Quisiera decir que es muy divertido, que nos la pasamos muy bien siendo mujeres, que disfrutamos de nuestro cuerpo, que somos libres con nuestra sexualidad, que somos independientes, que sabemos amar y odiar con gran intensidad, que nos protegemos unas a las otras, que nos interesamos por el resto del clan femenino, que sabemos admitir los talentos de las otras mujeres, que nos respetamos, que no competimos con el sexo opuesto y mucho menos entre nosotras mismas, que somos tan capaces en todo como cualquier hombre, que somos hermosas y brillantes, que somos la mar de sensibles, quisiera poder decirlo, pero ¿saben qué? Eso no es verdad, o por lo menos, yo no lo creo.
Hablar de las mujeres es un tema que me atañe de tal modo que me resulta extremadamente íntimo, o sea, me siento un poco expuesta al escribir estas líneas. Sería más fácil expresar la manera en que percibo a las mujeres en este momento si fuera artista plástica. Sería en la estación de un tren, todas estarían paradas esperando el suyo. En el andén A un grupo grande de mujeres vestirían trajes sastres, hablarían por celular y mirarían su reloj mientras lo hacen. En el andén B cientos de mujeres vestiría de blanco, con un ramo de flores y mirarían en todas direcciones. En el anden C miles de brazos cargarían bebés de plástico, muñecos que lloran y orinan y dicen mamá. Todos esos ojos mirarían hacia abajo acompañados de una melancólica sonrisa. En el andén D, no se distinguirían los rostros, solo pancartas con consignas de liberación feminista, o defendiendo delfines o niños pobres. Agregaría un andén E, en donde estarían tomando alguna píldora antidepresiva mientras esperan.
Cristina Pacheco dijo alguna vez que las mujeres eran buenas para esperar, que estaba en su naturaleza. Creo que si hay algo que todas podemos tener en común es esa sensación de que lo mejor no ha llegado, de que todavía hay algo que podría suceder aunque no se sabe bien qué es. Las ejecutivas sueñan con encontrar el amor, las casadas con ser ejecutivas, las solteras con tener hijos, las madres con ser solteras y la cuestión es que si hay algo claro en el mundo femenino, hoy más que nunca, es que el deseo no muere, que cuando se logra o se obtiene algo, ya se está pensando en lo que sigue.
Como bien dijo Freud hace casi 100 años, las mujeres aprenden rápidamente que están simbólicamente castradas y que hay que tapar esa falta por el medio de se pueda. Los antifreudianos siempre han malinterpretado este concepto, tomando la castración como algo real, cosa imposible si partimos del hecho de que a las mujeres no les falta nada real, y que el falo es simbólico y que por lo tanto la castración simbólica es tanto para hombres como para mujeres. Que ellos tengan pene, eso es otra cuestión, y que algunas mujeres quisieran ser del otro sexo, eso también es otra cosa. La condición humana es estar en falta, y eso es la castración simbólica y en este sentido, las mujeres, dado el juego de presencia y ausencia del pene (de carne y hueso), aprenden más rápido o con mayor facilidad que hay falta.
Diga lo que diga, así escriba poemas de amor o cartas misóginas antifeministas, seré injusta. Lo que yo o cualquiera pueda decir sobre las mujeres siempre se quedará corto.
Las mujeres no son una raza, no son una especie, no se pueden estudiar en su conjunto como si fueran una única y misma cosa.
La diversidad sexual y la tolerancia, tan cacareadas por todos lados, también deben admitir el hecho de que mujeres hay muchas y que de entrada no nos pondríamos de acuerdo con la respuesta a la pregunta más simple que habría que plantear: ¿qué es ser mujer?
A más de 40 años de la revolución sexual y feminista ¿cuál es el recuento? Podemos votar, trabajar casi, casi en cualquier cosa, podemos ser madres, casarnos, vivir en unión libre, divorciarnos, educarnos, ser objetos sexuales, dedicar nuestra vida a otros, hablar y hacer que se oiga nuestra voz. El problema, creo yo, está en que queremos ser todo eso al mismo tiempo. Elegir, quiere decir exactamente eso, escoger entre varias, algunas opciones dejando fuera algo.
Miles de mujeres ejercieron su derecho a trabajar, cosa que para ciertas mujeres estaba prohibido, sin embargo, ahora trabajan, son madres, limpian la casa y atienden al marido y a los hijos.
Ya no son mujeres, son supermujeres, y la cuestión es que eso tiene muy poco que ver con la libre elección, simplemente así se dan las cosas, de manera… natural.
Se podría decir, sin forzar mucho las cosas, que una joven pareja con ilusiones de vivir en una unión democrática y con igualdad de derechos y responsabilidades, pasa por el mismo caos que una pareja gay. Ninguna de las dos parejas tiene modelos a seguir, ninguna de las dos parejas puede abandonar completamente sus patrones familiares, ninguna de las dos parejas sabe queesloquesedebehacer y lavar los trastes o pagar el teléfono puede ser un problema digno de separación.
La repartición de tareas al igual que las responsabilidades financieras son un verdadero circo que va desde mujeres que no trabajan pero tampoco hacen las tareas domésticas mientras el marido las mantiene, hasta mujeres con empleos que además terminan haciendo todas las labores de casa porque de lo contrario nadie más lo haría.
Money is power: la libertad y la capacidad para mantenerse sin necesitar de nadie más son parte del paradigma de “mujer moderna”, son casi… casi condiciones indispensables para la libertad. Puede ser que la independencia económica se logre sin problemas, todo fuera como el dinero, pero ¿qué pasa con la libertad emocional, mental, de acción real? Es allí en donde el salto no se ha dado del todo, la libertad emocional implicaría que una mujer puede sobrevivir sin una pareja, y de verdad, por experiencia como parte de ésta generación, como psicoanalista y como amiga, puedo asegurar que [bctt tweet=»El gran fracaso de las ‘mujeres liberadas’ » username=»hispanicla»]el gran fracaso de las mujeres “liberadas”, ha sido en términos de amor.
Pueden tener un puesto importantísimo, ganar dinero, poder, ser más hermosas que lo previsto genéticamente, pero no pueden sentirse queridas o sostener una relación más o menos satisfactoria por mucho tiempo. Desde mi punto de vista, ese es el drama de las mujeres modernas.
La autosuficiencia que caracteriza a toda una generación la han hecho incapaces de dar y recibir, de compartir con el otro; ya nadie sabe cómo hacer eso. Esta descripción que empieza siendo exclusiva de las mujeres pasa a representar a cualquier persona que se considere a sí misma “moderna”.
Creo que la historia recordará este periodo en la vida de las mujeres como uno en donde la confusión es la definición más adecuada. Dirá algo así como “las mujeres del siglo 21 estaban completamente confundidas, no sabían si querían ser profesionales, amas de casa, madres o todo a la vez y la única manera de compensar la confusión era haciendo todo, porque el imperativo de aquellos tiempos era ser una mujer plena y satisfecha, de lo contrario nada había valido la pena; todas sentían que vivían en un programa de televisión y que había que representar el papel las 24 horas del día”.
Cuando éramos niñas mi hermana y yo jugábamos a ser Wonder Woman, y con los brazos extendidos dábamos vueltas y vueltas. La que se caía primero perdía, la otra era Wonder Woman; nunca pensé que el juego terminaría siendo una imposición social, una obligación.
Estoy muy cansada.
Ya no quiero ser Wonder Woman.