comenzando a rendir frutos. Efectivamente, Twitter, después de negarse a certificar la veracidad de los avisos de candidatos, tuvo que anunciar el cese total de propaganda política.
Sin embargo, Facebook solo promete “limitar” la cantidad de anuncios políticos que veremos. Pero no su tono, no su contenido. Sería, dice, violar la primera enmienda de la Constitución que asegura la libertad de prensa y de opinión.
Es que Facebook precisamente vive, no de ser un bastión de verdades inobjetables, sino un marco para la expresión, donde se vuelca un contenido casi infinito y gratuito, cualquiera que sea.
Así las cosas, se pone en manifiesto la existencia de una especie de gobierno paralelo al del estado nacional. El de corporaciones que manipulan la información masiva. Lo hacen poseyendo datos sobre cada uno de sus miles de millones de usuarios. Lo hacen vendiendo esa información. Lo hacen permitiendo que se nos mienta.
No es paladín de la libre expresión aunque la necesita
Hay un error generalizado entre muchos, y es una opinión que comparten muchos, los mejores: que Facebook y otros medios sociales es un paladín de la libre expresión y de los intereses del hombre de la calle. No es cierto. No es un paladín de la libre expresión aunque la necesite.
En realidad su primera razón de existir es producir ganancias para sus propietarios, para lo cual, sí, necesita el libre flujo de ideas. Aquí, Trump y Zuckerberg no concuerdan.
De manera que peligra la naturaleza de las próximas elecciones.
Esta situación solo puede comenzar a solucionarse si se presiona a los medios sociales para cambiar su actitud, por medio del poder de los consumidores.
Pero finalmente, esos cambios solo podrán tener lugar mediante la “regulación gubernamental aplicada a lo ancho y largo de la industria” por parte del gobierno.
Palabras del mismísimo director de productos de Facebook, Rob Leathern.
La acción debe empezar ahora, a nivel nacional y estatal. Lo hace California con su nueva Ley de Privacidad del Consumidor, que se puso en efecto este 3 de enero.
No queda mucho tiempo.
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