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El odio contra los inmigrantes se debe a su piel morena

Joven migrante peruano toma un descanso en los rieles del tren tras esperar varias horas para entregarse a migración, en Yuma, AZ, el 27 de diciembre de 2022. FOTO: Francisco Lozano

En los últimos años y especialmente desde que el odio al prójimo recibió legitimación por parte de Donald Trump, ese es el sentimiento característico esgrimido contra los inmigrantes indocumentados. Su otro nombre es xenofobia. 

Xenofobia reconocida y aceptada

Su manifestación más conocida es la sarta de insultos que contra los inmigrantes emitió Donald Trump al lanzar su primera candidatura presidencial en 2015: 

“Los mexicanos”, dijo como se sabe, “están enviando gente que tiene muchos problemas, están enviando sus problemas… Están enviando drogas, enviando crimen, son violadores, y asumo que algunos son buenas personas”.

La xenofobia encuentra su expresión en la discriminación laboral, familiar, de vivienda y de derechos civiles contra los inmigrantes. Algunas de sus formas son conocidas; otras no tanto. Un estudio reciente de la Universidad de Chicago arroja que el 22% de los migrantes están empleados en hogares privados donde los empleados, principalmente mujeres, están sujetos a turnos de 12 horas sin descansos y sin pago de horas extra, además de otras formas de abuso.

Un tipo similar de discriminación es aceptada en la negación de cuidados médicos a indocumentados. Y cuando son atacados, los migrantes temen levantar una denuncia ante la policía por temor a ser fichados y luego deportados. 

Pero no siempre fue así. 

La inmigración blanca

No es que los inmigrantes no fueran discriminados en el pasado. Por muchos años, los inmigrantes italianos, irlandeses, polacos, judíos, ni siquiera eran considerados “blancos” por la población veterana. Pasaron años hasta que fueron aceptados. Pero más que odiados y perseguidos, eran despreciados y hechos a un lado. 

Durante la mayor parte de la independencia del país no hubo policía fronteriza. La controversia no fue tan determinante. El tema no dividió al país como ahora. Había más división entre católicos y protestantes.

El racismo contra los inmigrantes comenzó cuando comenzaron a ser morenos. Y el odio hacia ellos ha sido incitado por razones políticas y económicas. 

¿Cuál fue la diferencia? Sí, el color de la piel.  Los nuevos inmigrantes, que comenzaron a ser mayhoría hace unos 60 años, son oscuros. Es la maldición que ha caido sobre este país, donde el color de la piel fue usado para definir, señalar y perseguir a los esclavos africanos. 

Ese odio como expresión del racismo estructural es lo que permitió que personas que se consideran misericordiosas o espirituales, hombres de familia, buena gente, dieran en 2018 la orden de separar a las familias de solicitantes de asilo en la frontera, arrancarle a sus hijos y hacerlos desaparecer en la vorágine de la burocracia y la indiferencia. Y los que lo justificaron. 

Correctamente se pregunta Charles Kawasaki, investigador del instituto Brookings y autor de “Reforma migratoria: el cadáver que no muere”: “Cuando vemos imágenes de familias y niños no acompañados que intentan huir de la violencia en sus países de origen para tener una vida mejor aquí, uno no puede evitar preguntarse si no fueran de América Latina sino inmigrantes blancos de Europa, ¿recibirían un trato diferente?”

Me temo que la respuesta es positiva. 

El racismo estructural

Porque eso es, precisamente, el racismo estructural: “Un sistema que trata a los inmigrantes de manera diferente únicamente a su raza”. O en otra definición, del Instituto Aspen: “Un sistema en el que las políticas públicas, las prácticas institucionales, las representaciones culturales y otras normas funcionan de diversas maneras, a menudo reforzando, para perpetuar la inequidad de los grupos raciales”.

En la práctica, su expresión es que el castigo que reciben los indocumentados latinos es más severo que el de los indocumentados blancos, por la misma ofensa de ingresar ilegalmente al país. 

En los años 30 y 40 del siglo XX, prácticamente no había infraestructura de aplicación de la ley de inmigración. La casi totalidad de los indocumentados eran indultados. Hasta 1976 casi nunca se deportaba a los padres indocumentados de ciudadanos estadounidenses. 

