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Con Trump no hay resguardo ni en la “Casa de Dios”

Personas rezando en una iglesia. Foto: Wikimedia Commons

¿Por qué a nosotros, diosito?, pregunta Krystal A. mientras entrelaza las manos con tanta fuerza que los nudillos se le ponen blancos. Danos fuerzas para superar esto, que yo sé que tú solo les das las batallas más grandes a tus guerreros más fuertes, susurra al tiempo que busca un rosario en su bolso, se persigna y se hinca casi hasta atrás de la iglesia. Y yo no sé si todavía tengo fuerzas.

La mujer, de unos sesenta años, empieza a llorar quedito antes de que empiece la misa de la 1:00 de la tarde. Trata de disimular. Se acomoda la melena y se sienta sin llamar la atención. Recorre las bancas con la mirada y reconoce a las mismas familias que todos los domingos se dan cita en el sur de Phoenix para escuchar al padre Óscar en su sermón. A veces les toca jalón de orejas, y otras, palabras de aliento. Este domingo, después de una semana difícil, Krystal solo busca consuelo.

Trabaja como mucama en un hotel tres días y el resto limpia casas con otra señora. El negocio había mejorado bastante en los últimos dos años: viajó un poco y ahorró otro tanto. Pero el 2025 la tiene nerviosa, muy muy muy nerviosa.

Desde que Trump volvió a la Casa Blanca se le han “caído” cuatro clientes frecuentes; tampoco ayuda que le da pavor manejar y que la detenga la policía. Tiene más de 23 años en este país y no ha podido arreglar papeles. Sus hijos, ya ciudadanos todos, no han podido ayudarle con su caso migratorio por una deportación que le pesa en el expediente. Han buscado abogados y nadie le da esperanzas. Si se quiere quedar en el país y ver crecer a sus nietos, tendrá que hacerlo -explica- como lo ha hecho hasta ahora: calladita, debajo del radar… en las sombras.

No es la única. Con disimulo señala a un hombre joven que, asegura, tiene un hijo “al que lo agarró” ICE el año pasado; dos bancas adelante está otra señora indocumentada; más enfrentito se sentó su comadre que tampoco tiene papeles… y así va pasando lista a los que ella considera que tienen el blanco pegado en la espalda durante las tan anunciadas redadas. No ha pasado nada, piensa, pero ya no tardan. Ya no se siente ni siquiera en la Casa de Dios.

Con los cambios en las políticas migratorias de la administración actual, las iglesias dejaron de ser santuarios para las personas en situación irregular. Ahora, un agente puede irrumpir y arrestar, si tiene una orden para hacerlo. Las escuelas y los hospitales tampoco son refugio. Ahora, cualquier parte puede ser el escenario de una redada u operativo.

Por eso dos docenas de organizaciones religiosas presentaron una demanda en contra del gobierno federal. Alegan que, en tiempos difíciles como estos donde la retórica antinmigrante se impone, deben existir sitios de paz y que los mandatos presidenciales vulneran la libertad religiosa protegida por la primera enmienda de la Constitución.

Para Krystal, las autoridades migratorias podrían violar sus derechos, pero nunca podrán acabar con su fe. Por eso sigue yendo a misa cada domingo, aunque lo hace en diferentes templos en el Valle, para evitar que “la justicia injusta”, como ella la llama, la encuentre así, en su momento más vulnerable.

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