El partido de fútbol clasificatorio para el mundial de Sudáfrica entre Honduras y Costa Rica no fue un partido normal. Algunos ironizaron con la relación entre los cuatro goles a cero con que finalmente venció Honduras, y la cuarta urna de una forma directa, y aunque no escuché a nadie relacionando el pacto de San José y Costa Rica con el partido y su resultado, lo cierto es que este partido fue una catarsis para el país entero (sólo se bromeó con que los ticos habían traído agua de su país para no contagiarse de influenza y que el pobre Arias había tenido poca suerte al contagiarse en su casa).
Siempre los partidos de la selección son especiales. Este es un país que vive para el futbol y su bandera por ello de que el nacionalismo es tan importante. Hubo amenazas en el sentido que los movimientos financiados para apoyar a Mel Zelaya iban a boicotear el partido, pero no pasó nada en ese sentido. La principal amenaza que se vivió durante el encuentro era un árbitro mexicano al que apodaron “chiquidrácula” que fue muy criticado por anular un gol a Honduras, y no pitar un penal unos minutos después. El país entero gritó angustiado como si la comunidad internacional estuviera detrás de esa “grosera injusticia”, y no es exagerado decir que si Honduras hubiera perdido por errores arbitrales posiblemente la violencia hubiera estallado en San Pedro.
A los hondureños se les iba el corazón en el partido, y cuando los goles empezaron a caer uno tras otro, los dos últimos al final del juego, el país entero suspiró con la primera buena noticia que recibían desde hacía mucho tiempo. Conozco este país, he vivido muchos partidos de la selección al lado de mi esposa y su familia y he “sufrido” la pasión por los colores y las playeras nacionales, pero nunca había visto con tanta intensidad como el alma de un país corría a la par de doce jugadores que luchaban en el campo para ganar un juego.
Empiezan a cumplirse los pronósticos y ya se dan actos violentos esporádicos que posiblemente vayan incrementando su intensidad en las próximas semanas. El día que estaba previsto que viniera la comisión de embajadores de la OEA, tuvieron lugar las manifestaciones de Tegucigalpa y San Pedro Sula que lograron reunir un número importante de “melistas” venidos del todo el país (es difícil que vuelvan a organizarse grandes manifestaciones en un plazo corto de tiempo). A pesar de que se concentró un número importante de personas, éstos se desplazaron en un número mucho menor que el día en el que Zelaya quería aterrizar en Tegucigalpa –en el que se movilizó prácticamente todo el apoyo social que Mel Zelaya tenía en ese momento-.
Se anticipaba violencia y ya mucha gente no acudió a la marcha y se quedó en casa; finalmente se quemó un autobús, y un restaurante de comida rápida. Ello unido a los golpes que recibió el vicepresidente del congreso, los cinco cócteles molotov que se lanzaron ayer contra el diario “El Heraldo”, y las amenazas de muerte contra periodistas y políticos importantes son las primeras manifestaciones de violencia política organizada que se están empezando a producir (en Honduras es muy barato mandar a matar a alguien). Después del episodio de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras la policía volvió a dejar más libertad a los manifestantes; sin embargo más tarde visitaron la Universidad Pedagógica, donde dormían los manifestantes y requisaron un número indeterminado de explosivos, deteniendo a unas 90 personas relacionadas con los hechos.
Sigue señalándose que los que ejercen la “violencia” están recibiendo dólares del extranjero, y que a muchos manifestantes pobres, traídos desde zonas remotas les pagaron para que se transportaran y aguantaran en Tegucigalpa unos días. Si eso es así, a no ser que el dinero sea mucho, lo que se seguiría denunciando –sobre todo en un país tan pequeño-, esas manifestaciones irán perdiendo fuerza. En ese sentido muchos maestros se están sintiendo presionados por sus “colegios” –sindicatos-, que les obligan para que no regresen a dar clases. Muchos ya no están participando en las manifestaciones, pero tienen miedo de regresar a dar clases por la mirada de sus compañeros y ser tildados de “golpistas”, sin embargo cada vez están más preocupados por el enojo de los padres y por perder el salario correspondiente a los días no trabajados.