Y detalla Kamasaki: “No hubo restricciones para los inmigrantes en los beneficios públicos hasta la década de 1970, y no fue hasta 1986 que se volvió ilegal contratar a un inmigrante indocumentado”.

Los cambios anti inmigrantes

No es que los latinos fueron los únicos discriminados o perseguidos. Los chinos fueron expulsados a comienzos del siglo XX ni bien terminaron de construir las vías del ferrocarril. Decenas de miles de familias de ciudadanos estadounidesnes de origen japonés fueron encerradas en campos de internación durante la Segunda Guerra Mundial, pero no las familias de oriundos de Alemania. Los africanos fueron esclavizados y torturados. Y los nativo americanos fueron arrancados de sus tierras y exterminados. 

Así fue como en los años 60, el Congreso dio fin al plan Bracero que había permitido a más de 600,000 obreros mexicanos trabajar en nuestro país legalmente en la agricultura y redujeron la cuota migratoria del país vecino a la mitad. 

Al mismo tiempo se desarrolló una red de organizaciones militarizadas con centenares de miles de agentes armados a lo largo de la frontera sur, que hizo más difícil la inmigración indocumentada, a pesar de la existencia de una frontera porosa de 1,951 millas de largo. 

Más aún, mucho menos recursos se dedican a deportar a aquellos que entran legalmente por nuestros aeropuertos – en lugar de ser aprehendidos en la frontera –  y que son casi la mitad del total, pero se quedan después de haber vencido sus visas de turistas, y que son mayormente blancos. De hecho, el 90% de los deportados son latinos. 

Como los empleadores tienen prohibido contratar a indocumentados, estos trabajan en empleos marginales, donde el pago es bajo y no existen los beneficios públicos, aunque paguen impuestos.  

La ley migratoria de 1965

Entre 1920 y 1965 la ley de Inmigración establecía cuotas que beneficiaban a inmigrantes de cierta raza y cierta etnia: los blancos oriundos de Europa, y minimizaba la entrada de las etnias consideradas poco deseables. 

La ley migratoria de 1965 introdujo un fuerte cambio en ese sentido, reemplazando ese criterio por el de reunificación familiar (⅔ de los casos) -que se legisló con la esperanza de que multiplique la población de origen europeo –  y empleos o capacidades que el país necesitaba (⅓); este último criterio fue reforzado en la legislación de 1990. 

Al bajar el interés en países europeos de la postguerra por la inmigración a Estados Unidos tomaron su lugar los inmigrantes de América Latina y Asia, con el resultado que vemos hoy de aumento en la proporción de nacidos en el extranjero y de pertenecientes a los grupos de color en la población estadounidense. 

Los más de 65 millones de inmigrantes que ingresaron al país desde entonces “han rejuvenecido al país, le han infundido diversidad y talento, y han generado prosperidad y crecimiento económico”.

Para los racistas y los xenófobos, en cambio, el resultado ha sido negativo y la alarmante – para ellos – alternativa de que los blancos se conviertan en la mayor minoría del país y no mayoría en un par de décadas es ahora una posibilidad palpable. Su lucha para detener la historia podría ser un combate de retaguardia, pero el daño que hacen a la estructura democrática de Estados Unidos será duradero y costoso. 


Este artículo fue apoyado en su totalidad, o en parte, por fondos proporcionados por el Estado de California, administrados por la Biblioteca del Estado de California y el Latino Media Collaborative.

Autor

  • Fundador y co-editor de HispanicLA. Editor en jefe del diario La Opinión en Los Ángeles hasta enero de 2021 y su actual Editor Emérito. Nació en Buenos Aires, Argentina, vivió en Israel y reside en Los Ángeles, California. Es periodista, bloguero, poeta, novelista y cuentista. Fue director editorial de Huffington Post Voces entre 2011 y 2014 y editor de noticias, también para La Opinión. Anteriormente, corresponsal de radio. -- Founder and co-editor of HispanicLA. Editor-in-chief of the newspaper La Opinión in Los Angeles until January 2021 and Editor Emeritus since then. Born in Buenos Aires, Argentina, lived in Israel and resides in Los Angeles, California. Journalist, blogger, poet, novelist and short story writer. He was editorial director of Huffington Post Voces between 2011 and 2014 and news editor, also for La Opinión. Previously, he was a radio correspondent.

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