El martes 3 de marzo, un minúsculo porcentaje de votantes fue a las urnas.
El, intimidó a cualquier potencial contrincante al recaudar sumas millonarias en fondos de campaña que finalmente no hubiese necesitado; con la fuerza de su retórica, con comparecencias en el Congreso, el Senado, toda Washington D.C., y allí donde más cerca pudiese estar del presidente Obama y las consabidas cámaras. No le salió muy bien que digamos: como no había temas cruciales; como no se trataba de elegir presidente, votaron solamente los de siempre, con una representación de conservadores o republicanos más alta de la que tienen en la población.
Antonio Villaraigosa obró para alejar toda oposición que le impidiese ganar facilmente la reelección como alcalde de Los Angeles, más que nada, con su despliegue de energía, actividad frenética, relaciones públicas impecables, contactos políticos perfectos, y una visión de lo que considera el futuro de Los Angeles.
Ojo, no su presente: ese es oprobioso, pesado como el aire que se cierne, gris y contaminante, encima de nuestras cabezas. Es ennervante, como esperar en los freeways mañana, tarde y noche, como si fuesen parques de estacionamiento. Es frustrante, como presenciar las filas de chicos latinos, hijos de inmigrantes, que inician la escuela secunaria y no la terminan. No su presente: su futuro.
Y si, en los años que estuvo ya al frente de este municipio, que es más pequeño de lo que los de afuera piensan porque tiene menos de 4 millones de habitantes, Antonio Villaraigosa sacudió los cimientos de una administración dormida y poco creyente en los cambios. En su balance positivo él arroja ante todo la disminución del crimen -tendencia que ya dura seis años, que comenzó durante el ejercicio de su antecesor, el somnoliento James Hahn, y que los que lo conocen lo atribuyen al trabajo de un William Bratton, jefe de la policía y ex reformador de la misma en Nueva York.
Junto a ello se atribuye como principal logro el aumento en la cantidad de policías, en unos setecientos, y que llegó, como lo anunció en una inteligente conferencia de prensa un día antes de la reelección, perdón, de la votación, a 9885: casi casi diez mil, que ha sido su meta.
Pero me gustan más los proyectos altisonantes, los que parecen sueño, de los que dudamos: un tren subterráneo que llegue al mar, a Santa Mónica, y ojalá antes, al aeropuerto internacional LAX.
Una alianza o consorcio para administrar las escuelas secundarias y medias de los barrios, aquellas donde hay más pandillerismo que educación.
El control, precisamente, del sistema educativo, a partir de la elección y el nombramiento de sus aliados en el Distrito Escolar Unificado, pese a que éste no es una institución angelina, que es independiente, y que incluye otras 30 ciudades circundantes.
El desarrollo de la energía solar para la ciudad en una escala que la pondrá a la cabeza de los esfuerzos por el medio ambiente.
Esto, la visión, el sueño, corresponden a la poco probable figura de Antonio Villaraigosa como paladín del desarrollo. Porque es el primer alcalde hispano en la Los Angeles estadounidense (hubo uno cuando esto era España y luego México); porque surgió de este barrio donde vivo, City Terrace, conoció las pandillas y luego el activismo estudiantil y finalmente trabajó por años para los sindicatos, para llegar a la Asamblea legislativa de California, convertirse en su presidente, después en concejal de la ciudad y finalmente en su edil.
Hoy comienzan los últimos cuatro años de Antonio Villaraigosa en Los Angeles. Que se podrían achicar a dos, si cumple con lo que le dicta su ambición y se postula para gobernador de California y, contra todos los pronósticos, incluyendo el mío, gana.
No vivo en Los Angeles, sino en un enclave no incorporado que pertenece al condado. No voté hoy, martes 3, por él ni por su propuesta de energía solar, ni por sus candidatos al distrito escolar. No sé si lo hubiera hecho; es baladí prever una hipótesis.
Pero saludo la segunda etapa de este alcalde, porque con todas sus contradicciones y defectos, sigue siendo uno de nosotros: los que soñamos.