Cuando inició la presidencia de Donald Trump, se temía un radical empeoramiento de la relación de nuestro país con México, con base en los insultos y la hostilidad de Trump contra los inmigrantes del país vecino y su gobierno.
Pero, afortunadamente, sus cuatro años pasaron sin la crisis que se temía. Sí, Trump se peleó, humilló, denigró a quien no le rindiese pleitesía. Basta con mirar algunas de las fotos más importantes de estos años: la reina Elizabeth de Inglaterra mirándolo con despecho cuando en lugar de caminar juntos, la desplaza brutalmente y la adelanta. El primer ministro Shinzu Abe, de Japón, retorciéndose de dolor ante el apretón de manos sádico. El de Francia, Emmanuel Macron, un deportista, ya precavido, devolviéndole el favor y presionando hasta que las manos de Trump se volvieron blancas y retiró su apretón. Ni qué hablar de sus rivales domésticos, a todos los cuales inventó un deminutivo despectivo: Lying Ted Cruz, Sleepy Joe (Biden) y así sucesivamente.
Si el mandatario extranjero era mujer, la falta de respeto era mayor todavía. Pregúntenle a Angela Merkel de Alemania.
Con Andrés Manuel López Obrador (AMLO), el presidente de México, no, afortunadamente. Es más, las relaciones fueron relativamente respetuosas.
Es más, en la conferencia de prensa posterior al encuentro en la Casa Blanca, Trump dijo que es un honor para él tener en «el presidente López» un verdadero amigo, «quizás en contra de todas las predicciones.
Para AMLO, considerando los ataques de Trump contra los mexicanos que viven en Estados Unidos, las relaciones fueron demasiado respetuosas.
Claro, así logró zanjar cuatro años de pesadilla Trumpiana sin sufrir ninguno de los ataques previstos.
Junto con Canadá, Estados Unidos y México volvieron a firmar un acuerdo muy similar a NAFTA que el nuevo mandatario sin embargo usó para ufanarse de un supuesto logro.
México controló los intentos de inmigración de indocumentados a EE.UU. desde Centroamérica.
Y en julio del año pasado, a pocos meses de las elecciones, el presidente mexicano realizó una controversial visita oficial a la Casa Blanca, el primer viaje oficial de su sexenio, que fue aprovechado por la propaganda electoral de Trump.
La construcción del muro fronterizo que Trump había prometido a sus seguidores que México iba a pagar no se materializó realmente, evitándose un conflicto adicional.
Pero en los dos años en que AMLO y Trump gobernaron, se asemejaron en la manera de gobernar y de comunicarse.
Muchos críticos los compararon en la polarización que generaron y su antagonismo con los medios, entre otros.
Ambos mandatarios se alabaron mutuamente.
Causó incredulidad entre quienes apoyaron por décadas a AMLO en México y ahora presenciaban una metamorfosis de la cual la relación con Trump no es sino una parte, la parte que nos interesa para el presente texto.
Pero ahora Estados Unidos tiene una nueva administración.
Es importante que las simpatías – reales o simuladas – de AMLO por Trump den lugar al reconocimiento de la nueva realidad.
Empero, el México de AMLO fue uno de los últimos países en reconocer la victoria electoral de Joe Biden. El mandatario mexicano lo explicó como una reafirmación de la total independencia mexicana, algo obvio que nunca se puso en tela de juicio.
Otro asunto que levantó críticas en la relación bilateral fue la liberación del general y exministro Salvador Cienfuegos en Estados Unidos, donde lo acusaban de vínculos con el crimen organizado, bajo intensa presión de AMLO. La Fiscalía General de México desestimó a su vez acciones penales contra Cienfuegos. El caso es complejo, entre otras cosas porque no se conocen aún los detalles.
Mas todo el episodio desató controversias, acusaciones y amenazas de acciones punitivas.
Estos incidentes reafirman que se requiere cautela y buena voluntad para eliminar los diferendos.
El momento es delicado y llama a un acercamiento diplomático, programático y firme.
Esto es cierto para ambos gobiernos. Washington debe disipar cualquier temor y dar garantías de que por encima de todo respetará siempre la soberanía mexicana. Después de todo, las inquietudes del vecino del sur son fruto de la enseñanza de muchos años de intervenciones verdaderas.
Y el presidente mexicano tiene que atenerse a la realidad: oiga señor Presidente, venció la democracia en Estados Unidos, y las aspiraciones autoritarias de Trump no prosperaron. Vuelta de página.
Un primer paso en la dirección correcta fue la conversación telefónica que mantuvieron el pasado viernes 22 de enero ambos jefes de estado, en la que se prometieron “fortalecer y estrechar la colaboración” entre los gobiernos. Se halagaron mutuamente y seguirán conversando.
Una relación cordial y positiva entre ambos países es también el profundo interés de los millones de mexicanos que esperan legalizar su estadía en EE.UU. con la reforma migratoria. Para ellos, es imprescindible.