En relación a la comunidad internacional siguen cayendo condenas de los países por donde pasa Zelaya, que ha estado muy activo últimamente, señalándose que las elecciones de noviembre no serán reconocidas (a pesar de que el Tribunal Electoral sea un poder independiente). Por otra parte el embajador de Estados Unidos se retira de vacaciones y Micheletti comenta a los medios de comunicación que mejor no se apure en regresar y como Argentina y Chile, igual que Venezuela, expulsan a los embajadores de Honduras, el gobierno hondureño señala que estudiará hacer lo mismo con las delegaciones de los respectivos países en territorio nacional.
Mientras tanto la comisión negociadora de Micheletti se reúne con Insulza en Washington para preparar la llegada de la comisión de embajadores a Honduras, y regresa satisfecha del trato recibido por el secretario general de la OEA, y la ministra de finanzas de Honduras es invitada a Londres a una reunión del BID, con lo que por primera vez una autoridad del gobierno de “facto” es aceptada por la comunidad internacional.
En relación a la campaña electoral, a pesar de que oficialmente no haya iniciado los principales partidos ya se ven inmersos. El Partido Nacional habla de la necesidad de diálogo y de reconstruir el consenso y se aprovecha sin complejos de la debilidad del Partido Liberal. El candidato de los liberales mientras tanto trata de unificar bajo su persona las huestes de su partido, que se han visto fuertemente divididas después de la salida de Zelaya.
Una de las consecuencias de este sistema político patrimonialista es que la mayoría de los trabajadores públicos dependen del “presidente” y de las personas que trabajan directamente para él; éstos trabajadores públicos siguen con Mel porque temen por su puesto de trabajo y su futuro. Los sindicatos de maestros y del sector médico que tienen un trabajo más estable tradicionalmente estaban integrados por militantes liberales, y ahora tendrán un gran dilema en las próximas elecciones que internamente poco gente cuestiona.
Los candidatos de la izquierda no quieren renunciar a las elecciones y se preparan para la misma. Los diputados de la UD trataran de capitalizar el voto “melista” arañando simpatizantes tradicionalmente liberales, mientras que a nivel presidencial se está discutiendo la retirada del candidato de la UD, para concentrar todo el voto en el candidato independiente Carlos H. Reyes que tiene más apoyo popular (con ese movimiento los sectores de izquierda estarían apostando a que tienen posibilidades reales de ganar unas elecciones presidenciales por la gran cantidad de gente que se siente “golpeada”).
Sería una barbaridad que la comunidad internacional tratase de impedir una salida electoral a esta crisis. Por el contrario debería llegar a Honduras un ejército de observadores internacionales que cuidase la limpieza de las mismas, y se pudiera medir de una forma objetiva la correlación de fuerzas de unos y otros tras las elecciones. Cualquier otra posición se entendería como que la comunidad internacional está preocupada por muchas cosas, pero que realmente no está interesada en que Honduras tenga la posibilidad de vivir en un modelo lo más democrático posible.
Los hondureños se quejan de que las misiones internacionales que llegan a Honduras lo hacen prejuiciadas y con un desconocimiento absoluto de la realidad del país. Existe preocupación por las conclusiones de la Comisión de Derechos Humanos que llega esta semana al país. Las condiciones de habitabilidad de las prisiones en Honduras por ejemplo son inhumanas desde hace muchos años y es necesario que se establezcan políticas que permitan que ello no siga siendo así; la corrupción policial y de funcionarios públicos como los agentes de aduanas, entre otros, es conocida y sufrida desde hace muchos años.
El autoritarismo del sistema transciende gobiernos. ¿Esta comisión tendrá la delicadeza de medir el sistema político hondureño en su conjunto, o “evaluará” al país como si desde el 28 de junio el sistema político hubiera sufrido un cambio de 180 grados en su accionar? Son esos los aspectos que con razón preocupan al gobierno de Micheletti y son esas deficiencias que alejan de la democracia a un país autoritario las que deben negociarse para que en el futuro vayan corrigiéndose.