Trump y Harris deben sopesar los peligros de la influencia iraní

La República Islámica libra una guerra activa contra Estados Unidos, no solo en el Medio Oriente y en el resto del mundo, sino también en suelo estadounidense.

He aquí un tema crucial en la contienda presidencial: ¿cómo tratarán los candidatos el peligro cada vez mayor que representa la República Islámica de Irán?

No es ninguna novedad que el régimen iraní es una amenaza global para el pueblo judío. Ha sido así durante décadas. Pero sí lo es el hecho de que Teherán esté ampliando enormemente su campaña contra Estados Unidos mientras se apresura a construir un arma nuclear.

Durante más de 40 años, el régimen iraní ha sido el mayor patrocinador estatal del antisemitismo en el mundo. Eso era parte fundamental de la visión de mundo de Jomeini. Su tóxico antisionismo era ya evidente en sus escritos mucho antes de la Revolución Islámica de 1979.

Durante décadas, Teherán ha cultivado en todo el Medio Oriente una red de agentes del terror con una ideología compartida de fanatismo antijudío. Se basa en unos pocos pilares fundamentales: deshumanizar a los israelíes, racionalizar el antisemitismo y trabajar activamente para destruir el Estado judío. 

El resultado es un sangriento rastro de actos mortales y complots frustrados contra los intereses israelíes y lugares judíos de todo el mundo. La lista es larga: Argentina, Bulgaria, Colombia, Chipre, India, Kenia, Suecia, Tailandia, Turquía y más. Ahora también podemos añadir a Francia y Alemania a esta lista.

Y, por supuesto, el régimen iraní ayudó directamente a Hamás durante años y contribuyó directamente a la espantosa brutalidad, el secuestro masivo y la violencia genocida del 7 de octubre. Entre las víctimas hubo más de 100 estadounidenses. Otros permanecen en cautividad.

Mientras tanto, Teherán ha ampliado sus ambiciones. Busca cada vez más socavar, no solamente la legitimidad moral y la soberanía territorial de Israel, sino también la cohesión social y el tejido político de Estados Unidos. En otras palabras, el régimen iraní está librando activamente una guerra contra Estados Unidos.

Atacar a estadounidenses y a su soberanía no es novedoso para la República Islámica. Hay innumerables ejemplos: la crisis de los rehenes de 1979, el atentado de las Torres Khobar en 1996, numerosos arrestos de ciudadanos estadounidenses en Irán por cargos falsos, el entrenamiento de milicias extranjeras para atacar a soldados estadounidenses, etc. Volvió a suceder a principios de este año, cuando milicias respaldadas por Irán atacaron a tropas estadounidenses en Irak, Siria y Jordania. Lo que es nuevo es llevar a cabo grandes operaciones en suelo estadounidense.

A principios de este año, la ADL vio indicios de la influencia del régimen iraní en el movimiento antisraelí y pro-Hamas en los campus universitarios. Algunos se burlaron cuando les advertimos de ello. Sin embargo, este verano, la Oficina del Director de Inteligencia Nacional confirmó que Teherán está “tratando de alentar las protestas e incluso proporcionando apoyo financiero a los manifestantes”.

Durante mucho tiempo, la República Islámica ha contratado sicarios para hacer su trabajo sucio en el extranjero. Han atacado a quienes consideran sus oponentes en todo el mundo. Esto incluye a críticos del régimen aquí en Estados Unidos —como el embajador John Bolton— y disidentes iraníes como Masih Alinejad.

Ahora el régimen tiene como objetivo a los candidatos presidenciales estadounidenses, las mismas personas por las que votamos para que dirijan nuestro país. En agosto, Asif Merchant, ciudadano paquistaní vinculado a Irán, fue acusado en relación con un complot frustrado para asesinar a un político o a funcionarios del gobierno estadounidense.

Y podría decirse que la situación empeora. En días recientes, la Oficina del Director de Inteligencia Nacional, la Oficina Federal de Investigación y la Agencia de Ciberseguridad y Seguridad de Infraestructuras publicaron una excepcional declaración conjunta en la que exponen la forma en que Teherán intenta “avivar la discordia y socavar la confianza en nuestras instituciones democráticas”.

Pero hay aún más. Google descubrió recientemente que piratas informáticos iraníes intentaron penetrar en las campañas del ex presidente Donald Trump y del presidente Joe Biden. Axios informó que “Irán, no Rusia, está demostrando ser la mayor amenaza de Estado-nación para las elecciones presidenciales de Estados Unidos”.

En resumen, la República Islámica de Irán está militando agresivamente contra Estados Unidos: tratando de asesinar a nuestros líderes políticos; interfiriendo activamente en nuestros asuntos internos; manipulando nuestro sistema político; intentando asesinar a nuestros soldados.

Pero no deberíamos sorprendernos. Se trata de un régimen despiadado que asesina a sus propios ciudadanos y defiende la idea del genocidio contra el Estado judío. Por todos estos motivos, es hora de un nuevo enfoque respecto al régimen iraní… antes de que sea demasiado tarde.

Estados Unidos ha intentado negociar, acercarse y hacer propuestas. Teherán ha respondido con beligerancia, amenazas y violencia. Mientras tanto, ha acelerado su avance hacia las armas nucleares.

Todas las partes deben reconocer la realidad: la República Islámica ha rechazado los llamados a la distensión y la paz. En lugar de ello, el régimen y su denominado Eje de Resistencia constituyen una amenaza directa para Estados Unidos, nuestros aliados y nuestros intereses.

Hace tiempo que debería haberse iniciado un debate razonado, no partidista y basado en hechos sobre cómo hacer frente y frenar a este Estado canalla antes de que obtenga armas nucleares y siga expandiendo su militarismo.

A pesar de lo que algunos puedan afirmar, esto no es alarmismo vacío. No es belicismo. Es afirmar lo obvio.

Detener a Teherán y a sus aliados terroristas debe ser un tema la contienda presidencial. Es necesario presionar a los candidatos para que presenten planes concretos. Necesitamos políticas honestas basadas en la realidad.

Pero no se trata solo de los aspirantes al Despacho Oval. El Congreso necesita una política bipartidista y de consenso, y la necesita ya. El régimen iraní debe ocupar un lugar prioritario en la agenda de los think tanks, los académicos y los expertos en seguridad nacional, al igual que de otras personas que se preocupan por nuestro país. Los académicos y especialistas en seguridad nacional deben esbozar planes.

Ya es hora. No será fácil. Pero la conversación debe comenzar.

Jonathan A. Greenblatt es CEO y Director Nacional de la Liga Antidifamación (@ADL_es).

 

Autor

  • Jonathan Greenblatt

    Jonathan Greenblatt es el CEO de ADL (Anti-Defamation League) y su sexto Director Nacional. Como director ejecutivo de ADL, desde 2015, Jonathan dirige todos los aspectos de la principal organización anti-odio del mundo. Greenblatt ha modernizado ADL mientras lo reenfoca en la misión que ha tenido desde su fundación en 1913: luchar contra la difamación del pueblo judío y garantizar justicia y trato justo para todos.

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