La iglesia anglicana, confesión cristiana establecida en Inglaterra en el siglo dieciséis, se plantea revisar la forma de referirse a Dios por medio de pronombres. Se quiere prescindir de “Él” o “Ella” (en inglés) para evitar asociarlo con algo humano; y en particular, masculino. Los reporteros de la noticia en español dudan entre decantarse por un “Ello”, o recurrir a un pronombre de diseño: “Elle”. No se piense que es sencillo quitarle la barba al Señor
No podemos olvidar que nos educaron con aquello de estar hechos a Su imagen y semejanza. Podemos ver que el cambio ayudaría a quitarnos de encima la complicación de interpretar por qué unos humanos tienen barba y otros –otras– no. Así dejaríamos de plantearnos el misterio de que unos no den a luz y otros –otras– sí.
La propuesta para el inglés desde la óptica del español
Para comenzar, sabemos que la lengua anglosajona tiene en su gramática un pronombre asexuado “It”. Hay otros que incluso proponen un histórico singular “They” (Christy Thornton). En español, a nuestro pesar, la búsqueda de formas asexuadas equivalentes da resultado negativo.
Nuestra lengua carece de “pronombres para no humanos”. Si decimos “ella es bonita”, “ella” no puede ser una “casa”. Si alguien piensa en “Ello” como solución, que lo olvide: no se aplica a Nombres, y “Elle” sería, si lo inventamos, para personas no binarias, pero siempre humanas.
Se podría alegar en apoyo de la innovación propuesta por la iglesia anglicana que, por carecer Dios de biología humana, sería inadecuado asignársela. Su humanización, además, tendría el efecto desconcertante de que pudiera existir un Dios “trans”, uno LGTBI, y así sucesivamente. ¿Podrían llamar las feministas “Ella” a Dios? ¿Cómo negárselo?
El habla de nuestra mente
Ante tales dificultades, lo más aconsejable es intentar resolver el problema sin inventar nuevos pronombres. Bastaría con demostrar que el actual “Él” divino –el de uso general– y el “él” masculino y humano conviven sin interferirse mutuamente. Porque a veces las apariencias engañan, pensemos en el artículo “el” de “el agua”. Aunque coincide con el “el” de “el libro” nadie va a afirmar que es de género masculino, porque no decimos “el agua claro”, sino “clara”.
La situación es extensible a “arcángeles”, “ángeles” y otras criaturas celestiales, todas asexuadas. ¿De qué género serían entonces Gabriel, Miguel, Uriel, etc.? Un diccionario etimológico nos lo aclara: En hebreo el segmento “-El” de estos nombres (Gabri-El, Migu-El, etc.) significa… “Dios”. Lo encontramos hasta en “Isra-El”. Nuestra mente es la que los ha hecho engañosamente masculinos.
La feliz coincidencia del español “Él” con el nombre bíblico “El” para “Dios” nos motiva a perseverar con el uso actual. Aprendamos a no confundir lengua con mente.