El Día de Muertos lo celebré en casa de mi hermana Esther, que hizo dulces de calabaza y de camote. Pusimos una ofrenda a nuestros dos difuntitos, mi abuela que falleció en 2002 y mi padre en 2006.
En la mesa con papel cortado color negro sobre fondo naranja, se dejó entrever la figura del esqueleto de un panadero viajando en bicicleta, entregando pan y con el canasto sobre la cabeza. Además, flores de cempasúchil color amarillo -anaranjado, velas, calaveritas de dulce con sus nombres, comida que a ellos les gustaba, café de olla, tamales, pan dulce, calabaza y camote, taquitos de queso, cigarros delicados sin filtro…
Celebramos el Día de Muertos los días primero a los muertos niños y segundo de noviembre a los adultos. Algunas familias siguen más la tradición y les hacen un caminito de pétalos de flores de cempasúchil desde la puerta de la casa y hasta la ofrenda, para guiar a sus muertitos hasta donde está la comida.
Para llevar a la escuela de mi sobrino y ponerlo en el altar de muertos de su escuela, continuando una tradición iniciada a principios de siglo, hicimos un verso en rima sobre su maestro Lorenzo, que llamamos “Calaverita” y que habla en tono cómico de la vida de la persona, sus hechos y costumbres cotidianas.
Al maestro Lorenzo
Estaba el maestro Lorenzo en su cama
Cuando oyó que le tocaban la ventana
Entro jalándole las patas una bella dama
Era la huesuda vestida con sotana
¡Ay! No me lleves!, ¡no me lleves! gritó Lorenzo
Y a cambio te doy mi pijama.
Ahora todo estó ya mezclado, Día de Muertos con Halloween. Todo es diferente en las calles a lo que existía años atrás, cuando emigré a Estados Unidos.
Los niños se disfrazaron ayer en la noche y la calle estuvo atestada de trajes de momias, brujas, hombre lobos, monstruos y Michael Jacksons. Sin embargo dentro de las casas lo tradicional todavía prevalece. Mi familia estuvo unida, comimos más de 30 personas reunidas y el doble de niños y con la visita intermitente pero constante de pequeños vecinos de la colonia. Estos niños, no saldrán a pedir dulces el día 31 de Noviembre, Día de las Brujas, sino que cumplieron con lo tradicional, aunque de una manera diferente, actualizada.
Cuando yo era niña, hacíamos con cartón una cajita con ojos y boca recortados a manera de calavera y le poníamos adentro una veladora ahí por un orificio que le dejábamos abierto en la parte superior, donde nos daban dinero, un peso, dos, cinco pesos, dependiendo de la voluntad de la persona. Nos pasábamos la tarde en la calle , mis hermanitos y amiguitos de nuestro vecindario caminando o entre los coches repitiendo la frase: “¿No me da para mi calaverita?”
Como siempre: cambia para que todo quede igual.