Los acontecimientos se precipitan. No es solo un recuerdo remoto que tengo de mi maestro Juan Carlos López Pucchio y de los geniales Les Luthiers. Es la realidad política que estamos viviendo aquí, en Estados Unidos, en medio de la pandemia, la crisis económica y el levantamiento popular.
En picada
Y otro lugar común: el que cuando parece que no puede ser peor, viene este golpe. O esta declaración. O esta orden ejecutiva. Ya no lo digamos más.
Se acercan las elecciones presidenciales. Todas las encuestan muestran una marcada ventaja de Joe Biden sobre el presidente Donald Trump. Parecería que finalmente cunde el desencanto de esta figura polarizante, mentirosa, extremista, grotesca, histórica.
El predio en Tulsa, Oklahoma donde iba a hacer su retorno triunfal a la campaña electoral estuvo medio vacío. Pocos días después, solo recordamos sus muecas de payaso al beber de una botellita de agua y que había instruido a «su gente» que se dejen de suministrar exámenes del coronavirus porque suben los números. Así, sin verguenza.
“Sus” generales lo han criticado por tratar de arrastrarlos al conflicto político nacional inmiscuyendo las Fuerzas Armadas en la represión de protestas.
Catalizadores de la caída
Parecería también que finalmente comienza a bajar la casi inexplicable popularidad de Trump. Incluso entre sus adictos, sus fanáticos. Quizás. Si así se confirma, contribuyeron a ello, primero, Trump mismo, y también lo dicho: el coronavirus, la depresión económica, las protestas contra el racismo institucional.
Pero estas señales de debilidad, pérdida de popularidad, despertar quizás de los que durmieron por casi cuatro años, son a su vez catalizadores que aceleran vertiginosamente el peligro a la democracia en Estados Unidos.
Un peligro que es claro y presente.
El peligro es que Trump cause en los próximos cinco meses tanto daño al tejido institucional estadounidense que le sea posible permanecer en el poder y desarmar a la oposición. Algo que nunca ha sucedido aquí, pero que quienes venimos de América Latina conocemos.
Para ello, está eliminando de sus puestos a quienes son capaces de cuestionarlo, con la ayuda de acólitos, especialmente su secretario de Justicia William Barr y el líder de la mayoría republicana en el Senado Mitch McConnell.
Hacia el autoritarismo
Las señales de la caída hacia el autoritarismo son más que claras, frecuentes y numerosas.
No dejan lugar a dudas respecto a adónde va el Presidente.
Hace unos días, un viernes a la noche cuando no se esperaban noticias importantes, despidió a Geoffrey Berman, fiscal federal del distrito sur de Nueva York, en claro castigo por investigar las finanzas de Trump, a su aliado Rudy Giuliani y otros de sus funcionarios cercanos. El despido tuvo facetas grotescas. Que Barr dijo que Berman renunció. Que Berman dijo que no. Que el reemplazo anunciado de Berman dijo que le habían mentido diciendo que sí.
Pero en ningún caso hay una explicación racional del despido, más razón que el lacayo Barr quiera servir a su amo y rebanar de cercén las investigaciones en su contra.
En abril y mayo Trump hizo lo mismo a los cinco inspectores generales de otras tantas oficinas gubernamentales cruciales: de Inteligencia, Defensa, Salud y Servicios Humanos, Transporte y Departamento de Estado. Así, eliminó de un plumazo y sin protestas la supervisión legal de sus actividades.
‘Intentará robar las elecciones’
Todo ello y más parece un prolegómeno a las elecciones presidenciales del 3 de noviembre.
El candidato presidencial demócrata Joe Biden ha advertido que Trump intentará “robar” las elecciones. Trump también «advierte», pero desde el poder lo hace para justificar el robo que prepara.
La maquinaria que permitirá la permanencia de Trump en el poder ya está montada y está funcionando.
Así, como se explica en el Washington Post, Trump desacredita a diario al sistema electoral clamando que está infiltrado, o corrupto, por “enemigos de la gente”, para justificar sus propias medidas represivas sucesivas. Simultáneamente se abstiene de fortalecerlo, de hacerlo inmune a la penetración, invitando el hackeo por extranjeros o sus simpatizantes.
Además, los republicanos -como han hecho por 150 años- están enfrascados en una cruzada de supresión del voto de afroamericanos, de los pobres y de los latinos, desalentando o impidiendo que estos grupos participen en las elecciones. Acumulan exigencias de documentación necesaria así es más difícil registrarse para votar. Eliminan centros de votación, precisamente en barrios que tradicionalmente votan demócrata. El que quiera votar, que viaje y ahí vemos.
Distorsión de la realidad
Y luego la diseminación sistemática de mentiras y distorsión de la realidad, junto con la demonización de la prensa libre, desarma un medio crucial para informar la verdad, controlar los excesos del gobierno. Quien firma teme que esto tenga consecuencias trágicas.
Todo ello, y más, pueden presagiar un escenario de pesadilla entre hoy y las elecciones, sumir al país en caos y negar la voluntad del pueblo que en su mayoría rechaza a Trump.
Es crucial para nuestra comunidad, para el país y el mundo entero que Donald Trump no sea reelecto. El proceso de descenso del país hacia la autocracia ya está en camino. Aún hay tiempo -no mucho- para prevenirlo.
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