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Una pasión que se cocina a fuego lento

"Rosi" junto a sus seres queridos y Maritza Félix en su patio, enmarcado por sus patrias: México e Israel.

ISRAEL – Confieso que nunca he sido muy fan de la cocina. Los ingredientes y las recetas son como un rompecabezas de mil piezas que nunca tengo ganas de armar. Me encanta comer, pero no encuentro el placer a la hora de cocinar. No me malinterpretes, lo hago… y dicen que no me sale mal. Me impulsa la necesidad y no la pasión; es el instinto de supervivencia por alimentar a los míos. Lo mismo le pasaba a Rosa Idi.

El privilegio de representar a México

Rosy, como le dicen de cariño, nació y creció en México, rodeada de algunos privilegios, como el tener a alguien que siempre prendía el horno y encendía la estufa para crear platos típicos que complacían a su paladar, uno que daba esos sabores y texturas por sentado. Su lugar estaba siempre en el comedor y nunca en la cocina; hasta que migró. Llegó primero a Estados Unidos en 2003 y ahí se curtió; para cuando arribó a Israel empezó a disfrutar el reto de elaborar más platillos más complicados.

Dos décadas después, Rosy prepara banquetes para cónsules y embajadores, entre sus clientes están diplomáticos, empresarios y personalidades de Israel que sienten presumir la gastronomía mexicana, probar un pedacito de cielo en la mordida de un taco, volver a casa con una tortilla recién hecha, saciar el antojo de una barbacoa jugosa o saborear el sazón casero de unos buenos frijoles de olla.

Las delicias de Rosa Idi se cuecen a fuego lento.

En su cocina no hay recetarios ni una libreta en la que tenga apuntado algún consejo de la abuela, no hay instrucciones para usar la taza de medir o para distinguir la sazón de los chiles. La hoy chef solo tiene un celular en el que navega en busca de tesoros sabrosos y descubre, a través de YouTube, esas recetas que le hacen pensar que su comida se cuece a fuego lento, así como su gusto por la cocina.

Dos banderas y un amor por la tradición familiar

Rosy está en Israel, muy lejos de la que un día fue su casa, desde 2008. Ahora tiene el corazón y los pies plantados sobre una tierra que le heredaron sus abuelos, en donde el ser judío se convierte en un estandarte de orgullo, una tradición familiar y una oportunidad para empezar de nuevo, quizás de dejarlo todo atrás. Ella no quiere volver, esta es su casa. Aquí mezcla los sabores. Aquí descubre la magia de las especies y el calor de los chiles que hierven como su sangre. No necesita más.

Este es su hogar y le da paz, incluso en medio del conflicto representa migrar, sobrevivir, resistir, asimilar, cruzar y que la crucen; florecer en otro desierto.

En su cocina se muele y se dora el maíz y se hierven los chiles; en su patio ondean dos banderas, la del presente y el futuro, y la añoranza y el pasado… la de México y la de Israel; dos tierras y dos patrias en un comedor. Son, quizá, recuerdos contra los sueños o una extraña receta de soltar para luego aferrarse. Es como si fuera la receta de la olvidar tantito y extrañar poquito, de disfrutar mucho y desear reteharto. Es el descubrir una pasión a fuego lento.

***Estas columnas, reportajes e historias fueron posible gracias al apoyo de la organización Fuente Latina.

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