Es sábado y estamos en un pequeño teatro en la ciudad de Glendale, el Antaeus. Una cincuentena de personas asisten a una velada en honor al actor Marcelo Tubert. Lo organizó HispanicLA en reconocimiento a una “figura destacada” de la comunidad latina en Los Ángeles, un evento anual que inició en 2019. Tubert, efectivamente tiene una carrera distinguida y destacada, como dice el organizador. En la base de datos de IMDb que lleva su nombre aparecen 153 créditos profesionales. Impresionante. Ha participado en innumerables proyectos.
Néstor Fantini, coeditor del sitio, organizador del evento, guía a Tubert por los episodios de su vida. Tubert es alto y delgado, con barba estilizada, cabello blanco y negro como quienes tuvieron una vida demasiado mala o demasiado buena, como escribió Dumas. Es expresivo, abierto, cordial. Tiene el cuerpo suelto como los buenos actores, y lo utiliza todo para hacerse entender. Nació en Córdoba, la segunda ciudad más poblada de la Argentina.
A los tres años inició su trabajo como actor. Como dice en HispanicLA “En un teatro de Córdoba, Argentina, un niño que actuaba en Yerma, de Federico García Lorca, se enfermó y le pidieron a Marcelo reemplazarlo. Se animó y así, Marcelo Tubert comenzó su carrera de actor a la temprana edad de 3 años”.
A los siete llegó con sus padres a Estados Unidos. De todos los lugares, eligieron vivir en la ciudad de Pomona, California, cuyo nombre conmemora al Dios romano de las frutas y que fue un centro de cítricos antes de ser un destino para inmigrantes, mucho después. Allí vivían.
En Pomona no tenían a nadie. Nadie que hablara español.
Una rareza, que nos introduce a esta historia paralela que se contó el viernes pasado en el Teatro Antaeus.
En la actualidad, más de tres de cada cuatro residentes de Pomona son latinos. Inmigrantes. Pero en aquel entonces, no. Eran mucho menos. Como cuenta Marcelo Tubert: Estaban solos.
Y entonces, atención, Tubert se dirige a dos personas en la primera fila y dice: aquí están mi papá y mi mamá.
Ahora: Tubert es un hombre grande, de mi edad. Un profesional reconocido. Sorprende que se refiera a sus padres. Sorprende la fortaleza y energía de ellos. Es sugestiva la historia de la familia. Es palpable el enorme cariño de Tubert por ellos. El orgullo.
Y es cierto todo, porque aplaudimos y vimos los rostros también sonrientes de sus padres. El, Mauricio, tiene 94 años. Destila fuerza e impone respeto. Ella, Miriam, cumplía aquel día 89 y parecía una joven muchacha de hermosa sonrisa. Es la precursora de Marcelo, porque fue actriz de teatro y, aprendo, tuvo su propio show para niños en la radio.
Ellos son los inmigrantes que llegaron aquí, a lo que tantos llaman “este país”, porque no están seguros de reconocerse en él, porque no están seguros de que es el mismo Estados Unidos con que soñaban en su largo viaje, camino a su nueva realidad.
Llegaron, como se dice por allá, con una mano adelante y otra atrás. Es decir: tocando fondo. Sin nada. Y trabajaron. Y trabajaron, y trabajaron, y trabajaron.
Les fue bien, cuenta Marcelo Tubert a todo el mundo. El, de hecho, antes de dedicarse a la actuación trabajó en la empresa de construcción del padre. Lo presenta su esposa Lori. Y hoy vino su hija Sarah, y menciona a su hija Emily.
“Ahí decidió irse al teatro”, me cuenta el padre, Maurice, al término del evento. Después de casi 60 años en Estados Unidos, habla un castellano impecable. “Y lo dejó todo… un auto…”, agrega. Parecería que todavía le duele.
Por eso me recuerda a mi propia familia, la de mi propio abuelo llegado de inmigrante ruso en 1915 a la Argentina, que era como fue Estados Unidos para los Tubert. Que también trabajó, trabajó, trabajó para poner un pie en el nuevo país. Y que tuvo un hijo artista, actor, que cambió su nombre de Samuel Kohan a Sergio Renán y tuvo mucho “suceso”, como le llaman ahora malamente al éxito.
Él, Alejandro, tuvo una esposa, Ana, que llegó a los seis meses a “ese país” – en el que yo mismo nací – y que escribía poemas en letra de caligrafía pasados los 66 años, mi propia edad. Y que cuando quiso evitar que yo dejara el país, me ofreció, efectivamente, ¡efectivamente!, un auto.
Es que somos inmigrantes.
Y soñamos.
Por lo mismo pasaron los Tubert.
A Marcelo Tubert el sueño lo llevó a una vida entregada a su pasión. Porque igual que el padre, él siguió trabajando y trabajando duro, actor o no. “He sido un struggling actor”, lo que viene a ser aquel que lucha por su subsistencia como tal, “por décadas”, y agrega: “De hecho, sigo siéndolo”.
En el homenaje vemos ejemplos de ese trabajo. Es impecable. Ejecuta roles diversos, asume caracteres con rasgos fuertes, tipos con autoridad.
El evento de Figuras Destacadas mostró un segmento de la carrera de Tubert. Pero esta sigue desarrollándose, no acaba. Fue entonces un paráte, un momento para que nos detengamos de la otra carrera, la diaria, la de la vida que consume nuestros días, y veamos el trabajo polifacético de este artista que refleja la cultura del espectáculo estadounidense. Aparece en obras de teatro, en programas de TV, en largometrajes, en películas de dibujos animados, en cortos publicitarios, y hasta en juegos de video, al menos ocho de ellos.
Como tantos hijos de inmigrantes, Marcelo habla perfecto español, perfecto inglés. Es de aquí y es de allá. Y ante el público, casi todo angloparlante, se manifiesta esa dualidad que comparto, y en honor a ello al final se sirven, cómo no, empanadas argentinas.
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